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23 de marzo de 1932
Inédito, Algunas fechas de la vida de san Josemaría
Desde 1931 el Padre tiene varias inquietudes que le hacen sufrir inmensamente. La primera, la situación económica de su familia. Era estrechísima, aguda: "nunca la hemos pasado tan mal", afirmaba la Abuela. San Josemaría no conseguía un "trabajo" que le diera más ingresos porque veía claro que debía permanecer en Madrid para impulsar la Obra. Por otro lado, su situación en Madrid era inestable puesto que tenía condición de sacerdote extradiocesano y, en cualquier momento, se le podían negar las licencias y debería volver a Zaragoza. No había dicho nada a la Abuela ni a tía Carmen de la Obra. Ellas sufrían todas esas estrecheces y penalidades sin quejarse pero sin comprender por qué el Padre actuaba así. Además, Dios permitió que el Padre sintiera la agresión del demonio contra él. Al principio no se dio cuenta de que se trataba de la rabia del diablo hasta que fue víctima de una peculiar clase de violencias. Este día, miércoles santo, salía de confesar a las niñas internas del Colegio de Santa Isabel. Regresaba por la calle cuando vio a unos niños jugando en la banqueta, se pasó al otro lado pero: "Un puntapié formidable y ... ¡pum!, en el cristal derecho de mis gafas y en mi nariz el golpe consiguiente. Tampoco volví la cabeza. Saqué el pañuelo y, con calma, seguí andando a la vez que limpiaba mis antiparras. Al momento comprendí la saña diabólica (es mucha casualidad) y la bondad de Dios, que le deja ladrar pero no morder. Lo razonable, por lo menos, hubiera sido la rotura del cristal, puesto que recibió un golpe nada mediano. Quizá también una herida en mi ojo derecho. Aún lo primero habríame ocasionado un buen disgusto, porque me veo apurado para pagar los escasos tranvías que necesariamente he de coger... En fin: que Dios es mi Padre". Curiosamente, en días muy cercanos a éste, el Padre recibió otros pelotazos, cuando no era lógico que los recibiera, y escribe, refiriéndose al demonio: "Dios le deja ladrar pero no morder".