Página inicio

-

Agenda

19 marzo 2024

El piso de Martínez Campos

19 de marzo de 1933

Vázquez de Prada, El Fundador del Opus Dei

Don Josemaría alquiló el piso de Martínez Campos con la idea de no tener que recurrir a casa ajena para las reuniones con los estudiantes o con los sacerdotes. Mientras esperaba por la soñada academia, el hogar de doña Dolores fue como la sede de la Obra. La tarde del 19 de marzo de 1933 aguardaban los Escrivá, con un poco de impaciencia, que viniesen los jóvenes de don Josemaría a tomar posesión del piso. El ofrecimiento se celebró con una merienda familiar, en la que no faltaron unos pasteles enviados por la madre de don Norberto.

Allí, en el piso de Martínez Campos, se hizo un intenso apostolado, aunque no siempre contase la familia de los Escrivá con el desahogo económico necesario para atender al grupo de jóvenes que acudían invitados por don Josemaría. En el hogar de doña Dolores se daban clases de formación y círculos de estudio. Se organizaban animadas tertulias, presididas por don Josemaría, que, al final, antes de despedirse, les leía el evangelio del día en un misal grande y les hacía un incisivo comentario en breves palabras, que le salían muy de dentro. «El Padre —dice Juan J. Vargas, que era de los allí presentes— conocía el Evangelio muy a fondo y había hecho mucha oración sobre el Evangelio».

En aquellas reuniones había calor de hogar. Don Josemaría se esforzaba, con hechos, en hacerles comprender lo que significaba la vida en familia en la Obra. «Su madre y sus hermanos —dice Jenaro Lázaro— colaboraban gustosamente en esta tarea». Con alguna frecuencia los Escrivá les invitaban a tomar algo. El tono de distinción del hogar, la cortesía y amabilidad con que Carmen y doña Dolores ofrecían aquellas meriendas, «no permitía darse cuenta a primera vista de lo que esas invitaciones significaban de auténtico sacrificio». (Pero ésta es una reflexión tardía de Juan J. Vargas, que, como el resto de sus compañeros, mataba su apetito a costa de la despensa de doña Dolores. Uno de los visitantes, José Ramón Herrero Fontana, oyó en una ocasión cómo a Santiago Escrivá, todavía un chiquillo, se le escapaba en voz alta un discreto desahogo de sus preocupaciones: «los chicos de Josemaría se lo comen todo».