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10 mayo 2024

Las Catalinas

10 de mayo de 1932

Vázquez de Prada, El Fundador del Opus Dei

Por entonces ya tenía el Fundador un reducido grupo de seguidores, entre ellos algunos estudiantes, a los que iba dando a conocer el espíritu de la Obra a través del comentario que les hacía de algunas de sus anotaciones. Pedro Rocamora, aquel estudiante que le ayudaba a misa en el Patronato de Enfermos, recuerda cómo algunos domingos, al atardecer, se reunía con varios jóvenes y les leía alguna página de un cuaderno con tapas de hule, o les comentaba tan sólo dos o tres breves pensamientos. De suerte que, al conservar entre aquellas notas inspiraciones divinas y pensamientos sobre su estado de alma, se veía expuesto a la posible indiscreción de quienes leían algunas páginas del cuaderno. Esto le determinó a separar, finalmente, lo que había de tratar con su confesor de las materias referentes a la Obra y a sus apostolados, según escribió el 10 de mayo de 1932:

Voy perdiendo la libertad para anotar mis cosas en estas catalinas, porque, como no se ha hecho aparte una recopilación de lo referente a la O. de D., si he de dar a conocer la O. me expongo a que se enteren de lo demás. Por eso, con la ayuda de Dios, trataré este verano de hacer ese trabajo, separando lo mío personal, que anoto para mi director y para mí.

Más de una vez consideró seriamente el pegar fuego a todos sus Apuntes íntimos; cosa que el confesor le tenía prohibido. Él mismo se daba cuenta de que el consignar esos hechos era un modo de vivir la humildad y la sencillez, aunque le costase lo que Dios bien sabía.

Hay ocasiones, bastantes —se dice a sí mismo—, en que me fastidia haber escrito o escribir las Catalinas. Las pegaría fuego, si no se me hubiera prohibido. Debo seguir: es camino de sencillez. Ya procuro despersonalizar todo lo posible.

Siguiendo el camino de la sencillez veíase obligado, por fuerza de las circunstancias, a dejar expuesto ante el mismo interesado, el p. Sánchez, las descortesías que, de vez en cuando, le venían de su confesor.

He escrito esto con detalles —observa en una de sus catalinas, a raíz de un menosprecio recibido de su confesor—, porque, seguramente, el P. Sánchez lo ha de leer y verá que estas pequeñeces —que se presentan con relativa frecuencia— me escuecen: por eso, creo que me vienen muy bien.

Pero, si silencia datos de interés en su vida interior, ¿a dónde iría a parar? — Ya las Catalinas no tienen intimidad. ¡Dejo de anotar tantas cosas!, se quejará en una ocasión.

Considerados con objetividad, sin inútiles lamentaciones por las pérdidas, hay que agradecer el que, a pesar de todo, sus apuntes sean abundantemente generosos y espontáneos. Espontáneos aun en los momentos en que el autor usa de cautelas, como en la catalina del 3-XII-1931, en que escribe:

Esta mañana volví sobre mis pasos, hecho un chiquitín, para saludar a la Señora, en su imagen de la calle de Atocha, en lo alto de la casa que allí tiene la Congregación de S. Felipe. Me había olvidado de saludarla: ¿qué niño pierde la ocasión de decir a su Madre que la quiere? Señora, que nunca sea yo un ex-niño.

Ya no contaré detalles de estos, no vaya a ser que, por ponerlos a ventilar, pierda esas gracias.

Es a la hora de describir posibles estados de contemplación mística, u otros estupendos hechos sobrenaturales, cuando el autor de los Apuntes recurre al silencio, a la despersonalización, o bien, deja las cosas a medio narrar: — renové mi propósito de no apuntar nada de oración —nos dice en una catalina—, a no ser que me lo manden o me vea coaccionado. Si anoto algo, porque podrá aprovecharme o aprovechar, ha de ser quitándole lo personal.

El resultado final es que, con tales precauciones, deja al lector a media luz, en cuanto a los fenómenos y experiencias sobrenaturales. Sirva de ejemplo la catalina del día siguiente a aquél en que hizo el propósito de no referir detalles de su oración: — 12-XII-931: Hoy me ha abierto Jesús el sentido, durante el rezo del Oficio divino, como pocas veces. En momentos, fue una borrachera. Y con esto da por despachado el asunto.

