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13 de marzo de 1914
Ana Sastre, Tiempo de caminar
[San Josemaría ingresa en el colegio de los Escolapios]. Cada día, la figura familiar del fámulo Faustino, empleado de los Padres Escolapios, que recoge a los pequeños al pie de los portales y los acompaña, amistosamente vigilados, hasta las clases matutinas. Josemaría estrena su uniforme: abrigo azul marino con doble botonadura de metal; gorra de paño en el mismo tono con visera de charol y, sobre ella, el brillo del escudo. Un pañuelo doblado, azul más claro, les sirve de corbata o de chalina. En las clases se ponen delantal de manga larga, en blanquiazul rayado, cinturón y cuello todo azul.
La educación de las Escuelas Pías es amable, aunque disciplinada y severa. En su origen, el reglamento para la enseñanza de estos religiosos establece que corre a su cargo desde el abecedario hasta leer latín, escribir perfectamente, contar, gramática y retórica inclusive, como también instruir a la juventud en los rudimentos de la fe católica y buenas costumbres.
Atienden el colegio, en este tiempo, una docena de Escolapios muy acreditados en Barbastro y en toda la comarca. Aquí están los Padres Laborda, José Martínez y Mariano Tabuenca. Son gentes entregadas al noble deber de formación y de enseñanza. En un viejo cuaderno, hallado entre las cosas personales del Padre Laborda, se puede leer, con letra caligráfica y menuda, el año de llegada y el destino final de cada alumno. Memorias del buen hacer de un maestro que tiene amor e interés por sus muchachos.
En estos primeros tiempos, los Padres José Beteta, de origen manchego, y Pedro Martínez Heras, que luego será apóstol del espíritu de San José de Calasanz en Argentina, se hacen cargo de los más pequeños. Aún consta en un semanario llamado «Juventud», editado en Barbastro el 13 de marzo de 1914, el siguiente párrafo de laude:
«Recibimos una sorpresa muy agradable al enterarnos, consta en la memoria 1912 a 1913 del Instituto de Lérida, el premio que obtuvieron en la asignatura: "Nociones de aritmética y geometría" los aprovechados alumnos de las Escuelas Pías de nuestra Ciudad, José María Escrivá y Miguel Cavero. Nuestra cariñosa felicitación a los alumnos, a sus distinguidas familias y a sus cultos profesores».
Su vida familiar está llena, durante estos tiempos, de situaciones gratas y dolientes, de felicidad y contradicciones. De confianza en el querer de Dios y de exigencia humana. El capital de don José y el negocio de «Juncosa y Escrivá» permite una vida holgada y sin preocupaciones económicas. Los chicos juegan bajo los arcos de la Plaza y descubren rincones y portales, aunque doña Dolores prefiere verlos en la casa, y controlar sus travesuras y proyectos. Por la escalera suben, en bandada, las amigas de Carmen y los amigos de Josemaría. Aquí, hasta un cuarto contiguo al de Josemaría, que familiarmente llaman todos «la leonera», llegan Joaquín Navasa, Julián Martín, los Esteban... Salen a relucir, seguramente, las cartas, los soldados de plomo, los rompecabezas y los bolos.