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9 de noviembre de 1947
François Gondrand, Historia del Opus Dei y de su Fundador
El 25 de julio de 1947, un mexicano, Guillermo Porras, ha pedido la admisión en la Obra. Y al regresar a Roma, el Padre ha tenido la dicha de abrazar al primer italiano que, el 9 de noviembre de 1947, había hecho lo mismo: Francesco Angelicchio; pronto, en los primeros meses de 1948, otros le han seguido.
En ese año, aquellos de sus hijos que han comenzado a extender la semilla de la Obra en diversos países continúan dándole buenas noticias. El 9 de enero le anuncian telegráficamente que se ha producido la primera vocación en Irlanda. En abril, don Pedro Casciaro y otros miembros de la Obra han emprendido un largo periplo por los Estados Unidos y por diversos países de Hispanoamérica. El Padre les ha encargado que estudien las particularidades de cada uno y que establezcan contactos preliminares con vistas a un próximo establecimiento de la Obra. En los Estados Unidos, don Pedro ha estado con José María González Barredo, que se encontraba allí desde hacía tiempo realizando trabajos de investigación científica. Juntos, han visitado algunas de las principales ciudades del Canadá y de los Estados Unidos.
En México, adonde había llegado a mediados de mayo, ha permanecido dos meses. A su regreso a España, el Padre ha decidido empezar la labor enseguida en México y en los Estados Unidos.
A finales de 1948, en Molinoviejo, el Padre ha dado su bendición a don Pedro Casciaro, que ha partido para México a comienzos del siguiente año, acompañado por otros tres miembros de la Obra. Don José Luis Múzquiz, por su parte, se ha trasladado a los Estados Unidos en el mes de febrero...
Se encuentren donde se encuentren y sean cuales sean sus circunstancias, estos primeros miembros de la Obra enviados por el Padre a distintos países suelen proceder de la misma manera a la hora de emprender su "labor apostólica". Porque, en el espíritu del Opus Dei, esa labor es inseparable de su trabajo profesional, de sus tareas ordinarias. Así, procuran suscitar vocaciones entre sus compañeros de trabajo, mediante un apostolado de amistad y confidencia, que el Fundador ha recomendado siempre y que no es otra cosa que la superabundancia, de su vida interior: práctica sacramental, oración, mortificación -en especial la aceptación alegre de los numerosos sacrificios, grandes o pequeños, inherentes a las dificultades de los comienzos-, dominio continuo del carácter y de los sentidos... Tal es el tesoro que se esfuerzan en comunicar a los demás, en especial a aquellos cuyas virtudes humanas -generosidad, lealtad, sinceridad, etc.- pueden predisponerles a entregarse al Señor.
Los sacerdotes de la Obra, siempre muy pocos en relación con los seglares, y por tanto absorbidos por el desempeño de su ministerio, están siempre a disposición de quienes se acercan a ellos y desean avanzar por esa vía de santificación en medio del mundo que el Opus Dei les ofrece, reciban o no la vocación a la Obra.
En cuanto a las circunstancias materiales, suelen ser también muy similares. Nada más llegar a un país, buscan una casa, como el Padre había hecho en Madrid en los años treinta, donde procuran que haya cuanto antes un sagrario contando siempre con la venia del Ordinario del lugar. Allí se instalan algunos miembros de la Obra, para, desde ella, impulsar la labor apostólica y de formación de los nuevos miembros. Pero como la mayor parte de los miembros -especialmente los casados- viven con sus familias, es en ese ambiente familiar y en su entorno profesional donde ejercen su apostolado.
El Padre, mientras tanto, sigue impulsando desde Roma el desarrollo de la Obra. Anima a todos con su oración, con sus cartas, con sus iniciativas. Y, cuando puede, viaja para impulsar la labor apostólica allí donde hace falta.
En octubre de 1948, con ocasión de un viaje a España, se traslada por cuarta vez a Portugal para visitar a sus hijos en Coimbra y en Oporto, donde acaban de abrir la residencia Boavista. Son momentos de alegría para él y para los que vuelve a ver o abrazar por primera vez, a los cuales ha animado siempre a aceptar con buen humor las consecuencias de una pobreza heroica que en Portugal, como en todas partes, ha acompañado los comienzos de la labor apostólica.
Cada vez que ha visto a sus hijos partir hacia un nuevo país, ha sido como volver a sus veintiséis años, cuando, desprovisto de medios, tenía que abrir todos los caminos divinos de la tierra.
A los dos que se preparaban para reunirse en París con Fernando Maycas, les había hecho esta reflexión en voz alta: Siempre hemos empezado con medios desproporcionados.