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17 de septiembre de 1934
Inédito, Algunas fechas de la vida de san Josemaría
San Josemaría habla claramente a la Abuela, a tía Carmen y a tío Santiago de la Obra, para pedirles que -de la herencia que habían recibido de un pariente cercano- le ayuden económicamente en la instalación de la Academia DYA. La Abuela y tía Carmen se daban cuenta de algo puesto que se percataban de la intensidad de las mortificaciones del Padre y de su apostolado.
Don Álvaro contaba en una tertulia el 14-II-80: "El Padre no contestaba nunca a la Abuela cuando, preocupada como buena madre por el futuro humano de su hijo, le decía: hijo mío, se te pasa el tiempo, tienes que hacer algo de lo que puedas vivir: ¿por qué no preparas unas oposiciones de catedrático, o para una canonjía. El Padre callaba, no por ser un mal hijo, sino porque consideraba que la llamada que había recibido de Dios era cosa de su alma y nada más -era el secreto del Rey- hasta que la Iglesia no se pronunciase, o hasta que las circunstancias le llevasen a hablar. Y lo que le empujó a hacerlo fue la necesidad de medios económicos: hubo de pedir ayuda a la Abuela y a tía Carmen, después de hablarles de las dos Secciones de la Obra; ya anteriormente les había dicho que rezaran, sin explicarles más".
Contaba al modo de colaborar de tío Santiago, entonces un niño, metiendo trozos de periódicos en un fichero que usaba el Fundador. En una carta, el Padre relataba a los de la Obra cómo se desarrolló la conversación: "Al cuarto de hora de llegar a este pueblo (escribo en Fonz), hablé a mi madre y a mis hermanos, a grandes rasgos, de la Obra. ¡Cuánto había importunado para este instante, a nuestros amigos del Cielo! Jesús hizo que cayera muy bien. Os diré, a la letra, lo que me contestaron. Mi madre: "bueno hijo: pero no te pegues, ni me hagas mala cara". Mi hermana: "ya me lo imaginaba, y se lo había dicho a mamá". El pequeño: "si tú tienes hijos..., ¡han de tenerme mucho respeto los mochachos!, porque yo soy... ¡su tío!". Enseguida, los tres, vieron como cosa natural que se empleara en la Obra el dinero suyo. Y esto -¡gloria a Dios!-, con tanta generosidad que, si tuvieran millones, los darían lo mismo".
En una tertulia el 1 de enero de 1974, recordaba el Padre aquella ocasión en la que les habló a la Abuela y tía Carmen claramente de la Obra: "Fue cuando pusimos la primera Residencia. Como yo no tenía dinero, le pedí una ayuda. Hablé con mi madre y con mi hermana Carmen. Pensé que nos encontrábamos los tres solos, pero Santiago -con sus juegos de niño- había venido también. Estaba detrás de mí, y lo escuchó todo. Cuando oyó lo que les decía, me tiró de la sotana y me dijo: ¡claro!, por eso te ciliciabas. Se inventó un verbo nuevo. No me lo habían contado nunca. Yo metía los cilicios dentro de unos zapatos, en el armario, para que el chico no se los cogiera; pero en una ocasión, como lo revolvía todo, lo descubrió y se fue a mi madre: -Mamá, fíjate lo que le he pescado a Josemaría. - Déjalo donde estaba, le respondió. - ¿Y qué es?, preguntó Santiago. -Un cilicio. El se aprendió la palabra, y me la repitió al cabo de los años.
Después de hablarle de la Obra, di a mi madre una historia de don Bosco: le gustaba recibir visitas, hacer punto, leer un poco... Pareció no hacer caso, pero al cabo del tiempo me dijo: - ¿Qué quieres? ¿Que haga como la madre de don Bosco? ¡Ni hablar!. - ¡Pero si lo estás haciendo ya!, le contesté.
Nos vino muy bien que mi madre y mi hermana quisieran encargarse de la Administración de nuestros primeros Centros. Si no, no hubiéramos tenido un verdadero hogar: nos habría salido una especie de cuartel". El dinero que les pidió se lo dieron a a pesar de que aquella herencia era la esperanza de salir de muchos apuros económicos. No les importó seguir con estrecheces y privaciones por ayudar a la Obra y a su Fundador.
Cuenta la Baronesa de Valdeolivos que la familia de san Josemaría se desprendió incluso de su propia hacienda y que en septiembre de 1933 estuvieron todos en Fonz, al fallecer Mosen Teodoro, hermano del abuelo, para disponer la venta de todo lo que tenían, que no era poco: "Recuerdo que en el Palau, la familia tenía una finca bastante grande. En el pueblo extrañó que quisieran deshacerse de todo. Con el tiempo se piensa más: debió ser muy triste para ellos, pero fue una demostración palpable del desprendimiento de las cosas de la tierra".