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28 agosto 2024

Dramático registro

28 de agosto de 1936

François Gondrand, Historia del Opus Dei y de su Fundador

El 27 y el 28 de agosto, los "nacionales" bombardean Madrid y los milicianos refuerzan la vigilancia. El 30, a primera hora de la mañana, llaman a la puerta. Todos temen que se trate de un registro. Según lo convenido, la sirvienta tarda en abrir, para que los refugiados tengan tiempo de escapar por la puerta de servicio y esconderse en el desván. Pero no es más que una vecina y pronto pueden regresar al piso.

A última hora de la mañana, llaman de nuevo a la puerta. La sirvienta acude, sin prisa. Esta vez sí son los milicianos. Para llamar la atención de los que están dentro, grita:

- "No hay nadie... Soy sorda, ¿saben?... No oigo nada". Hablaba a voces, como habían quedado de acuerdo, para indicar la presencia de los milicianos.

Los refugiados, al oírla, se apresuran a alcanzar el desván. Es tan bajo, que tienen que sentarse en el suelo. El calor es asfixiante...

De pronto, oyen pasos en la escalera. Se aproximan... Parece como si los milicianos estuvieran pared por medio, aunque en realidad están en el piso de abajo. Poco a poco, los pasos se alejan, pero el ruido que hacen al registrar prosigue.

Don Josemaría ha dicho que es sacerdote al primo de Manuel, que está aterrado. En algunos momentos, los milicianos están tan cerca, que da la impresión de que van ya a registrar el desván. Entonces, les da la absolución -a él y a Juan-, sin confesión, recordándoles que deberán hacerlo en la primera ocasión que tengan. Las palabras del Padre dan tal serenidad a Juan, que no tarda en quedarse dormido...

Hacia las nueve y media cesan los ruidos. Esperan como media hora más antes de bajar hasta el cuarto. Cubiertos de polvo y con la lengua pegada al paladar llaman a la puerta del piso de una familia amiga.

- Hasta hoy no he sabido lo que vale un vaso de agua -comenta el Padre con los que le han acogido.

Entonces se enteran de que no han podido avisar a Manolo, que se encontraba fuera de casa, y lo han detenido en el momento de llegar.

Al día siguiente volvieron los milicianos y registraron el piso cuarto derecha. En el cuarto izquierda, donde se habían refugiado, ni siquiera entraron. Únicamente pidieron las herramientas que necesitaban para desvalijar el piso de al lado.

Don Josemaría trata de desdramatizar la situación gastando algunas bromas para distraer a los que están con él, pero la conversación recae inevitablemente en la guerra. Entonces rezan juntos el Santo Rosario, que el Padre dirige.

Día y medio más tarde, les dice que no es oportuno ni razonable que él y sus compañeros permanezcan más tiempo en aquella casa. Esa misma mañana, se lanzan a la calle mientras distraen la atención del portero.

Conducen a los fugitivos a un piso habitado por una viuda con dos de sus hijos, pero uno de ellos es demasiado pequeño y puede escapársele algo. Así pues, deciden buscar otro refugio.

Para don Josemaría, el peligro de que le identifiquen como sacerdote es constante. Un día, se entera de que por Madrid corre el rumor de que lo han matado. Y es que, a un hombre que se le parecía mucho, lo han ahorcado en un árbol, cerca de la casa de doña Dolores. La noticia le deja petrificado. Imagina lo que sentirá su madre y su pensamiento no se aparta de aquel pobre hombre, asesinado en su lugar. En adelante, le encomendará en su Misa diaria...

Amigos hay que rehúsan acogerle, sabedores de lo arriesgado que es esconder a un sacerdote. Incluso los que le alojan, lo hacen con miedo, por lo que el Padre se apresura a irse para no hacerles correr riesgos innecesarios. Dormirán en un lugar diferente cada noche y, de día, circularán por las calles, pues no tienen documentación alguna.

Como no puede celebrar la Santa Misa -lo cual le hace sufrir mucho-, el Padre recita de memoria todas las oraciones litúrgicas, excepto las palabras de la consagración. La colecta, la secreta y la postcomunión son invariables (una súplica al Señor para que envíe operarios a su mies), lo mismo que el Evangelio: la llamada de Jesús a los Apóstoles. Una comunión espiritual sustituye a la Comunión. Don Josemaría las llama misas secas.