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28 de abril de 1932
Pedro Rodríguez. Edición crítica
98 Después de la oración del sacerdote y de las vírgenes consagradas, la oración más grata a dios es la de los niños y la de los enfermos.
Original en el cuaderno v, nº 524, escrito el 30-XII-1931. Es exacto su tenor literal. Por el contexto se entiende que está hablando de la oración de petición. La alusión a la fuerza intercesora de la oración de los sacerdotes y de las vírgenes consagradas es sin duda una afirmación tradicional. Lo que más arriba dice el autor del sacerdote como «alter Christus» (vid com/66) es en c, a mi parecer, la base teológica de esa primacía de la intercesión sacerdotal que sube al cielo desde la tierra, especialmente en la santa misa. La colocación de las vírgenes «consagradas» a continuación se basa, supongo, en el excelso carácter que la tradición otorga al «status» eclesial de estas vírgenes. En todo caso, Escrivá buscó con ahínco la fuerza de esas plegarias. Hay testimonios de que paraba por la calle a compañeros sacerdotes, sin conocerlos, con el exclusivo objeto de pedirles que rezaran por una intención suya:
«sigo pidiendo oraciones hasta a personas desconocidas, religiosas p.e., a quienes abordo en la calle, solicitando de su bondad la limosna espiritual de un 'padre nuestro'».
Algunos de esos encuentros -en el Madrid de los años treinta- fueron el inicio de profundas amistades sacerdotales. A las monjas del patronato de Santa Isabel las tenía rezando por intenciones suyas continuamente.
Si sacerdotes y vírgenes tienen esa prelación que podríamos llamar «institucional», los niños y los enfermos eran la debilidad «existencial» del autor, a imitación del maestro (vid p/419). Detrás de este punto está, en efecto, la experiencia de aquellos años en que confesaba a tantos niños en el patronato de enfermos y su labor con los enfermos en el patronato y en los hospitales de Madrid:
«28 de abril de 1932: continúo rezando cada día, con las niñas de Sta. Isabel que preparo para la primera comunión, una avemaría -les digo- por el santo a palos».
Ya se ve lo que hay detrás de esta ingenua y -para las niñas, seguro- divertida oración. Don Josemaría les había dicho que había uno que tenía que ser santo, aunque fuera a palos, y que había que rezar por él. Unos días antes había hecho esta súplica al Señor, que quedó escrita en el cuaderno v, nº 699, 15-iv-1932:
«Jesús: tu borrico cree en ti, te ama y espera. Hazme santo, mi dios, aunque sea a palos».
Sobre la intercesión de los enfermos, vid com/208. Fue, como he dicho, una de sus grandes experiencias durante su trabajo en el patronato de enfermos. Escrivá pensaba en la intercesión de aquellos que ayudó a bien morir:
«pienso que algunos enfermos, de los que asistí hasta su muerte, durante mis años apostólicos (!), hacen fuerza en el corazón de Jesús...».
No deja de ser interesante lo que se escribió en aquellos años acerca de quiénes «caben» y «no caben» en el Opus Dei:
«caben: los enfermos, predilectos de Dios, y todos los que tengan el corazón grande, aunque hayan sido mayores sus flaquezas».