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1957. Lo que pensaba de los políticos
Pocos días después, desde el Vaticano le telefonea un Cardenal amigo suyo: quiere darle la enhorabuena y felicitarle por ese nombramiento. La respuesta de Escrivá es muy similar:
- ¿Y me felicita usted a mí? ¡A mí no me va ni me viene! Este asunto afecta a la vida profesional y política de Alberto Ullastres. Yo, como padre, me alegro de los éxitos profesionales de todos mis hijos. Pero ¡nada más! Lo que a mí me interesa es que Alberto sea muy santo y esté muy bien de salud... Por lo demás, igual me da que sea ministro o barrendero, con tal que se haga santo en su trabajo.
Estas y las otras podían ser palabras para la galería. Pero no lo eran. El propio Alberto Ullastres escribió una nota, de su puño y letra, tras un encuentro que tuvo con Escrivá, a raíz de su designación ministerial. Es reveladora su escueta textualidad:
"Cuando fui nombrado ministro de Comercio -febrero de 1957- le pedí al Padre un consejo: ¿qué norma de actuación debería seguir, para vivir mejor mi vocación en esta nueva experiencia de mi vida?
El Padre me contestó: Sólo voy a decirte esto: que me cumplas las Normas y que ames la libertad".
Y así lo hará siempre, cuando algún hijo suyo, promovido a algún cargo de relevancia pública, le solicite "un consejo, para esta nueva situación".
En esos mismos años, Laureano López Rodó, miembro del Opus Dei, empieza a descollar en la política del régimen franquista. Llegará a ser ministro del Plan de Desarrollo y ministro de Asuntos Exteriores. El 20 de noviembre de 1957 tiene un encuentro en Lourdes con Monseñor Escrivá. En su agenda de bolsillo anota ese mismo día:
"El Padre me dijo una serie de cosas que me venían al pelo:
- Tienes absoluta libertad política: ¡que no es broma!
- Que sirvas con lealtad a la Patria.
- Que procures unir, acercar, operar siempre con el signo más (traza una cruz), que es el signo de la caridad.
- Que obres con serenidad.
- Que, cuando dejes el cargo, tengas alegría. Que te importe un pito. Mejor dicho: ¡medio pito!
- Si el trabajo te impide cumplir las Normas de piedad, piensa que ese trabajo ya no es Opus Dei: es "opus diaboli".
- Que tengas siempre afán de santidad".
Cuatro años más tarde, el 27 de noviembre de 1961, López Rodó vuelve a estar a solas con Escrivá. Le visita en Roma. El Padre le insiste en los mismos temas: la caridad y la libertad. Le hace ver que "servir a la Patria por amor a Dios, es más excelente que servir a un hombre; ninguna persona merece esa servidumbre: sólo Dios". Le subraya: "En la Obra somos libérrimos: los directores ¡nunca! te darán una consigna o una sugerencia. Nosotros, como los demás católicos, seguiremos las indicaciones que pueda dar la Iglesia a través de la Jerarquía. Admitimos todas las opiniones que la Iglesia admite y todos los partidos... menos los totalitarios".
Aun sabiendo que habla con el ministro de un país donde rige una dictadura militar, o quizá por ello mismo, Escrivá se explaya en el capítulo de la libertad. Pero lo hace, situándose por encima de las cuestiones políticas, como un verdadero sacerdote: "Yo cada vez tengo más amor a la libertad. Hay que saber respetar la libertad de los demás. Y ser comprensivos: aceptar que otros tienen sus motivos para pensar de modo distinto; y admitir que nosotros podemos estar equivocados. No seamos nunca fanáticos. No hay cosa de este mundo por la que valga la pena ser fanático. Sólo prestamos adhesión sin reservas a las verdades de la fe. Pero todo lo demás ¡todo! es opinable. y si aquel o el otro piensan de modo diferente, ¿qué? ¡ni me ofende, ni me ofendo!".
En otra ocasión es Gregorio López-Bravo quien le visita en Villa Tevere, aprovechando quizás algún viaje oficial a Roma, también en su época de ministro de Franco:
"Cuantas veces intenté tratar con Monseñor Escrivá algunas dudas que me suscitaba el ejercicio de mi cargo, siempre reaccionó recordándome que su misión no era política, sino sacerdotal, y que sólo podía recordarme con fidelidad la doctrina católica. Me reiteraba que los cristianos no éramos ciudadanos de segunda clase, desentendidos o ausentes de los problemas de nuestro tiempo: teníamos que estar allí donde nace la historia (...) Siempre que intenté obtener alguna precisión mayor sobre su idea de la libertad y la responsabilidad en las actuaciones civiles, me respondía que nuestra conducta de cristianos corrientes no tiene más límites que los que marca la Iglesia y que, a esa luz, cada uno debe estudiar los problemas y buscar las soluciones concretas, actuando con conciencia recta y con plena libertad personal (...) En todas las ocasiones que hablamos, me insistió en que evitase creerme en posesión de la verdad, en temas tan opinables como los relacionados con la actividad política. Me recomendaba huir de toda intolerancia y de todo fanatismo: no puedes tratar a nadie con frialdad o con indiferencia, por el simple hecho de que piensen de manera distinta a como piensas tú".
En enero de 1970 este mismo López-Bravo, miembro del Opus Dei, casado y padre de una familia muy numerosa, recibía en su domicilio madrileño la fotocopia de un antiguo grabado de Santo Tomás Moro, que murió en el patíbulo por orden de Enrique VIII, después de haber sido depuesto en su cargo de Canciller de Inglaterra por oponerse al divorcio del Rey. En el reverso de la ilustración, había una nota autógrafa de Josemaría Escrivá de Balaguer:
"Santo Tomás Moro ha sabido amar a su familia, a su Patria, a la Santa Iglesia de Dios y al Romano Pontífice: si viviera hoy, sería socio Supernumerario del Opus Dei".
Pilar Urbano. El hombre de Villa Tevere. Plaza y Janés, Barcelona, 1995, 7ª ed.