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9 de agosto de 1936
Inédito, Algunas fechas de la vida de san Josemaría
Después del ataque al Cuartel de la Montaña el 19 de julio, situado enfrente de la Residencia de Ferraz 16, el Padre tuvo que salir de Ferraz, al día siguiente, vestido con un mono de trabajo y fue a la casa de la Abuela (Calle Dr. Cárceles). Comenzaron los asesinatos de sacerdotes y religiosos por todo Madrid. Estuvo escondido en la casa de la Abuela hasta este día 9. Alguien comunicó la sospecha de que en breve se harían registros en ese edificio, pues se sabía que existían varias personas escondidas. El Padre se marchó, dejando a la Abuela, a tía Carmen y tío Santiago, y poco después comenzaron los registros. La Abuela le dio una de las dos alianzas que llevaba -la del Abuelo- para que se la pusiera en la mano.
Estuvo en casa de un amigo -en la calle Sagasta- hasta finales de agosto. Mientras, se sucedían las noticias de asesinatos de religiosos y sacerdotes. A algunas personas (entre ellas, las primeras de la Obra) les llegó la falsa noticia -con lujo de detalles- del asesinato de el Padre (durante toda la guerra civil, los comunistas asesinaron casi 7 mil personas entre sacerdotes y religiosos).
Septiembre lo pasó en un piso de la calle Serrano, que era de unos argentinos amigos de don Álvaro. El 1 de octubre tuvo que abandonar este refugio, y pasó varios días durmiendo donde y como podía. Poco después, consiguió escondite en un sanatorio psiquiátrico, haciéndose pasar por enfermo mental, que dirigía el Dr. Suils, conocido del Padre de los tiempos de Logroño. Su estancia en el manicomio fue especialmente dura, también porque se agravó el reumatismo que padecía: llegó a pasar cerca de dos semanas sin poder moverse. La inmovilidad de las articulaciones fue tan seria que le tenían que dar de comer. Incluso el Sanatorio sufrió un registro por parte de los milicianos pues estaban informados de que se escondía gente sana ahí. Una enferma mental repetía constantemente al Padre: usted es San José.
Contaba don Álvaro en una tertulia en Roma el 11-III-81: "Ya sabéis que, durante la guerra civil española, tuvimos que internar a san Josemaría en un manicomio para salvarle la vida. Por aquella época, en Madrid, ser sacerdote era tener firmada la sentencia de muerte..., y el Fundador se escondía en un sitio y en otro, donde podía, para escapar. Uno de esos lugares fue un manicomio dirigido por el Dr. Suils, un antiguo compañero suyo de colegio en Logroño. Había en aquella casa locos de verdad, y otras personas que se hallaban refugiadas. Uno de éstos era el hermano del Duque de Alba; lo sacaron de allí para matarlo. El Padre fingía que estaba loco. Un día le avisaron que una de las enfermeras -la pobrecilla era muy contraria a la religión- sospechaba que no era un enfermo mental: eso constituía un peligro evidente, pues podía denunciarle en cualquier momento. Entonces, el Padre decidió darle un buen susto y hacerle creer que estaba loco. Una vez que coincidió con ella en un pasillo, puso cara de perturbado mental, la empujó fuertemente y la encerró bajo llave en una habitación mientras le decía: no se lo diga a nadie, pero yo soy el Dr. Marañón... Era un médico muy famoso en España. La enfermera se asustó mucho, y desde entonces se quedó convencida de que el Padre estaba loco de remate.
Como aquel refugio no era demasiado seguro -los milicianos hacían registros de vez en cuando-, lo sacamos de allí en cuanto fue posible. Entre los enfermos de verdad, había una mujer, ya mayor, catalana, que era temible. Pasaba como lista a los que estaban ahí, y les echaba en cara todo lo malo, cosas tremendas. Pero al llegar al Padre, decía: don José no es don José, sino San José, porque es muy bueno; es obispo, afirmaba, porque se daba cuenta de que era sacerdote". Por otro lado, a pesar del enorme riesgo que suponía para su vida: "el Padre había advertido al director del manicomio que, como sacerdote, no podía permitir que matasen a alguno de los que estaban refugiados allí, sin antes darle la absolución. Estaba dispuesto a hacer esto, aun jugándose la vida. Se disgustó profundamente cuando una vez se llevaron a dos personas, sin que nadie le dijera nada".
Se conserva una carta escrita por el Padre (de fecha 12-III-1937), escrita desde el manicomio y dirigida, en clave, a todos sus hijos. Es una de las primeras cartas firmadas con el nombre de Mariano. Entre otras cosas le interesaba saber qué había sucedido con don José María Hernández de Garnica, que se hallaba preso en la cárcel.
A principios de marzo de 1937, pudo refugiarse en la Legación de Honduras donde estuvo hasta el 31 de agosto del mismo año. La Abuela tuvo oportunidad de volver a ver a su hijo en la Legación de Honduras; y el Padre estaba tan delgado y pálido que no lo reconoció sino hasta que oyó: "¡Qué alegría verte, mamá!".
Salió de la Legación y, para poder continuar su actividad sacerdotal -algo había podido hacer, saliendo del Consulado con documentación falsa-, se fue a vivir a un ático de la Calle Ayala: charlaba con gente, confesaba, celebraba Misa, llevaba la Comunión, daba meditaciones, incluso organizó un curso de retiro -a este Curso de retiro asistió Tomás Alvira, que así conoció a san Josemaría-, todo con riesgo de su vida. Fue a finales del verano de 1937 que el Padre comenzó las gestiones para pasar a la zona libre de España. En octubre se fue a Valencia y de ahí a Barcelona. El 19 de noviembre comenzó el paso de los Pirineos, que terminó el 2 de diciembre de 1937, en que llegó a Andorra.