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27 abril 2024

Los sucesos de Barcelona

27 de abril de 1941

Vázquez de Prada, El Fundador del Opus Dei

Desgraciadamente, la confusión había rebasado ya el ámbito reducido de las Congregaciones Marianas y se difundía entre los fieles, también por iglesias y conventos. Muchas personas, desorientadas, acudieron en busca de luz y consejo al monasterio de Montserrat, no lejos de Barcelona, punto de referencia de la vida espiritual catalana. Hasta tal punto era precisa la claridad en aquel embrollo, que dom Aurelio María Escarré, Abad Coadjutor de Montserrat, hubo de solicitar información autorizada del Obispo de Madrid, a fin de saber a qué atenerse para orientar a tanta conciencia perturbada por voces contradictorias. No sin cierto eufemismo, calificaba la situación de «actualidad palpitante en extremo».

Unos días antes —el 27 de abril— había recibido la Bendición abacial del Obispo de Pamplona, con el que consultó sobre el Opus Dei. Don Marcelino Olaechea le indicó que escribiera a Madrid, que era donde estaba incardinado el Fundador. Y ésta es su petición a don Leopoldo:

«Paso ahora a pedirle un favor:

De actualidad palpitante en extremo, el asunto "Opus Dei" fundación del Dr. Escrivá, sacerdote de esa su Diócesis, y siendo muchos los que con diferentes y opuestos fines nos han consultado sobre este asunto —muy particularmente en el confesonario— y para que sepamos a qué atenernos en nuestro particular gobierno, desearíamos normas claras y seguras. Como sea que V.E., según nos comunicó el Sr. Obispo de Pamplona cuando estuvo con nosotros, trata este asunto personalmente por radicar en su Diócesis; por esto me atrevo, movido por la necesidad, a recurrir a V.E. en demanda de ellas confiando de su benevolencia atenderá mi súplica».

En medio de todo aquel alboroto, tres congregantes pidieron la admisión en el Opus Dei. Laureano López Rodó en enero de 1941; Juan Bautista Torelló, en marzo; y Jorge Brosa, en abril de ese año. Laureano solicitó por escrito la baja de la Congregación, sin esperar a ser expulsado. Más adelante el padre Vergés visitó a la familia.

Mucho sufrió Juan Bautista, congregante expulsado, que tenía dos hermanos jesuitas, una hermana monja, y una madre viuda. Mientras hacía sus estudios universitarios, para sostener económicamente el hogar, trabajaba como profesor de matemáticas en un colegio de la Compañía de Jesús. Tras la expulsión, perdió el puesto.

En cuanto a Alfonso Balcells, a cuyo nombre se había alquilado el piso, se le hizo responsable directo de las actividades desarrolladas en el Palau. Como cuenta su hermano Santiago, al padre Vergés no le cabía en la cabeza que, estando la casa a su nombre, no perteneciese él a la Obra. Pero así era.

Aquellos religiosos, pensando que debían acabar con lo que estimaban un grave peligro metieron en juego a las autoridades civiles y, un buen día, Alfonso fue llamado a comparecer ante el Gobernador civil de Barcelona, que lo era Antonio Correa Veglison. Le recibió diciéndole que quería saber qué clase de actividades se tenían en el piso de la calle de Balmes. Era inútil ocultar nada. Estaba al tanto de todo. Conocía bien a los padres de la Compañía y sabía que la Obra era «una secta iluminista o algo parecido». Y si aquello no se aclaraba, terminarían todos en la cárcel.

Las razones y explicaciones de Alfonso medio convencieron al Gobernador civil. Sin embargo, continuó sobre aviso, por si aparecía por Barcelona don Josemaría Escrivá.

En aquel período de posguerra, en el que se entremezclaban confusa y peligrosamente las creencias religiosas con el ejercicio de las libertades civiles, Alfonso Balcells se vio, otra vez, afectado por el revuelo. En mayo de 1941 el doctor Torrent, compañero suyo de Facultad, le hizo saber que existían gestiones para impedir su acceso a Médico de Guardia del Hospital Clínico, en el concurso oposición que se había convocado. ¿La razón?: que pertenecía a una secta herética. Sin necesidad de hacer más averiguaciones, Alfonso se presentó en el Obispado de Barcelona. Le recibió amablemente don Miguel de los Santos, quien le aconsejó que escribiera a don Leopoldo, explicándole con detalle lo ocurrido.

Con fecha 2-VI-1941 le llegó respuesta del Obispo de Madrid, que en pocas líneas le decía: «Dios N.S. le premiará a V. todo; súfralo por Él y por Su Opus, y con mucha caridad y perdón. Ya se hacen gestiones para que no prospere ese atropello. Escribo además a ese Sr. Obispo. Creo que enseguida se calmará el temporal».

(Alfonso no pidió la admisión en la Obra hasta enero de 1943, después de haber terminado sus estudios de postgraduado en Alemania).