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18 de mayo de 1925
François Gondrand, Historia del Opus Dei y de su Fundador
Después de estar en Perdiguera, el 18 de mayo de 1925, reclamado por su obispo, había regresado a la sede de la diócesis.
Durante los dos años que siguieron, había vuelto a visitar varias veces los pueblos de los alrededores para ayudar a sus párrocos. Su principal labor pastoral, sin embargo, estaba en Zaragoza. Así pudo vivir en casa de su madre y, una vez realizadas las tareas que le habían sido encomendadas -entre ellas la de capellán de la iglesia de San Pedro Nolasco-, proseguir sus estudios de Derecho por las tardes. En San Pedro, celebraba la Santa Misa a diario y tanto en esa iglesia, como en la Universidad, encontró nuevas oportunidades de hacer apostolado.
Pasaba muchas horas en el confesionario de San Pedro Nolasco y era muy amplia su labor de catequesis. Además, los domingos solía acompañar a un grupo de jóvenes estudiantes que daban clases de catecismo a los niños de un arrabal situado al suroeste de Zaragoza, por el barrio de Casablanca.
A comienzos de 1926, antes de obtener el título de Licenciado en Derecho, ya ganaba algún dinero dando clases en una academia que acababa de abrir un joven oficial del ejército: el Instituto Amado. Allí se preparaban los aspirantes al ingreso en la Academia militar –recientemente establecida en Zaragoza-, y se impartían otras enseñanzas relacionadas con diversas Escuelas o Facultades.
Además de una intensa labor sacerdotal, el estudio y la lectura ocupaban el resto de su jornada, ya llena de por sí, en especial por la oración y la administración de los sacramentos.
Sin embargo, seguía buscando, con creciente ansiedad, la respuesta a aquella pregunta siempre abierta: Señor ¿qué quieres de mí?
Desde el fondo de su capilla, en la basílica del Pilar, la Santísima Virgen escuchaba, día tras día, su incesante petición: Domina, ut videam! Fuego he venido a traer a la tierra, ¿y qué quiero sino que se encienda... ? Ignem veni mittere in terram (Lc. XII, 49), repetía una y otra vez, con el corazón rebosante de amor a Jesucristo. Lo decía, lo repetía e incluso lo cantaba cuando estaba solo, con música que se había inventado.
La terminación de sus estudios de Derecho, en enero de 1927, le permitió proyectar seriamente el trasladarse a Madrid. Allí podría hacer el doctorado, lo cual, en aquellos tiempos, era imposible en la Universidad de Zaragoza.
Desde la muerte de su padre, las relaciones con su tío, el canónigo, y con otros parientes, eran muy tirantes. Marchar a la capital suponía, desde luego, sumergirse en un ambiente desconocido, pero también abrirse a más posibilidades de servir a las almas y, tal vez, de descubrir ese camino más concreto al que el Señor le llamaba.
No había tenido ninguna revelación extraordinaria, ninguna llamada especial que influyera en su decisión. El Señor se había servido de su Providencia ordinaria. Tras sopesar detenidamente los pros y los contras, se había informado y había expuesto a su madre sus proyectos. Ésta, ajena por completo a la verdadera naturaleza de los presentimientos que habían impulsado a su hijo a hacerse sacerdote, se preguntaba cuál sería su futuro... Así pues, fue a pasar el verano a Fonz, en casa del tío Teodoro, en espera de que llegara el momento de reunirse con Josemaría en Madrid.
El 17 de marzo de 1927, el arzobispo de Zaragoza, Mons. Rigoberto Doménech, le había autorizado, por escrito, para que se trasladara a la capital con objeto de terminar allí sus estudios de Derecho.