Página inicio

-

Agenda

6 junio 2024

Episodio místico de san Josemaría

6 de junio de 1938

Pedro Rodríguez, Camino, edición crítica

555* ¡Verdaderamente es amable la Santa Humanidad de nuestro Dios! -Te «metiste» en la Llaga santísima de la mano derecha de tu Señor, y me preguntaste: «Si una Herida de Cristo limpia, sana, aquieta, fortalece y enciende y enamora, ¡qué no harán las cinco, abiertas en el madero?»

Original sobre una octavilla Re. Se trata de un episodio místico de la vida del Autor, aquí despersonalizado según su costumbre. Puede considerarse -la redacción de este punto- prototípica de la manera de narrar que le es propia cuando se quiere esconder como sujeto del suceso y a la vez mantener el estilo dialógico del libro. En este caso tenemos toda la documentación deseable. Era en Burgos, 6-VI-1938. Iba hacia el Monasterio de las Huelgas, donde investigaba su tesis doctoral. Caminaba despacio, por la mañana, haciendo oración. Lo anotó telegráficamente por la noche:

«Lunes 6 de junio. Mi oración de la mañana camino de las Huelgas: guiado por S. José, me he metido, con luz del Espíritu Santo, en la Llaga de la mano derecha de mi Señor».

El acontecimiento le dejó transido todo el día. Cuando por la noche escribe en el Cuaderno sigue en la Llaga de Cristo. Por la tarde escribió sobre el tema a Juan Jiménez Vargas, el más antiguo miembro del Opus Dei que estaba en la zona nacional, con el que hablaba con extrema profundidad de muchas cosas (en Burgos no tenía a nadie «mayor» con quien hablar y comunicar las cosas de Dios):

«Querido Juanito: esta mañana, camino de las Huelgas, a donde fui para hacer mi oración, he descubierto un Mediterráneo: la Llaga Santísima de la mano derecha de mi Señor. Y allí me tienes: todo el día entre besos y adoraciones. ¡Verdaderamente que es amable la Santa Humanidad de nuestro Dios! Pídele tú que El me dé el verdadero Amor suyo: así quedarán bien purificadas todas mis otras afecciones. No vale decir: ¡corazón en la Cruz!: porque si una Herida de Cristo limpia, sana, aquieta, fortalece y enciende y enamora, ¡qué no harán las Cinco, abiertas en el madero? ¡Corazón, en la Cruz!: Jesús mío, ¡qué más querría yo! Entiendo que, si continúo por este modo de contemplar (me metió S. José, mi Padre y Señor, a quien pedí que me soplara) voy a volverme más chalao que nunca lo estuve. ¡Prueba tú! [...] Un abrazo. Desde la Llaga de la mano derecha, te bendice tu Padre, Mariano».

La gran tradición de la piedad cristiana, siguiendo a los grandes Santos, siempre ha «mirado» con amor a las llagas de Cristo y se ha «introducido» en ellas. Es inmensa la bibliografía sobre el tema. Escrivá, como tantos fieles cristianos a lo largo de siglos, recitaba cada día después de la Misa la oración En ego: «con gran amor y compasión voy considerando vuestras cinco Llagas», y pedía a Jesús: «dentro de tus Llagas ¡escóndeme!». Impresiona la insistencia del Autor en que era la Llaga de la mano derecha. Copio aquí este texto de Santa Teresa:

«Aparecióme como otras veces y comenzóme a mostrar la llaga de la mano izquierda, y con la otra sacaba un clavo grande que tenía metido. Parecíame que a vuelta del clavo sacaba la carne. Víase bien el gran dolor, que me lastimaba mucho».

La unión e identificación del Autor con Cristo en el misterio de la Cruz le lleva a esta expresión sorprendente: «¡Corazón, en la Cruz!: Jesús mío, ¡qué más querría yo!». Perderse con Cristo en la Cruz es, pues, para él, la máxima felicidad. Para la inteligencia del texto es necesario, me parece, ponerlo en relación con el p/163, escrito en la Legación de Honduras, y la exclamación allí contenida -como aquí-: «¡Corazón, en la Cruz!». Estas palabras y su contexto espiritual eran evidentemente conocidos por el destinatario, que estuvo refugiado en Honduras con el Beato Josemaría, donde habría meditado la octavilla del futuro p/163. En la carta de 6 de junio hay un diálogo implícito con Jiménez Vargas a propósito de este punto, que tiene un fuerte contenido «ascético», a «contracorriente» de las pasiones, podríamos decir. Ahora, en cambio, el Autor ha tenido una renovada experiencia de la dulzura de la Cruz: tener el corazón en la Cruz no es «crucificarlo», sino meterlo en la alegría de Cristo. Viene a decir al joven alférez médico -que leerá la carta en el frente de Teruel- que ese «¡Corazón, en la Cruz!» del p/163, en la entera Cruz de Cristo, es la cumbre de la «mística», la felicidad total en Cristo: «Jesús mío, ¡qué más querría yo!». Es puro don de Dios. La purificación del corazón, a la que aspiraba en el p/163, es ahora una pura consecuencia.

La práctica de «meterse» en las llagas de Cristo venía de lejos en Josemaría Escrivá. De enero de 1934 es la consideración que da lugar al p/288 de C. Y de julio de ese año el deseo de cumplir el propósito «antiguo» de meterse cada día «en la Llaga del Costado de mi Señor». Vid textos en com/288. Dentro del camino hacia la santidad que el Autor señalaba, la contemplación de las Llagas de Jesús ocupaba un lugar importante en la vida de oración.