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27 de febrero de 1938
Pedro Rodríguez, Camino, edición crítica
894* ¿Has presenciado el agradecimiento de los niños? -Imítalos diciendo, como ellos, a Jesús, ante lo favorable y ante lo adverso: «¡Qué bueno eres! ¡Qué bueno!...»
Esa frase, bien sentida, es camino de infancia, que te llevará a la paz, con peso y medida de risas y llantos, y sin peso y medida de Amor.
Texto tomado del Cuaderno V, nº 498, y fechado en 23-XII-1931, precedido del p/873.
Vid com/427. El consejo que el Autor da a los lectores -esa frase que, «bien sentida, es camino de infancia»- arranca de su experiencia personal, como parece deducirse de estas palabras suyas, de una meditación de 1940, que recogió un sacerdote valenciano:
«Un día estaba un sacerdote delante del Santísimo, se fijó en la Hostia Santa, recordó el montón de sus miserias y no se cansó de decir: ¡qué bueno eres, Señor! Este es, pues, el Señor que te llama. ¿Te resistes?».
Posiblemente el Beato Josemaría tenía en su mente, mientras predicaba, la escena que él mismo anotó en una de las primeras páginas de su Cuaderno II:
«Ayer, seis de abril de 1930, al recibir una carta, que iba a resolver algo muy importante para mi vida, creí, cuando comencé a leerla, que no resultaba el asunto como yo deseaba y pedía al Señor. Entonces pensé ir en seguida a la iglesia de esta Casa Apostólica a decir al Amo expuesto en la Custodia: ¡Hágase, Señor, ahora y siempre tu Voluntad! -Seguí leyendo y el asunto marcha, al parecer, favorablemente. Subí, rezamos mamá y yo tres avemarías a la Ssma. Virgen. Volví a la iglesia y sólo supe decir muchas veces, porque soy un miserable: ¡Señor, qué bueno eres! ¡qué bueno! -Y es que verdaderamente no puedo entender cómo El no me ha dado, ¡asqueado!, un golpe definitivo, en lugar de ayudarme y bendecirme tan amorosa y paternalmente como lo hace. Pienso que quizá me ayude así, por mi madre y mis hermanos: y también porque me quiere para su Obra».
La expresión pasó a ser habitual en los labios del Beato Josemaría, y la encontramos en sus notas posteriores:
«Día 10 de enero de 1936. Muchas cosas, en esta última temporada. ¡Qué bueno es Dios, nuestro Señor! Esta exclamación la he repetido mil veces, al considerar la hermosura de su Obra, que tantas almas va a salvar y a santificar. Se sufre, al ver todo lo que queda por hacer, hasta el punto de doler la cabeza».
«Domingo 27 de febrero [de 1938]. ¡Qué bueno eres, Jesús, qué bueno eres! -Esta es la exclamación que repito cien veces, cuando veo lo que haces con mis hijos».
Los que trataban a fondo al Autor en aquellos años la tenían también en el corazón, como se deduce de este texto de Álvaro del Portillo, que con ocasión de describir unos momentos duros de su vida durante la guerra civil, se refiere:
«... a la confianza y la paz que el Señor ha querido infiltrar en nuestros corazones. Estamos paladeando la verdad de la frase que alguna vez hemos oído al Padre: «¡Qué bueno es Dios!».
La exclamación era también habitual en Santa Teresa: «¡Oh Señor mío, qué bueno sois!»; y en Santa Teresita: «¡Qué bueno es el Señor...! Él acompasa siempre sus pruebas a las fuerzas que nos da». «¡Qué bueno es el Señor, que hizo crecer a mi alma y le dio alas...!»; y en toda la tradición cristiana. En realidad todo es como la resonancia en el alma agradecida del niño del «quam bonus Israel Deus!» del salmo 72.