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17 diciembre 2024

San Josemaría hoy: 1937. Pobreza

1937. Pobreza
No es preciso advertir que su indumentaria dejaba mucho que desear. Se había hecho unas fotos en San Sebastián y, como él mismo reconocía, tenía pinta de facineroso, con el rostro demacrado y la cabeza embutida en el amplio cuello del jersey azul de los días de Rialp. Pero, hasta la fecha, nadie le había ofrecido una sotana. En tales condiciones tuvo el arranque de renunciar a toda clase de estipendios, que era su única, previsible, fuente de mantenimiento. Abrigaba el deseo de que los sacerdotes de la Obra estuvieran desprendidos de todo, hasta de los recursos ministeriales, como holocausto de pobreza; era un pensamiento que le rondaba de antiguo. Y así, preocupado un día por los dineros —por la falta de dinero—, meditó las palabras del salmo: iacta super Dominum curam tuam et ipse te enutriet. Dispuesto a abandonarse en manos del Señor, no se paró en barras y llevó su resolución al extremo; de ello hace memoria en una catalina.
El 17 de diciembre salía don Josemaría para Pamplona. De nuevo aparece su Ángel Custodio en las Catalinas: A las cinco y media en punto (hora señalada anoche), me despierta el Relojerico: el despertador, que nos dejaron en la pensión, no tocó. El coche de Pradera, en el que iba, sufrió dos parones a causa de la nieve. No debía estar de mal humor el sacerdote cuando, al entrar en tierra navarra, cantaba por lo bajo aquello de:
La Virgen del Puy de Estella,
le dijo a la del Pilar:
— Si tú eres aragonesa,
yo soy navarra... y con sal.
A la hora del almuerzo, muerto de frío, llegó al palacio episcopal. De sobremesa le dijo al prelado que venía con la intención de hacer esos días un retiro espiritual. Bien, pero el Sr. Obispo, que no quería que saliese de palacio, le preparó unos libros para las meditaciones o lecturas, y le regaló un ejemplar del Nuevo Testamento, de la edición bilingüe de don Carmelo Ballester. Solamente una cosa le preocupaba al Padre de momento, antes de hacer el retiro. ¿Qué era de sus hijos? Juan y Miguel habían sido destinados a Burgos; pero nada sabía de Pedro Casciaro y de Paco Botella, hasta que a media tarde le avisaron por teléfono que ambos se encontraban ya en el cuartel de Pamplona.

Vázquez de Prada, El Fundador del Opus Dei (vol. II). Rialp, Madrid, 2002