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18 septiembre 2024

Asesinan a otro creyendo que era él

18 de septiembre de 1937

Vázquez de Prada, El Fundador del Opus Dei

Aun concediendo cierto margen de fantasía a aquellas señoritas, la audacia de la noticia y la truculencia de los detalles rebasan toda posibilidad de infundio. Las habladurías de las hermanas de don Norberto no eran pura invención. En este punto estaban mejor informadas que el hermano de don Josemaría. Si no ellas, otros vecinos habían visto el cadáver y oído a los milicianos jactarse de haber ahorcado a un cura. Una noticia de ese relieve no pudo menos que difundirse pronto por el barrio, tanto más cuanto que el cuerpo estuvo expuesto a las miradas de todos los transeúntes.

Posiblemente Carmen y doña Dolores sufrieran por corto tiempo —tal vez días— la angustia de la incertidumbre, pues al producirse este asesinato Josemaría se hallaba refugiado en la calle Sagasta y a veces pasaban algunos días sin saber nada de él. Lo más verosímil, sin embargo, es que a doña Dolores le llegara la noticia de la muerte violenta de su hijo por algún vecino y que madre e hija se la ocultasen a Santiago. El cual, naturalmente, consideró una patraña la historia de las hermanas de don Norberto, pues en octubre don Josemaría estaba refugiado, sano y salvo, en la clínica del doctor Suils.

El último en enterarse de que le habían asesinado fue la víctima en cuestión, que el 18 de septiembre de 1937 escribía a sus hijos en Valencia, todavía sin saber a ciencia cierta si había sido fusilado o ahorcado:

Una noticia atrasada: me han dicho —a mí y en mi cara— repetidas veces que a mi hermano Josemaría le encontraron colgado de un árbol, en la Moncloa, según unos; otros, en la calle de Ferraz. Hay quien identificó el cadáver. Otra versión de su muerte: que lo fusilaron.

¿Cómo es posible que en las 170 cartas escritas desde el Consulado no se aluda siquiera a esta "noticia atrasada"? La respuesta es muy simple. Hasta entonces no había podido mantener don Josemaría una larga y reposada conversación con su madre. Fue doña Dolores, sin duda, quien le puso al tanto de las diversas versiones que corrían sobre su presunta muerte. Porque no es un tema que casual y caprichosamente acuda a la memoria del sacerdote sino que, para él, en esos días de septiembre de 1937, constituye noticia de sorprendente actualidad, cuyo eco va rebotando en cascada, de párrafo en párrafo, por toda la carta a los de Valencia:

Suponed la cara del abuelo, ante tamañas noticias. Verdaderamente sería de envidiar, para un loco como mi hermano, un final así con el aditamento de la fosa común. ¡Qué más habría deseado el pobre, cuando se vio moribundo, en la habitación lujosa de un sanatorio caro! Digo mal: esta manera de fenecer (normal, sin ruidos, ni espectáculo), como un cochino burgués, está en mejor acuerdo con su vida, su obra y su camino. Morir así —¡oh, Don Manuel!—... pero loco, de mal de Amor.

(Este último pensamiento —la contraposición de una muerte violenta y llamativa, en medio de la calle, con la muerte callada en una cama, como estuvo a punto de sucederle en el sanatorio del Dr. Suils— lo recogería luego en Camino, señalando como más "heroico" que un aparatoso fallecer el morir inadvertido en una buena cama, como un burgués..., pero de mal de Amor).

Y en otro párrafo, de esa misma carta, dedicado a levantar el ánimo de una persona, todavía no recuperada del dolor que le produjo la muerte de su padre, recae de nuevo en el tema de la "noticia atrasada": Yo —¡ríete, hombre!— no me pienso morir: desfilar, solamente desfilar. (Entre los posteriores escritos del Fundador hay otra referencia a ese suceso, en una carta de 1943, dirigida a los miembros del Opus Dei:

Ni antes ni después de 1936 he intervenido directa o indirectamente en la política: si he tenido que esconderme, acosado como un criminal, ha sido sólo por confesar la fe, aun cuando el Señor no me ha considerado digno de la palma del martirio: en una de esas ocasiones, ahorcaron delante de la casa en que vivíamos, a una persona que habían confundido conmigo.

Nunca se supo la identidad de la víctima. Aquel muerto, sin embargo, tuvo mejor trato que el soldado desconocido. Carecía de tumba, pero reposaba en el agradecimiento del Fundador, y siempre hubo para él una llama encendida en su memoria. «Me consta —testimonia Mons. Javier Echevarría— que rezó por esa persona durante toda su vida, mientras pedía perdón al Señor por los que habían cometido el asesinato».

Aquel sacerdote se dio cuenta, una vez más, de que vivía de prestado y de que el Señor había confundido la furia de sus perseguidores, brindando así cierta tranquilidad a los de su familia.