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1931. El Niño de don Josemaría
Llegó el 28 de diciembre, fiesta de los Santos Inocentes, día en que tradicionalmente se gastan bromas, las llamadas "inocentadas". El capellán fue a Santa Isabel y se encontró con que, por veinticuatro horas, una novicia haría de priora en el convento, y de subpriora la monja más joven. Con gran regocijo se veía a las madres graves y ancianas cumplir los menesteres impuestos por la priora del día. Al volver don Josemaría a casa besó a su Virgen, comenzó la meditación y se le fue el santo al cielo. Y tomando la pluma escribió, sumido en oración, esta catalina:
Un niño visitó cierto Convento [...].
Niño: tú eres el último burro, digo el último gato de los amadores de Jesús. A ti te toca, por derecho propio, mandar en el Cielo. Suelta esa imaginación, deja que tu corazón se desate también... Yo quiero que Jesús me indulte... del todo. Que todas las ánimas benditas del purgatorio, purificadas en menos de un segundo, suban a gozar de nuestro Dios..., porque hoy hago yo sus veces. Quiero... reñir a unos Ángeles Custodios que yo sé —de broma, ¿eh?, aunque también un poco de veras— y les mando que obedezcan, así, que obedezcan al borrico de Jesús en cosas que son para toda la gloria de nuestro Rey-Cristo. Y después de mandar mucho, mucho, le diría a mi Madre Santa María: Señora, ni por juego quiero que dejes de ser la Dueña y Emperadora de todo lo creado. Entonces Ella me besaría en la frente, quedándome, por señal de tal merced, un gran lucero encima de los ojos. Y, con esta nueva luz, vería a todos los hijos de Dios que serán hasta el fin del mundo, peleando las peleas del Señor, siempre vencedores con El... y oiría una voz más que celestial, como rumor de muchas aguas y estampido de un gran trueno, suave, a pesar de su intensidad, como el sonar de muchas cítaras tocadas acordemente por un número de músicos infinito, diciendo: ¡queremos que reine! ¡para Dios toda la gloria! ¡Todos, con Pedro, a Jesús por María!...
Y antes de que este día asombroso llegue al final, ¡oh, Jesús —le diré— quiero ser una hoguera de locura de Amor! Quiero que mi presencia sola sea bastante para encender al mundo, en muchos kilómetros a la redonda, con incendio inextinguible. Quiero saber que soy tuyo. Después, venga Cruz: nunca tendré miedo a la expiación... Sufrir y amar. Amar y sufrir. ¡Magnífico camino! Sufrir, amar y creer: fe y amor. Fe de Pedro. Amor de Juan. Celo de Pablo. Aún quedan al borrico tres minutos de endiosamiento, buen Jesús, y manda... que le des más Celo que a Pablo, más Amor que a Juan, más Fe que a Pedro: El último deseo: Jesús, que nunca me falte la Santa Cruz.
Dos días después, asentada ya la seriedad en el convento, las monjas le permitieron llevarse a casa la imagen del Niño Jesús. Envuelto en su manteo se llevó el sacerdote al "Chiquitín", para felicitar juntos las pascuas navideñas a medio mundo. Aprovechando esa salida del convento hizo una foto al Niño:
Hoy me llevé el "Niño de Santa Teresa". Me lo dejaron las Madres Agustinas. Fuimos a felicitar las Pascuas a Fray Gabriel, en los Carmelitas. El hermanito se alegró y me regaló una estampa y una medalla. Después vi al P. Joaquín, director de D. Norberto. Hablamos de la O. de D. —Desde allí fui a las Esclavas del A.M. Estuve mucho rato con Madre Pilar. —Luego a casa de Pepe R., donde retratamos al Chico. Antes de ir a casa, subí a la de D. Norberto, para que vieran al nene. En casa mamá rezó en voz alta un padrenuestro y avemaría. Y aquí tendré a Jesús hasta mañana. Cuándo y cómo aprendió la vida de infancia espiritual nos lo cuenta en una de sus catalinas de enero de 1932:
Yo no he conocido en los libros el camino de infancia hasta después de haberme hecho andar Jesús por esa vía.
Vázquez de Prada, El Fundador del Opus Dei (vol. I). Rialp, Madrid, 1998, 3ª ed.