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9 de febrero de 1954
Pilar Urbano, El hombre de Villa Tevere
Su propia lucha personal en los últimos años es diferente de la de los primeros. Al principio, cuando veía algo mal hecho, algo que contrariaba la plasmación concreta y material del espíritu del Opus Dei, pensaba: "No puedo corregirlo ahora mismo, porque estoy enfadado... Debo decirlo en un tono sereno, para no herir, para ser más eficaz y para no ofender a Dios... Dentro de dos o tres días, cuando ya esté más calmado, diré lo que sea conveniente". En cambio, pasados los años, hace las correcciones enseguida, sin demorarse. Se dice a sí mismo: "Si no corrijo esto inmediatamente, empezaré a pensar que voy a hacer sufrir a esa hija mía o a ese hijo mío... Me pondré blandito... Y corro el peligro de no decir lo que debo".
- ¡Itciar! ¿Dónde está la directora...?
Aquel día de 1954, Escrivá ha entrado en el planchero de Villa Sacchetti, llamando en voz alta a la directora, que es Itciar Zumalde. Por su tono de voz y por su ceño fruncido se percibe que llega seriamente disgustado. Avanza con paso decidido. Cruza el planchero. Se dirige a la rotonda, sin dejar de llamar a Itciar. De pronto, ve que otra mujer de la Obra, Mirufa Zuloaga, está allí sentada cosiendo. Se detiene en seco. La expresión de su rostro cambia en un instante. Sus músculos se distienden. Aflora la sonrisa. Se dulcifica su mirada. Hace pocos días ha fallecido el padre de Mirufa. Ya en el mismo momento de conocer la noticia, Escrivá ha tenido muchos detalles de cariño con ella y con su familia. Ahora, al volver a encontrarla allí, se vuelca en atenderla. Le pregunta si está más tranquila, si está menos apenada, si va remontando su dolor... Durante un rato, olvidado de toda otra preocupación, no tiene más que palabras de entrañable consuelo para esa hija suya.
Después, como haciendo acopio de fuerzas, como a contraganas, vuelve a encararse con lo que en ese momento es su deber:
- ¿Ha ido alguna a avisar a Itciar? ¡Que venga enseguida, porque tengo que decirle un par de cosas...!