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13 de noviembre de 1957
Vázquez de Prada, El Fundador del Opus Dei
Pero he aquí que, al cabo de un año de actividad apostólica sin tropiezo de ningún género, el Fundador recibió una larga misiva del Patriarca de Lisboa, fechada el 16 de septiembre de 1957; y en sus párrafos centrales decía: «El año pasado vino a Portugal el Procurador General, Rev. Álvaro del Portillo con el encargo, a lo que creo, de esclarecer la situación. Uno y otro hablamos con total sinceridad y confianza [...]. Pasó el año y vengo, pues, a comunicársela. En este espacio de tiempo he rezado, reflexionado y tomado consejo. Y la decisión es ésta: en conciencia considero que no conviene, por ahora, la admisión del Opus Dei en el Patriarcado de Lisboa, y que deben cesar sus actividades en Lisboa». Y a continuación expresa algunos reparos en el plano jurídico.
La respuesta del Fundador al Cardenal es del 30 de septiembre. En ella informaba al Patriarca de Lisboa que, luego de haber leído atentamente y meditado cuanto Su Eminencia Reverendísima me ha escrito, he sometido la cuestión enteramente al Consejo General. Seguía comunicándole cómo el Consejo General, en vista de las graves dudas de derecho suscitadas por dicha cuestión, se declaraba incompetente, remitiendo todo el asunto a la Santa Sede.
También el Cardenal Cerejeira, por carta al Fundador, fechada el 6 de octubre, se declaraba pronto a obedecer las disposiciones de la Santa Sede. A esa carta respondió el Fundador el 21 de octubre, en tono conciliador, recordando al Patriarca que el afecto y veneración que por él sentía no habían cambiado, porque el caso presente no es cuestión personal sino problema de derecho, que ambos hemos sometido al juicio de la Santa Sede.
La cuestión de derecho no fue de difícil solución. El 13 de noviembre, el Nuncio en Portugal, Mons. Cento, recibía lo decidido por la Santa Sede. A saber: la confirmación del derecho del Opus Dei a la posesión pacífica de los tres Centros, legítimamente erigidos en Lisboa.
No volvieron a verse el Cardenal y el Fundador por muchos años. Hasta que un día se enteró el Cardenal, ya octogenario, de que don Josemaría pasaría breves fechas en Lisboa. Quiso ver al Fundador y charlar con él despacio. Cuando el Padre, don Álvaro y don Javier Echevarría, el secretario del Fundador, llegaron a la casa de ejercicios donde vivía el Cardenal, éste les esperaba con ansias del encuentro. Era el 6 de diciembre de 1972.
«Nada más comenzar la conversación —cuenta el entonces secretario del Fundador—, Cerejeira se ha precipitado a decir al Padre que quería pedirle perdón por el sufrimiento y por las grandes dificultades que había provocado cuando regentaba la diócesis. Enseguida le ha interrumpido cariñosamente el Padre, para confirmarle que no había nada que perdonar y que, además, nunca se había sentido ofendido; y ha añadido el Padre que, sin cumplidos de ningún género, también le pedía perdón, si en alguna ocasión le habíamos causado el más pequeño disgusto.
No se ha conformado el Cardenal con las palabras del Padre, pues se ha dado cuenta de que el Padre le hablaba con sinceridad, pero para tranquilizarle, ya que jamás ha tenido un motivo objetivo de queja por el trabajo apostólico de la Obra en su antigua diócesis. Por eso, después de oír esa muestra de cariño del Padre, Cerejeira ha insistido en que sentía el deber, en conciencia, de pedir perdón, porque se había dejado llevar por una ceguera incomprensible y, con sus pretensiones, había querido cometer un abuso de autoridad; que había considerado despacio las cosas, y había comprobado que su actitud había sido improcedente y contra todo derecho. A continuación el Cardenal —visiblemente contento, como si se hubiese quitado una losa de encima— ha comentado: "ahora ya me puedo morir tranquilo"». El Cardenal murió a punto de cumplir los noventa.