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27 septiembre 2024

Su vida en Logroño

27 de septiembre de 1915

Vázquez de Prada, El Fundador del Opus Dei

Por san Mateo, celebraba Logroño sus fiestas, del 20 al 27 de septiembre. Pocos días antes los Escrivá se instalaron en el piso alquilado por don José, en el número 18 de la calle Sagasta, que posteriormente pasó a ser el 12. Se encontraba en la cuarta planta. Encima tenía desvanes y guardillas, por lo que prometía fríos y calores. El señor Garrigosa, propietario del comercio donde trabajaba don José, les echó una mano en las primeras dificultades, pues, según refiere Paula Royo, hija de uno de los empleados, «se dirigió a mi padre pidiendo que se ofreciera, junto con su familia, a D. José Escrivá y a Dª Dolores Albás, que venían de Barbastro, donde habían tenido un revés de fortuna».

A tono con el ambiente provinciano, don José se habituó a las salidas domingueras en familia. Elegantemente trajeado, con su bombín y su bastón, se iba a pasear a la ribera del Ebro, según informa Paula Royo: «Las dos familias salíamos juntas casi todos los domingos por la tarde, a eso de las cuatro, a tomar el sol. Generalmente, los recogíamos nosotros en la calle de Sagasta, donde vivían, pasábamos el puente de hierro sobre el Ebro y seguíamos por la carretera de Laguardia o por la de Navarra, dando un paseo [...]. Al regresar del paseo nos reuníamos en casa donde terminábamos la tarde merendando o jugando».

Doña Dolores se dedicaba a los oficios domésticos, y fue «en aquellos difíciles momentos de crisis económica, en que se encontrarían un poco descentrados en Logroño, un buen apoyo para su marido e hijos». Del ama de casa, a la que conoció y trató en Logroño un compañero de Josemaría, se nos dice que «era una mujer que mantenía siempre un ambiente señorial acorde con el de la familia de la que procedía y en la que había sido educada». Evidentemente, la señora hacía faenas caseras a las que no estaba acostumbrada, por disponer de servicio doméstico, pero se entregó gustosamente a los gratos quehaceres del hogar.

Según los recuerdos de Josemaría aquellos fueron tiempos muy duros, especialmente para el padre, que se pasó la vida capeando fatigas y obstáculos, aunque «era muy alegre y llevaba con una gran dignidad el cambio de posición». De manera que el ambiente familiar que rodeó a Josemaría, por muy duro que le resultase al muchacho, no estaba amargado por la tristeza de la adversidad, ni endurecido por una estoica resignación ante la desgracia. Muy por el contrario, en casa de los Escrivá se respiraba una humilde alegría, hecha de maneras corteses y discretos silencios. El cabeza de familia, del que se refiere que «era verdaderamente un santo», marcaba la pauta. Es de creer que eso dijeran quienes conocieron su pasado en Barbastro y su presente en Logroño, porque el caballero «tenía una gran paciencia y conformidad en todo, siempre se le veía alegre, y era llano y sencillo en el trato. Vivía toda su vida con una confiada y alegre resignación, a pesar del revés de fortuna que había sufrido. Nunca hablaba de sus preocupaciones ni se lamentaba de su situación».