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24 abril 2024

En la parroquia de Perdiguera

24 de abril de 1925

Vázquez de Prada, El Fundador del Opus Dei

Hacía apenas tres semanas de su llegada, y la parroquia funcionaba ya con regularidad, cuando tuvo una visita sorpresa. El padre del párroco enfermo se presentó de improviso, reclamando, en nombre del hijo, los derechos de altar y estola por las misas que había celebrado el Regente, las Horas Santas últimamente organizadas y los demás derechos parroquiales. Don Josemaría escribió a su tío Carlos, pidiéndole consejo y parecer en lo que consideraba una injusta y descarada pretensión. Pudo, claro está, dirigirse directamente a la curia, pero quiso aprovechar el incidente como pretexto para tender, con delicadeza, un puente que restableciera las endebles relaciones con el arcediano. No tardó en llegar la respuesta oficial del Arzobispado, con fecha 24 de abril, en la que cabe sospechar un cierto desinterés del arcediano por el sobrino:

«Secretaría de Cámara del Arzobispado de Zaragoza

Sr. D. José Mª Escrivá.Perdiguera

Mi estimado amigo: Tu tío Carlos, que sale hoy para Burgos, me ha dejado la carta que le has escrito a la que contesto:

1º Puedes y debes firmar las partidas sacramentales.

2º Siendo tú el responsable de cuanto ocurra durante la ausencia del Cura (que se ha ido sin permiso de nadie) no puedes consentir que el padre ni otro de la familia recoja el dinero que dan los fieles para las almas.

3º Los derechos parroquiales son de tu absoluta pertenencia. Por caridad y durante un corto tiempo, que puede suponerse ha de tardar en volver, puedes ofrecerle la mitad de los derechos; pero haciendo constar que son tuyos.

4º Enseña esta carta al padre del cura, si lo crees oportuno, para que sepa debe abstenerse en absoluto de toda intervención en la parroquia. Por consiguiente que no vuelva a suceder eso de ir cobrando Horas Santas y Misas que tú celebras.

5º De cuanto anormal hayas observado en la parroquia estás obligado a dar cuenta al Sr. Vicario y no a tu tío, aunque el Sr. Arcediano sea tan atendido en el Vicariato. Soy tuyo affmo.

Juan Carceller

24-4-1925.

Los documentos de la Secretaría de Cámara no contienen la secuencia de esta historia. Don Josemaría tenía blando el corazón, pero también tenía una familia a la que alimentar. Lo más probable es que, ateniéndose a la sugerencia del Secretario, compartiese los derechos parroquiales con la familia del otro cura.

Con un cuidado casi escrupuloso, para no mezclar las atenciones espirituales con las dádivas materiales de los fieles, el Regente rechazaba todo lo que pudiera suponer, aun de lejos, una recompensa a sus servicios ministeriales. Aquellos campesinos, viendo que el sacerdote no aceptaba regalos, querían al menos llevar algo a los de su familia en Zaragoza, cuando iban a la capital a vender los productos de sus tierras o apriscos. El Regente cortaba demasiado por lo sano. Jamás consiguieron enterarse de la dirección de doña Dolores para llevarle queso, fruta o aves de corral. El hijo se negó a darles las señas, aunque, como dice su hermano Santiago, algún regalo comestible les hubiese venido muy bien a los de la calle Rufas.

Saturnino y Prudencia, en cuya casa se hospedaba el sacerdote, tenían sobradas ocasiones de charlar con el huésped. Don Josemaría quería corresponder de algún modo a los favores de esa familia. Le dolía, especialmente, el que su hijo no pudiera asistir a las clases en las que preparaba a un grupo de niños para la Primera Comunión. El muchacho salía de casa, muy temprano, con sus cabras y no volvía hasta el anochecer. El Regente terminó explicándole el catecismo por la noche. Después de una corta temporada, para ver si estaba preparado, le preguntó:

Si fueras rico, muy rico, ¿qué te gustaría hacer?

El chiquillo se defendió, prudentemente, antes de aventurarse a contestar:

¿Qué es ser rico?

