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10 marzo 2024

Le fallan los primeros sacerdotes diocesanos

10 de marzo de 1931

Vázquez de Prada, El Fundador del Opus Dei

La actitud vacilante de ese grupo de sacerdotes fue, durante meses, una constante preocupación para don Josemaría. Aquellos sacerdotes, a los que había llamado a la Obra como colaboradores y hermanos, resultaron, por el contrario, una carga. Algunos de ellos habían hecho pocas semanas antes un compromiso de obediencia con el fin de reforzar la autoridad de gobierno del Fundador. Mas su conducta fue muy distinta a lo que era de esperar. El Fundador, sobre cuyo pensamiento gravitaba esta amarga desazón, dijo alguna vez que eran su "corona de espinas". La actitud negativa que adaptaron algunos les fue alejando del espíritu de la Obra. De modo que el 10 de marzo hubo de registrar un hecho penoso: Hace días que no es posible tener la Conferencia sacerdotal, que veníamos teniendo cada semana desde 1931.

A partir de entonces sus relaciones con los sacerdotes del "compromiso" de 1934 se hicieron poco menos que insostenibles, y, además, le cayó encima la cruz de las murmuraciones. Los amigos le aconsejaron deshacerse de aquel grupo de sacerdotes, pero don Josemaría prefirió aprovechar su colaboración ministerial, sin permitirles, en adelante, que interviniesen en los apostolados de la Obra. Tal fue la línea de actuación que se trazó en 1935:

Sin seguir el consejo del P. Sánchez y del P. Poveda, (tácito, el primero; y muy claramente expreso, el segundo) de echar a los Sacerdotes, por razones que la caridad me vedó indicar en las catalinas a su tiempo, como yo veo las virtudes de todos y la buena fe innegable, opté por el término medio de conllevarles, pero al margen de las actividades propias de la O., aprovechándolos siempre que sea necesario su ministerio sacerdotal.

Don Josemaría no podía contradecir los dictados de su corazón. Sentía por aquellos sacerdotes seculares un especial cariño y por ellos derramaría lágrimas de admiración y santa envidia, pues varios murieron mártires a los pocos meses. Toda su vida tuvo preocupación por los sacerdotes diocesanos, porque no se hallaran solos o carecieran de la debida atención espiritual. Y uno de los mayores gozos del Fundador fue ver que los sacerdotes diocesanos pudieron, con el tiempo, incorporarse a la Obra formando parte de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz.