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1 de mayo de 1933
Vázquez de Prada, El Fundador del Opus Dei
El 1 de mayo de 1933 hace una lista de esos "pecados actuales", que coincide con la de los ejercicios de junio: Llorar: no sé si es que se hace endeble mi alma: creo que no: es que soy niño. Tengo defectos, pecados de niño malo: gula, pereza, sueño..., toda la sensualidad despierta. Y en la oración —¿cuándo tendré orden en la oración?
Y en la lista de sus pecados que escribe durante los ejercicios espirituales que hizo en junio de 1933 en la casa de los padres redentoristas de Manuel Silvela:
— Desorden. Gula. La vista. El sueño.
¿En qué consistía ese desorden? Según se lee en una nota redactada al final del retiro, titulada Acción inmediata, el remedio al desorden era abandonar toda actividad que no estuviera directamente encaminada al servicio de la Obra:
Debo dejar toda actuación —escribe—, aunque sea verdaderamente apostólica, que no vaya derechamente dirigida al cumplimiento de la Voluntad de Dios, que es la O. Propósito: He llegado a confesar semanalmente en siete sitios distintos. Dejaré esas confesiones, excepto los dos grupitos de muchachas universitarias.
En cuanto al pecado de gula, ¿qué entendía por tal don Josemaría? ¿Acaso se refería a que, para mejorar la comida y levantar el ánimo de los comensales, llevaba a casa, en raras ocasiones, algún postre? Mi gula andaba por medio, comenta, pues le gustaba el dulce. Pero, ¿qué podía decir del hambre que le impulsaba —son sus propias palabras— a comer demasiado pan, hasta el punto de creer que peco de gula comiendo pan, que además me engorda mucho y me sienta mal para la digestión?
Es evidente que, con sus insatisfechas exigencias de mortificación, su conciencia se encontraba allende las fronteras de la gula y del hambre. En esos días de retiro escribió una nota a su confesor, en la que se lee: Me pide el Señor indudablemente, Padre, que arrecie en la penitencia. Cuando le soy fiel en este punto, parece que la Obra toma nuevos impulsos. Resultaba así que el vigor apostólico de la Obra se rehacía a costa de las penitencias redobladas del Fundador.
Su capacidad de trabajo, y sus ansias de trabajar, le llevaban al agotamiento. Y, contra las delicias del sueño, que le reclamaba de madrugada, se servía de estratagemas:
Me encuentro tan inclinado a la pereza —anotaba para conocimiento de su confesor—, que, en lugar de moverme a levantarme a mi hora por la mañana el deseo de agradar a Jesús, —no se ría— he de engañarme, diciendo: "después te acostarás un ratito durante el día". Y, cuando antes de las seis camino hacia Santa Isabel, bastantes veces me burlo de ese peso muerto que llevo y le digo: "borrico mío, te fastidias: hasta la noche, no vuelves a acostarte".
En fin, por lo que se refiere a la vista, su audaz y titánico propósito de No mirar, ¡nunca! estaba, indudablemente, resguardado por una exigente finura de conciencia, que imponía continuas renuncias a sus sentidos.