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1937. Quiere abandonar Pamplona pero el obispo no le deja
Se acercaba el fin de año y don Josemaría se resistía a seguirle el humor a Mons. Olaechea, que, cuando el huésped le habló de marcharse, le había contestado en broma: «treinta años tiene que estar conmigo; ni hablar, de marcharse». Días más tarde insistió de nuevo y el Obispo esgrimió entonces el argumento que venía ocultando, como se deduce de una anotación en los Apuntes: Se enfada: me dice que, si me voy, tengo que volver pronto; y que no quiere que me vaya de aquí sin que me hagan los hábitos —sotana y dulleta— que él me regala.
Le tomaron medidas para el traje talar; era el 29 de diciembre.
Día 4 de enero: —Me traen la sotana y la dulleta. Se me ocurrió decir al sastre que no me las hiciera muy apretadas: y floto. Me ha hecho la ropa, para que pueda meter dentro los cuarenta kilos que me faltan. También le faltaba el sombrero. El Obispo, sin andarse en contemplaciones, quitó la borlas del suyo y se lo prestó hasta que le llegase el que habían encargado. No dándose por vencido, todavía se empeñó Monseñor en que su huésped permaneciese en palacio hasta el día de su cumpleaños, 9 de enero, en que le prepararía un buen festejo. A estas razones le contestaba invariablemente don Josemaría: El Sr. Obispo está cansado de trabajar; y yo estoy cansado de descansar.
Gracias a la diligencia de los amigos que le iban saliendo al paso, aumentaba el número de direcciones en el fichero del sacerdote. Por carta, por telegrama, por teléfono, le saludaban unos y otros: quienes habían pedido la admisión y los que estaban en vías de incorporarse a la Obra poco antes de estallar la guerra civil; y los muchos que habían pasado por la residencia de Ferraz |# 41|. Había sido una búsqueda a fondo. De manera que, antes de acabar el año, había comunicado personalmente con todos sus hijos en zona nacional, según informaba con mucho contento a Ricardo Fernández Vallespín:
Querido Ricardo: Por fin, ¡qué alegría al recibir tu carta!
[...] ¡Cuántas gestiones inútiles, para dar con vosotros! Apenas pasamos la frontera, comenzó la inquisición: y... tú verás: desde el 11 al 31, que llega tu carta, ¡veinte días eternos!
El abuelo dice que da muchas gracias a Dios, porque ya ha localizado a todos los nietos.
El poder hablar o escribir a sus hijos, aun con las trabas de la censura, era más que media vida para el Padre. La correspondencia con Isidoro a través de Francia funcionó bien, sin grandes retrasos ni serios percances, habida cuenta, naturalmente, de las circunstancias bélicas. Ello fue de gran consuelo para los de una y otra zona. Sobre este punto, refiriéndose al alivio que suponía el tener noticias de todos, abría el Padre su corazón a uno de los suyos en zona nacional:
[...] Hoy hemos escrito a mis pobres hijos de Madrid, y a la abuela y mis hermanos. De ellos, hemos recibido ya cinco cartas; la última, con fecha 26 de enero. Están perfectamente enterados de las cosas de la familia. ¡Lástima que antes no hubierais vosotros encontrado algún medio de comunicación! Lo más duro, con haber tantas cosas crueles, era no saber nada de vosotros, en aquel infierno rojo. A los nuestros, que no han podido salir de la tiranía marxista, ya les hemos quitado esa pena. Creo que les hemos escrito, desde que nos encontramos libres, más de diez veces.
Vázquez de Prada, El Fundador del Opus Dei (vol. II). Rialp, Madrid, 2002