El sacerdote le explicó, lo mejor que pudo, que ser rico consistía en tener mucho dinero, mucha ropa, muchas tierras, vacas muy gordas y cabras muy lucidas:

¿Qué harías si fueras rico? —insistió don Josemaría—.

El muchacho tuvo una súbita inspiración, se le iluminaron los ojos y exclamó:

Me comería ¡cada plato de sopas con vino!...

Se quedó muy serio el Regente al oír la respuesta, pensando para sus adentros: Josemaría, está hablando el Espíritu Santo. Porque todas las ambiciones de este mundo, por grandes que sean, no pasan de ser un prosaico plato de sopas, nada que valga realmente la pena.

Pensó, pues, en recoger por escrito éste y otros episodios semejantes, ocurridos en las cortas semanas que llevaba en el pueblo, bajo el título de "Historia de un curita de aldea", con el fin de abrir los ojos a algún clérigo bisoño, y ayudarle en su vida de piedad. Treinta años más tarde esbozaba en una meditación un suceso que, sin duda, formaba parte de las peripecias de su paso por Perdiguera. Con toda seguridad entraría, por derecho propio, en la mencionada "Historia", si el Regente se hubiese decidido a escribirla. Los trazos son autobiográficos: — Cierto curita recién ordenado llegó a una aldea de su país, con pocas casas y muy pocos vecinos. Yendo camino de la iglesia tropezó un buen día con unos clérigos que jugaban a las cartas. Por lo visto, aquellos colegas no tenían mucho que hacer.

Pasó el curita por delante de los jugadores y éstos le invitaron a echar una partida. Pero el joven clérigo se excusó muy cortésmente. Les dijo que no sabía jugar; y se escabulló. Se fue a la iglesia a hacer una visita, acompañando un rato al Santísimo, como acostumbraba hacer todas las tardes, como solía hacer también por las mañanas. No se escandalizaron por ello los jugadores, ¿por qué se iban a escandalizar? Pero, naturalmente, se sonrieron del candor del curita, que bien podía estar reposando el almuerzo y salir después, como todo cura respetable, a darse un paseo por lugares soleados en los meses de invierno, o por sitios frescos y umbrosos en el verano. Al salir el curita de la iglesia los que jugaban a las cartas le vocearon desde lejos: Rosa mystica!; Rosa mystica! Era el mote que algunos le habían puesto en el seminario de Zaragoza. Pronto corrió por los pueblos vecinos la historia y el apodo de "el místico", on que algún que otro empezó a llamar al Regente.

Servía de consuelo a don Josemaría estar al servicio de las almas. Grande fue por tanto su gozo cuando tuvo preparados a un grupo de niños para la primera Comunión. Pero éste, como otros muchos datos pastorales, no se halla en los libros de la parroquia. Si hubiésemos de juzgar, exclusivamente, por lo que dejó anotado en las hojas del archivo parroquial, su trabajo fue muy reducido. Durante su estancia en Perdiguera se produjo una sola defunción. Algo más cuantiosas son las partidas de bautismo, pues se bautizó a cuatro niños, que llevaban por nombre: Isidoro, Pascual, Mariano y Carmelo. Ni el escaso volumen de la parroquia, ni la duración de la estancia del Regente, permiten sacar conclusiones estadísticas valederas, que no definen tampoco en qué consiste una parroquia rural. Don Josemaría cesó en su cargo el 18 de mayo de 1925, el día siguiente a la entrada en la archidiócesis de monseñor Rigoberto Doménech, sucesor del cardenal Soldevila.

El epitafio del Regente de Perdiguera lo hace, en 1975, Teodoro Murillo, sacristán de la parroquia, al manifestar que:

«De los sacerdotes que han pasado por el pueblo es D. Josemaría quien ha dejado en mí, y no sabría decir exactamente por qué, un recuerdo imborrable. Era muy alegre, con un humor excelente, muy educado, sencillo y cariñoso. En el poco tiempo que estuvo le cogí un gran afecto y sentí de veras su marcha».