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3 de abril de 1926
Vázquez de Prada, El Fundador del Opus Dei
En carta del 19 de diciembre de 1925 el Arzobispo de Zaragoza, en contestación al Presidente de la Diputación Provincial, dice:
«Muy Sr. mío y distinguido amigo: Contesto a su apreciable carta en la que me recomienda a D. José Escriba [sic] para la capellanía de las M.M. Reparadoras manifestándole con gran sentimiento mío que desde hace ocho días está concedida a D. Manuel de Pablo por quien ha sido aceptada.
Tendré sumo gusto en poder servirle en otra ocasión pues ya sabe que con entera libertad puede disponer de su affmo. amigo s. s. y Prelado que le bendice. — El Arzobispo». Esa otra ocasión de poder servirle se presentó, pintiparada, a finales de marzo; y ésta es la respuesta que, con fecha 3 de abril de 1926, dio el Sr. Arzobispo al Presidente de la Diputación:
«Muy Sr. mío y distinguido amigo: Cuando recibí su apreciable carta en la que me recomendaba a D. José Escrivá, Pro. para la capellanía de las monjas de la Encarnación, tenía ya hecho y firmado el nombramiento en favor de otro Señor. Muy de veras siento no poder complacer a V. que ya comprenderá que no es por falta de voluntad».
Estas cartas dan la impresión de que las capellanías le fueron denegadas a causa del excesivo número de candidatos, o al mayor mérito de los pretendientes. Pero, examinando fríamente el comportamiento de la curia, es obligado aceptar el criterio, mejor informado, de quienes conocían los entresijos de la vida clerical en Zaragoza. Lo que estaba sucediendo lleva a pensar que alguien, valiéndose de su influencia, hacía lo posible para expulsarlo de la diócesis, ya fuese de buenas formas o «a palos».
Juicio que concuerda con los hechos y que nada tiene de aventurado, porque don José Pou de Foxá, con la certeza que le daban sus muchos contactos con las autoridades de la diócesis y con el mundillo de la clerecía, no tenía dudas sobre ello. Conocedor del cerco de aislamiento trazado en torno al joven sacerdote, y de que éste «no tenía campo» en Zaragoza, le aconsejó que se fuese a Madrid.
Hay también una anotación de 1931, en que don Josemaría nos da un indicio de la tirantez mantenida por la curia, cuando sugiere: Sería muy interesante que contara aquí lo sucedido con mis testimoniales en Zaragoza, pero no lo cuento. Su único y caritativo comentario en esta materia fue que el Señor permitió que le hicieran unas providenciales injusticias. Providenciales porque, abriéndole unas puertas y cerrándole otras, Dios le encaminaba, paso a paso, al lugar y momento escogidos para responder a aquel grito suyo: Domine, ut videam! El sacerdote, como un pobre ciego, seguía haciendo gestiones sin saber adónde iría a parar.