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1928. Haciendo memoria de los amigos
Haciendo memoria de amigos, don Josemaría se remontó, nada menos, que a sus años de estudiante en Logroño. En efecto, en carta de 9 de diciembre de 1928 Isidoro Zorzano le pide noticias de su vida. Señal de que el sacerdote reanudaba el trato con ese compañero del Instituto de Logroño, que estudió luego en Madrid la carrera de Ingeniería. Vivía ahora en Cádiz y trabajaba en la factoría naval de Matagorda. A esa carta siguió una larga correspondencia, que trajo sorpresas para ambos.
Pronto amplió el campo apostólico tratando con sacerdotes conocidos. Su manifiesto aspecto juvenil no parecía lo más a propósito para predicar en una sociedad en la que no faltaban clérigos exponentes de costumbres y tradiciones multiseculares. Y tampoco podía olvidar su delicada condición de sacerdote extradiocesano en Madrid, que le hacía sentirse como gallina en corral ajeno. Así y todo, no se paró en barras. Uno de los primeros sacerdotes a los que trató de entusiasmar apostólicamente fue don Norberto, el otro capellán del Patronato. Sus intenciones, en un primer momento, fueron de puro orden caritativo. Don Norberto iba, por aquellas fechas, camino de los cincuenta y había padecido una enfermedad nerviosa que le impidió ejercer cargos eclesiásticos. Se repuso, pero luego volvió a recaer. De manera que, hasta su muerte, fue hombre enfermo, aunque por lo general de buen celo apostólico y vida interior. Las Damas Apostólicas, que le conocían desde 1924, veían crecer la amistad entre los dos capellanes. Sabían lo que significaba verlos juntos en las visitas a enfermos y niños de las escuelas. «Don Josemaría —dice una de ellas— le llevaba para poder ayudarle: para que se sintiera útil y apreciado».
Uno de los primeros sacerdotes a los que habló a fondo de su vocación fue, sin duda alguna, don José Pou de Foxá. El profesor de Derecho Romano de Zaragoza escribía desde Ávila el 4 de marzo de 1929 a don Josemaría, pidiendo que fuera a esperarle a la estación y que le reservase habitación en la fonda. Las líneas de despedida dejan adivinar su impaciencia por verse cara a cara con su antiguo alumno: «Como pronto nos veremos —escribe— nada más te digo, pues pronto te abrazará tu amigo, José».
Pou de Foxá permaneció en Madrid varias semanas, durante las cuales tuvo ocasión de charlar detenidamente con su joven amigo. El profesor Carlos Sánchez del Río, que también se hallaba en Madrid por esos días, con motivo de las oposiciones a una Cátedra de Derecho Romano, refiere que se iban juntos los tres, «casi todas las tardes, hacia última hora, a una "chocolatería" que se llamaba "El Sotanillo", que estaba en la calle de Alcalá. Teníamos allí muy agradables tertulias en las que cambiábamos impresiones sobre toda clase de temas».
Don Josemaría, que no dejaba pasar la ocasión de hacer nuevas amistades con sacerdotes, seguía manteniendo su vieja relación con los residentes de la calle Larra, donde sembraba esperanzas para el futuro. Así conoció, por ejemplo, a don Manuel Ayala, de paso por Madrid en 1929. Don Manuel guardó siempre un grato recuerdo de su breve trato con el capellán del Patronato, que le reveló parte de sus ideales: Yo en aquella época le confié algo de la Obra. Y él la recuerda con cariño, escribirá don Josemaría.
Vázquez de Prada, El Fundador del Opus Dei (vol. I). Rialp, Madrid, 1998, 3ª ed.