El recurso de despersonalizar que es el que adopta preferentemente en sus catalinas, equivale a presentar los hechos secos y pelados, sin jugo ni médula, o tal vez esfumados de palabra y descripción, o en tercera y lejana persona. Y así, anota el 10-IV-1932: — Ayer, en lugar donde se hablaba y se hacía música, me dio oración con un consuelo inexplicable. Cuenta luego que está preparando para la primera Comunión a las niñas del Colegio de Santa Isabel, para terminar el apunte, sin explicación intermedia, con estas palabras: — A renglón seguido de la borrachera de Amor: ¡mis habituales tonterías!.

Por fuerza se preguntará el lector en qué consistía la borrachera de Amor o cuáles eran sus habituales tonterías. Pero el autor de las Catalinas no da más explicaciones.

Hay también ocasiones en que, excepcionalmente, levanta la veda a la "despersonalización", para expresar lo que siente, como cuando escribe:

No quiero dejar de anotarlo, aunque ya he despersonalizado las Catalinas, desde hace tiempo: muchas veces, cansado de la lucha un poco (El me perdona), envidio al enfermo sarnoso, abandonado de todos en un hospital: estoy seguro de que se gana el cielo muy cómodamente.

¿Puede darse el lector por satisfecho con esta truncada descripción? Es justo, sin embargo, que, antes de responder, recordemos de nuevo lo dicho en un principio: que, para su autor, la finalidad de los Apuntes íntimos es hacer descargo de conciencia y recogida de gracias y sucesos para llevarlos a la meditación. Con tales premisas, nosotros —los lectores— somos intrusos que entran furtivamente a atisbar en lo secreto de un alma. No debe sorprendernos, por lo tanto, que se resguarde en un caparazón de discreciones y silencios. Aunque en otras ocasiones, conviene decirlo, el autor no intenta despersonalizar sucesos. Ocurre, simplemente, que su pluma discurre por distinto camino que la curiosidad o entendimiento de quien lee la catalina. Así, por ejemplo, anota a finales de febrero de 1932:

El sábado último me fui al Retiro, de doce y media a una y media (es la primera vez, desde que estoy en Madrid, que me permito ese lujo) y traté de leer un periódico. La oración venía con tal ímpetu que, contra mi voluntad, tenía que dejar la lectura: y entonces ¡cuántos actos de Amor y abandono puso Jesús en mi corazón y en mis labios!

¿Entiende con ello el lector que don Josemaría no se permitía el lujo de pasear por un parque público?; ¿pretende acaso declarar el sacerdote cómo se sentía arrebatado en oración? Concretamente, en este caso se refería a algo más sencillo: que intentaba leer un periódico y no lo conseguía. Basta comprobar que en la última línea de la anterior catalina, deja pendiente de anotar esas oleadas de oración que le sobrevenían al ponerse a leer la prensa: Quiero anotar, porque es algo raro, que Jesús suele darme oración cuando leo la prensa.

(Obsérvese también que, preocupado con recoger la anécdota de la lectura del periódico, se olvida del propósito anterior de no hacer apuntamientos, y menos aún descriptivos, sobre fenómenos de oración).

En general, todas las catalinas que, verosímilmente, se refieren a hechos sobrenaturales extraordinarios requieren, para su buen entendimiento, un sobreañadido de la misma especie. Esto es, una elevación espiritual que, al igual que el alza en las armas de fuego, compense en cierto modo la evidente "despersonalización" llevada a cabo por el autor. Así, por ejemplo, cuando habla de lágrimas hay que entender, probablemente, don de lágrimas; y en muchas ocasiones en que habla de oración tenemos que pensar, de acuerdo con el texto, en alta oración contemplativa. Y si, con frecuencia, se declara lleno de miserias y pecados es porque así se veía a la luz de esas gracias divinas que Dios, por su misericordia, suele otorgar a los santos. Conocimiento propio que les lleva a la persuasión de que son grandes pecadores.

Tampoco faltan momentos en que, arrastrado por la sencillez, se compromete a sí mismo, como cuando anuncia: Uno de estos días trataré de escribir catalinas con recuerdos de mi vida, en la que se ven verdaderos milagros. (Por supuesto que jamás se le ocurrió dar cumplimiento a esta impensada promesa).

El 10 de mayo, volverá a escribir: No se me ocurre nada: sigo tontísimo (Apuntes, n. 1381).