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8 diciembre 2024

San Josemaría hoy: 1945. Inauguración de la residencia Zurbarán

1945. Inauguración de la residencia Zurbarán
El número de centros en Madrid y provincias no daban, ni de lejos, medida aproximada de la expansión de la Obra. Para los apostolados con varones se disponía en Madrid de dos pisos: uno en la calle de Villanueva y otro en la de Españoleto, más una residencia universitaria (La Moncloa), y el Centro de Estudios en Diego de León. Las mujeres, por su parte, contaban con Los Rosales, un centro que se ocupaba de la Administración de la Residencia de La Moncloa —con independencia de ésta— y el de la calle de Jorge Manrique. Para dar más impulso al apostolado con jóvenes universitarias, parecía conveniente dejar Jorge Manrique y trasladarse a sitio más céntrico de Madrid. Don Josemaría encargó a sus hijas que rezasen pidiendo al Señor que la residencia nueva que buscaban estuviera dispuesta para principio del curso académico. En octubre dieron con una casa en la calle Zurbarán. Comenzaron enseguida los trabajos de albañilería, adaptación del inmueble, traslado de los muebles de Jorge Manrique y preparación del oratorio. Conforme desalojaban los obreros una zona de la casa, dándola por acabada, inmediatamente se amueblaba, decoraba, y ocupaba. Al fin, se fijó el 8 de diciembre de 1945 como fecha para celebrar la primera misa y dejar al Señor en el sagrario.
La fe, honda y despierta, del Fundador, cuidaba y enseñaba a cuidar la delicadeza de trato con el Santísimo Sacramento, según demuestra lo acaecido esa misma tarde, en que hubo una Exposición Eucarística en el oratorio de la residencia de Zurbarán. Lo cuenta Lola Fisac: «El Padre nos pidió que invitásemos a nuestras amigas y a nuestras familias: rezamos el rosario y luego el Padre nos dio la Bendición solemne con el Santísimo. Estaba el Oratorio completamente lleno. Se empezó a contestar a las oraciones desacompasadamente y sin cuidado. El Padre hizo una pausa y comenzó de nuevo. Pero no se habían dado cuenta y siguieron atropellándose unas a otras. Entonces el Padre, vuelto hacia los asistentes explicó que esa forma de rezar no era buena ni para la tierra ni para el cielo y que así no se podía alabar a Dios, ni conversar con Él. Se arrodilló y volvió a empezar la Estación al Santísimo de nuevo».
Desde esa fecha don Josemaría se entregó en cuerpo y alma, de manera abnegada, a los apostolados que se desarrollaban en la residencia de Zurbarán, como se señala en la petición de oratorio semipúblico. Don Josemaría se había encargado personalmente de la instalación del oratorio, superando la escasez de medios y la falta de dinero. La casa parecía puesta, adrede, bajo la protección de la Virgen. En la pared del primer descansillo de la escalera, entre dos ventanales, había mandado colocar un cuadro con loas a Nuestra Señora. De manera que al subir o bajar la escalera, que era paso obligado en la casa, se pudieran leer y repetir esas alabanzas: «Dios te Salve, María, Hija de Dios Padre; Dios te Salve, María, Madre de Dios Hijo; Dios te Salve, María, Esposa de Dios Espíritu Santo, más que Tú sólo Dios».
En el cuarto de Dirección, el único de que se disponía cerca de la puerta de entrada, y donde se recibía a las visitas, había un cuadro de la Virgen. Representaba la Anunciación: la Virgen, de rodillas, con las manos juntas, en oración. (Ese cuadro estaba en el oratorio de Jorge Manrique, como retablo, cuando celebró misa el Padre el 14 de febrero de 1943). El retablo del oratorio de Zurbarán era un cuadro de la Purísima, copia de un Claudio Coello.
Se buscaron residentes y, en cuanto comenzó el curso en la Universidad, fue avisándose a algunas otras chicas para comenzar con ellas las clases de formación. A principios de febrero de 1946, don Josemaría dio su primer círculo de estudios en Zurbarán. Una vez hecha la oración introductoria, se sentaba a la cabecera de una mesa de tapete color rosa, a tono con el sofá y las cortinas del salón. Las que asistían se colocaban en torno a la mesa, sobre la que había un atril de madera dorada, en forma de concha, donde ponían los Evangelios. Leía don Josemaría unos versículos, haciéndoles un comentario breve y jugoso. Pasaba luego a hablarles de algún punto de vida interior o de alguna virtud en concreto. Venía a continuación el examen de conciencia y les ayudaba a sacar algún propósito, uno por lo menos. Antes de despedirse les invitaba a traer alguna amiga, caras nuevas con las que ensanchar el grupo. Y cuando, a la semana siguiente, empezaba el círculo, don Josemaría, por sistema, repasaba o hacía repasar el tema últimamente explicado: Así, vuestras amigas —les aclaraba— saben de qué hablamos y se ponen al día.
A fuerza de trabajo y oración fueron llegando mujeres al Opus Dei. No fue fácil. Después de ser admitidas en la Obra, el Padre continuaba con gran celo sacerdotal la dirección espiritual de esas chicas. Aumentaban también las clases de formación en el salón rosa; y las meditaciones en el oratorio.

Vázquez de Prada, El Fundador del Opus Dei (vol. II). Rialp, Madrid, 2002