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18 de marzo de 1930
Vázquez de Prada, El Fundador del Opus Dei
Entre los asistentes a las clases de la Academia había un hombre mayor, buen padre de familia, que trataba de obtener un título universitario con vistas a mejorar su situación económica. El trabajo profesional consumía sus fuerzas, de tal modo, que terminaba el día agotado, sin tiempo apenas para la familia y los estudios. Don Josemaría sentía por él particular compasión, viéndose quizá reflejado en el recuerdo de sus propias dificultades en Zaragoza. Y así, por un doble sentimiento de piedad y hermandad, le ayudó a salir adelante, dándole clases extraordinarias, sin cobrarse otra cosa que la satisfacción de verle licenciado.
En la Academia existía entendimiento entre todo el mundo, desde el director hasta el botones. Este último se llamaba José Margallo, y su participación en la presente historia es realmente mínima. De él conservó don Josemaría un papelito en que le felicitaba por las Pascuas, con la firma de: «Botones de la Academia». Enviado, tal vez, con la esperanza de una propinilla; pero donde se manifestaba la buena voluntad y el esfuerzo caligráfico del muchacho.
El joven sacerdote, que siempre fomentó las buenas relaciones con todos para fines apostólicos, era más dado cada día a la correspondencia epistolar y a las felicitaciones. Una víspera de su santo, el 18 de marzo de 1930, fue a cumplimentar al director de la Academia, pues el día siguiente era festivo. Don José Cicuéndez recibió complacido la felicitación, cayendo pocos minutos más tarde en la cuenta de que también don Josemaría celebraba su onomástica el día de San José. El profesor de Romano y Canónico ya había salido a la calle por lo que, en tono de disculpa y arrepentimiento, el director le escribió una breve nota:
«Mi estimado amigo: ayer se personó a felicitarme [...]. Cuando ya estaba V. en medio de la calle y yo hablando con Chacón, entonces me acordé que había otro José que no fuera yo y le llamé dos o tres veces, pero V. no me oyó. Como aún sonaba en mis oídos el memento que V. me ofreció en el Santo Sacrificio de la Misa, no he olvidado de hacerlo en favor de V., "oremus pro invicem ut salvemini". Mi más cordial felicitación [...]. Madrid 19 de marzo de 1930».