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6 abril 2024

Extraño don para conocer una vocación

6 de abril de 1948

Vázquez de Prada, El Fundador del Opus Dei

¿Qué extraño don poseía el Padre para dictaminar quién podía ser de la Obra y quién no? Éste era el caso de las hermanas Gutiérrez Ríos. Una de ellas, Lolita, estaba haciendo unos días de retiro espiritual en el centro de Jorge Manrique. La otra hermana, Carmen, fue a recogerla al terminar el retiro. Vio la casa, notó el ambiente de cordialidad que allí reinaba y quedó prendada de algo impalpable que no acertaba a definir. A los pocos días consiguió una entrevista con el Padre, el 6 de abril de 1945. No fue preciso agotar la conversación. Carmen estaba decidida. He aquí su testimonio sobre el caso:

«Mi hermana, que había ido antes que yo por aquella casa para ayudar y en Jorge Manrique había conocido al Padre, después de pasar los años, muchas veces ha comentado con la familia y con las amistades algo que está muy claro: el respeto del Padre a la libertad de todos. El Padre, en aquellos años, le había dicho: Lolita, éstas quieren "pescarte", pero tú no te dejes. Y Lolita añade que, efectivamente, quiere y siempre ha querido mucho a la Obra, al Padre, a todas las personas de la Obra que ha conocido, pero que nunca ha sentido el menor síntoma de vocación a la Obra, aunque colaboró entonces en las labores apostólicas del Opus Dei con cariño y entusiasmo».

Por el contrario, desde el primer momento en que el Padre conoció a Carmen, le dijo que reunía todas las condiciones para emprender el camino del Opus Dei.

Era corriente en el Fundador administrar a un desconocido el consejo oportuno, aun sin previo conocimiento de su situación. Y leía en los corazones de sus hijos. Encarnita refiere con sencillez uno de estos casos, sucedido en 1943, cuando —estando en la Administración de La Moncloa— se le hacía difícil el trabajo.

«El Padre vino de visita con un Sr. Obispo y entró en la cocina, donde yo trabajaba. Traté de estar muy delicada y sonriente y me quedé asombrada cuando el Padre me dijo en voz muy baja al pasar junto a mí:

— ¿Qué te pasa?

Y me dirigió una mirada que infundía aliento. Esas palabras fueron lo suficiente para recomenzar con grandes deseos de fidelidad»