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19 de junio de 1933
Inédito, Algunas fechas de la vida de san Josemaría
No habían transcurrido siete meses desde su estancia en Segovia, cuando su espíritu reclamaba de nuevo soledad. Escribía nuestro Padre el 11-V-1933: Cada día siento más la necesidad de retirarme durante una temporada, para llevar vida exclusivamente de contemplación: Dios la Obra y mi alma.
El Padre está metido de lleno en las gestiones de abrir la Academia DYA, para la que no cuenta con recursos económicos. Las reuniones con los de Casa y de San Rafael seguía haciéndose en la casa de Martínez Campos donde vivían nuestro Padre, la Abuela y sus hermanos, pero ya era insuficiente. Nuestro Padre quería comenzar la Academia en octubre de 1933.
Preocupaba también enormemente a nuestro Padre la situación económica de su familia. Era una pobreza extrema -nuestro Padre era el único que podía reportar ingresos-, que la Abuela y los hermanos de nuestro Padre llevaban con mucho pudor y con mucha paz. Pero nuestro Padre pedía intensamente a Dios tranquilidad e independencia económica para los suyos, de tal modo que él pudiera dedicarse exclusivamente a las cosas de la Obra. Pero esa solución no aparecía y nuestro Padre sacaba dinero -poco- dando clases. Dios, mi Padre y Señor, suele darme alegría en medio de la pobreza total en que vivimos. A los demás de casa, excepto algún pequeño rato, también les da esa alegría y esa paz.
Comenzó su Curso de Retiro el 19 de junio de 1933. Lo hizo, como siempre, por su cuenta. Todo discurría con tranquilidad, hasta que un día se armó en la calle un escándalo feroz. Un grupo de jóvenes amenazaban con incendiar el convento. Nuestro Padre se asomó a la ventana al oír la gritería y volvió a recogerse en silencio. El Curso de Retiro duró ocho días.
El 22 de junio, jueves, víspera del Sagrado Corazón, escribe: sentí la prueba cruel que hace tiempo me anunciara el P. Postius (Ap. Int. 1729).
El P. Postius, religioso claretiano, fue quien confesó a san Josemaría el tiempo que el P. Sánchez estuvo escondido, y quien le anunció una fuerte prueba. Nuestro Padre había escrito el 15-II-1932: El P. Postius, con quien vengo confesándome desde que se escondió el P. Sánchez, al ponerse en vigor el decreto de disolución de la Compañía, me dijo también que llegará tiempo en que la prueba consista en no sentir este sobrenatural impulso y amor a la Obra. Esa dolorosa prueba sería producto de un no sentir la divinidad de su Obra, siendo que en mayo de 1930, nuestro Padre había escrito: Ni una sola vez se me ocurre pensar que ando engañado, que Dios no quiere su Obra. Todo lo contrario.
La tarde, pues, del jueves, víspera del Sagrado Corazón, meditaba nuestro Padre sobre la muerte. Si le llegara en aquel instante, ¿cuáles eran sus disposiciones?, ¿qué podría arrebatarle? Se examinó y se halló desprendido de todo, o de casi todo: Hoy no creo que estoy apegado a nada. Si acaso -se me ocurre- al cariño que tengo a los muchachos y a mis hermanos todos de la Obra. Y rogaba a Dios que, cuando viniese la muerte, para llevarle ante su presencia, no le encontrase atado a cosa alguna de la tierra.
Esa misma tarde le sobrevino la prueba suprema del desprendimiento. Era como el si el Señor, por breves instantes, le arrebatase la luz clara del 2 de octubre de 1928, dejándole flotar entre los pensamientos adversos que asaltaron su mente. Nuestro Padre lo narra así: A solas, en una tribuna de esta iglesia del Perpetuo Socorro, trataba de hacer oración ante Jesús Sacramentado expuesto en la Custodia, cuando, por un instante y sin llegar a concretarse razón alguna -no las hay-, vino a mi consideración este pensamiento amarguísimo: "¿y si todo es mentira, ilusión tuya, y pierdes el tiempo..., y -lo que es peor- lo haces perder a tantos?".
