-
29 de febrero de 1964
Pilar Urbano, El hombre de Villa Tevere
Él es el Padre. Y, como el paterfamilias del Evangelio, saca del arca enseñanzas viejas y nuevas, compartiendo con los suyos vivencias de su intimidad. Una tarde de febrero de 1964 está con las de Villa Sacchetti en el planchero, escenario de tantas conversaciones de familia. De pronto, en un zigzag de lo que vienen hablando, y con la sencillez de quien parte una hogaza de pan, Escrivá les hace esta confidencia:
- A mí, en estos últimos tiempos, de los actos de piedad, el que más me gusta es el acto de contrición... Y ahora mismo, mientras estoy hablando con vosotras, estoy haciendo uno, por dentro. Sí. Porque hoy me he enfadado ¡tres veces! Una, porque ante ciertas cosas tengo, no el derecho, sino el deber de enfadarme. Y las otras dos... ¡porque yo también me enfado! ¿O qué creíais?
Pero no es hombre de expresión cejijunta, ni de carácter desabrido, ni de talante malhumorado. Al contrario. Su actitud más normal es, como suele decir, "el buen humor en bandolera". Su estado de ánimo, alegre, pletórico, expansivo... Y su gesto habitual, el que captaría la photo-instant por sorpresa, una mirada pícara, chispeante, y una sonrisa apenas esbozada que le ilumina todo el rostro. Disfruta y se divierte con "sus hijos". A veces, como las largas jornadas de trabajo en su despacho le impiden pasar a estar un rato con ellos, les llama por teléfono, intercambia dos o tres frases, pregunta al que está al otro lado del hilo qué tarea tiene entre manos, cómo va esto y aquello y lo de más allá... y le envía un abrazo, con un acento tan entrañable que el otro casi siente el apretón en la espalda.