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1942. Se desvivía por una sola alma
Uno de los centros que atendía espiritualmente el Padre con sus primeros hijos sacerdotes era Los Rosales. Pero en sus continuos desplazamientos por las diócesis españolas para predicar a petición de los Obispos echaba algo de menos. Soñaba con disponer de una casa de retiros llevada por sus hijas. Hasta entonces, si quería dar un curso de retiro a mujeres que participaban en los apostolados de la Obra, tenía que hacerlo en el Centro de Jorge Manrique; y, si se trataba de hombres, en el Centro de Diego de León o en la residencia de La Moncloa. A veces, por falta de fechas disponibles, don Josemaría se veía obligado a predicar, a un mismo tiempo, dos cursos de retiro. Una de tales ocasiones se presentó en 1942, en que tuvo que atender, simultáneamente, dos tandas para universitarios, entre el 16 y el 21 de diciembre. Una en Diego de León y otra en la residencia de Jenner. Cada uno de los grupos contaba con más de veinte personas, de forma que los asistentes no cabían todos juntos en la misma casa.
Don Josemaría se pasaba buena parte del día yendo y viniendo, de Diego de León a Jenner, y viceversa. Y, por muy rápido que fuese, en cada caminata emplearía un cuarto de hora largo. Diariamente daba, en cada uno de los oratorios, tres meditaciones más una plática; y aún sacaba tiempo para charlar con cada uno de los participantes. Se presentaba en el oratorio con puntualidad, aunque todavía con la agitada respiración de quien ha venido a paso forzado por la calle. Luego, de rodillas ante el Sagrario, decía clara y espaciadamente, y con viva fe, la oración preparatoria para la meditación. Se sentaba. Abría el evangelio y comenzaba la oración sin ahorrarse esfuerzo de voz. Al tercer día estaba ronco; y, al cuarto, afónico. Pero, ni aun con la voz tomada cedía en su vigor.
Aquel sacerdote lo mismo se desvivía por una sola alma que por toda una muchedumbre. Prueba de ello es lo ocurrido a Marichu Arellano. Uno de los hermanos de Marichu, Jesús, era de la Obra y vivía en Diego de León. Jesús invitó a su hermana a que no dejase de hablar con don Josemaría cuando pasase por Madrid, pues la familia Arellano residía en Corella (Navarra). Y un buen día de abril de 1944 la muchacha se presentó en Diego de León para ver a su hermano y, de paso, saludar al Padre. Era una visita de pura cortesía, porque no tenía ningún asunto particular que tratar con el sacerdote. He aquí sus impresiones:
«Me llamó la atención su naturalidad y su alegría. El Padre no perdió tiempo y empezó a llamarme por mi nombre. Se interesó por mi viaje y me preguntó por mis proyectos. Le dije que pensaba estar unos días en Madrid para conocer la ciudad, ultimar algunas cosas de compras porque pensaba casarme pronto y hacer Ejercicios Espirituales, aprovechando aquel viaje».
El sacerdote preguntó a Marichu si le dejaba pedir a Dios que la llamase a la Obra. La chica, un tanto desconcertada, reflexionó unos momentos. ¿Qué hacer? Estaba por ver lo de la vocación, pero si de verdad la obtenía... Y asintió: podía pedirla. El sacerdote quedó en avisarla de nuevo porque, precisamente, iba a predicar un curso de retiro en Jorge Manrique.
Cuando se presentó allí Marichu, una de las cosas que le sorprendieron fue que asistieran tan pocas chicas. No pasaban de tres o cuatro. Sólo ella no era aún de la Obra.
«Sólo asistió Marichu Arellano. Fueron cinco días en los que el Padre dio todas las meditaciones, charlas y Bendición con el Santísimo, con la proverbial puntualidad que siempre vivió el Padre para empezar y terminar cada acto cuando el horario lo establecía».
Vázquez de Prada, El Fundador del Opus Dei (vol. II). Rialp, Madrid, 2002