Un repentino vacío sobrenatural, una suprema angustia, le anegó de amargura el alma. Fue cosa de segundos, pero ¡cómo se padece!. Entonces, con un arranque de desprendimiento, ofreció al señor, de raíz, su voluntad. Le ofreció desprenderse de la Obra, caso de que fuera un estorbo: Si no es tuya, destrúyela; si es, confírmame. Y añade nuestro Padre: Domine, ut sit! Inmediatamente me sentí confirmado en la verdad de su Voluntad sobre su Obra (Ap. Int. 1730). Estas palabras de ofrecimiento de la Obra, las escribió nuestro Padre en el instante de suceder el hecho (Ap. Int. 1729) en la iglesia; y que dejaba constancia de este hecho, porque deseo que los primeros estén enterados de las pequeñeces divinísimas que han rodeado el nacimiento de esta milicia de Cristo. Con ese conocimiento y con el que de mis miserias vayan adquiriendo, al tratarme, no podrán menos de amar la Obra y de exclamar: ¡verdaderamente esta Obra es... la Obra de Dios!
Meditando durante el retiro hizo una lista de lo que denominaba sus pecados actuales: - Desorden. Gula. La vista. El sueño.
Desorden. Nuestro Padre redacta una nota al final del Retiro titulada: Acción Inmediata. El remedio del desorden es abandonar toda actividad que no estuviera directamente encaminad al servicio de la Obra: Debo dejar toda actuación, aunque sea verdaderamente apostólica, que no vaya derechamente dirigida al cumplimiento de la Voluntad de Dios, que es la Obra. Propósito: He llegado a confesar semanalmente en siete sitios distintos. Dejaré esas confesiones, excepto los dos grupitos de muchachas universitarias.
Gula. A nuestro Padre le gustaba el dulce: mi gula andaba por medio. Aunque, hay que darse cuenta de que con su fuerte exigencia en el terreno de la mortificación, su lucha se encontraba muy lejos de la gula.
El sueño. Su capacidad de trabajo y sus ansias de trabajar llevaban a nuestro Padre al agotamiento. Un agotamiento considerable. Y escribía: Me encuentro tan inclinado a la pereza, que, en lugar de moverme a levantarme a mi hora por la mañana el deseo de agradar a Jesús, he de engañarme, diciendo: "después te acostarás un ratito durante el día". Y, cuando antes de las seis camino hacia Santa Isabel, bastantes veces me burlo de ese peso muerto que llevo y le digo: "borrico mío, te fastidias: hasta la noche, no vuelves a acostarte".
El 22 de junio de 1933, nuestro Padre se fija las disciplinas, cilicios, ayuno y días de dormir en el suelo, para ser aprobadas por su confesor. En esos días, escribe una nota a su confesor, en la que le dice: Me pide el Señor indudablemente, Padre, que arrecie la penitencia. Cuando le soy fiel en este punto, parece que la Obra toma nuevos impulsos.
Y propone:
= Disciplinas: lunes, miércoles y viernes: más otra extraordinaria en las vísperas de fiesta del Señor o de la Ssma. Virgen: otra semanal extraordinaria, en petición o en acción de gracias.
= Cilicios: dos cada día, hasta la hora de comer: hasta la cena uno: Martes, el de cintura, y viernes el del hombro, como hasta ahora.
= Sueño: en el suelo, si es de tarima, o sin colchonoes en la cama, martes, jueves, sábados.
= Ayuno: los sábados, tomando solamente lo que me den para desayunar (.
Establece también el tiempo y tipo de lecturas que ha de hacer y confiesa que no leer periódicos, para mí supone ordinariamente una mortificación nada pequeña.
Otro de los propósitos del curso de retiro es el cómo decir misa: Misa de sacerdote anciano y grave, sin amaneramientos.
Cuando nuestro Padre terminó los ocho días de retiro, los universitarios habían pasado los exámenes y preparaban sus vacaciones de verano. Antes de que se dispersasen aprovechó la última reunión con ellos para darles unos consejos y recomendaciones. Después, en medio del verano, con la gente fuera de Madrid, se sintió muy solo: ¡Qué solo me encuentro, a veces!. Es necesario abrir la Academia, pase lo que pase, a pesar de todo y de todos.