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18 noviembre 2024

Historia de la admisión de Pedro Casciaro

18 de noviembre de 1935

Pedro Casciaro, Soñad y os quedareis cortos

Al igual que para Paco Botella, aquel día de retiro fue decisivo para mí. Ya en la primera meditación sobre el joven rico vi claro que no podía hacer lo del joven del Evangelio, apegarme a lo que tenía -o podría tener-, y marcharme triste. Y al acabar el retiro, busqué al Padre y le pedí que me dejara ser miembro del Opus Dei.

El Padre me aconsejó calma de nuevo. Me dijo que era preferible que esperara y que intensificara mientras tanto mi plan de vida espiritual. ¿Cuánto? Al principio me habló de un mes.

¡Un mes! Me pareció muchísimo. Le pedí que acortara el plazo: ¿No podían ser semanas? Cuatro, tres, dos... Fue un verdadero forcejeo.

-Padre -le expliqué-, desde que me he planteado la vocación ya no tengo tranquilidad para nada. No me puedo concentrar en el estudio... ¡Y tengo mucho que estudiar estos días!

Tanto insistí, que logré que me concediera un plazo más breve: nueve días. Me aconsejó que hiciera una novena antes de tomar una determinación.

¿Nueve días? Nueve días me parecían, en aquellos momentos, una eternidad. ¿No se podría acortar...?

Haz un triduo -concedió entonces- encomendándote al Espíritu Santo, y obra en libertad, porque 'donde está el Espíritu del Señor allí hay libertad'. Me habló mucho de libertad y me aconsejó que durante la comunión de esos tres días pidiera a Dios las gracias necesarias para tomar una determinación en libertad, porque in libertate vocati estis, me dijo, hemos sido llamados en libertad, como enseña la Escritura.

Comencé aquel triduo al Espíritu Santo el lunes 18 de noviembre. Al terminar, me había reafirmado en mi decisión de entregarme a Dios en el Opus Dei y decidí pedir formalmente la admisión en la Obra al Padre.

El Padre me había dicho con anterioridad que la petición de admisión al Opus Dei se hacía mediante una carta, escrita del propio puño y letra, dirigida a él. Naturalmente los que pedían la admisión le entregaban estas cartas directamente en mano; pero yo interpreté, no se por qué, que había que enviársela por correo y esperar respuesta; y así lo hice. Escribí la carta, la eché en un buzón de la plaza de la Cibeles, como decían los castizos, y calculé que le llegaría al Padre al día siguiente. De ese modo -pensé- cuando volviera a Ferraz para hablar con el Padre, cinco días después, ya habría recibido mi carta y habría tenido tiempo suficiente para meditar su respuesta.