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21 febrero 2024

Abandono temporal de la labor con los sacerdotes diocesanos

21 de febrero de 1935

Vázquez de Prada, El Fundador del Opus Dei

Continuaban oyéndose las críticas alarmistas de algunos de los sacerdotes que colaboraban con don Josemaría: la Academia era un fracaso, por qué he de esperar yo que Dios me haga un milagro. ¡La catástrofe! ¡Las deudas!

Don Josemaría no perdió la serenidad. Consultó con el p. Sánchez y con don Pedro Poveda, por si había cometido una grave imprudencia. Ambos le animaron. Aquello era, indudablemente, una prueba del Señor.

Así, pues, el 21 de febrero, sin contar con los sacerdotes, reunió a tres de los suyos y les expuso lo que podía ser una solución temporal a la situación económica: prescindir del piso ocupado por la Academia DYA y bajar ésta a la planta de la Residencia, donde había sitio de sobra. El próximo curso vendría la expansión, el momento en que saltase el muelle comprimido y recuperasen lo perdido entonces. Se comunicó la decisión a los que estaban fuera de Madrid. Todos reaccionaron con fe y optimismo: «nos comprimimos ahora para que en este período embrionario adquiramos la elasticidad necesaria, a modo de muelle, y a dar a su debido tiempo el gran salto de tigre», escribía Isidoro desde Málaga.

Para don Josemaría, el abandono del piso equivalía a una aparente retirada estratégica; mientras que para algunos de sus sacerdotes, era prueba evidente del fracaso. En vista de lo cual, y con los precedentes de los meses anteriores, decidió lo que sería su futura norma de conducta con respecto a ese pequeño grupo de sacerdotes: — Procuraré sacarles el partido posible, hasta ver si se maduran en el espíritu de la Obra. Siguió, pues, con ellos una prudente táctica de "tira y afloja". Sabía bien por qué no reaccionaban (Tienen poca visión sobrenatural, y un amor pobre a la Obra, que para ellos es un hijo postizo, mientras para mí es alma de mi alma).

La actitud vacilante de ese grupo de sacerdotes fue, durante meses, una constante preocupación para don Josemaría. Aquellos sacerdotes, a los que había llamado a la Obra como colaboradores y hermanos, resultaron, por el contrario, una carga. Algunos de ellos habían hecho pocas semanas antes un compromiso de obediencia con el fin de reforzar la autoridad de gobierno del Fundador. Mas su conducta fue muy distinta a lo que era de esperar. El Fundador, sobre cuyo pensamiento gravitaba esta amarga desazón, dijo alguna vez que eran su "corona de espinas". La actitud negativa que adaptaron algunos les fue alejando del espíritu de la Obra. De modo que el 10 de marzo hubo de registrar un hecho penoso: Hace días que no es posible tener la Conferencia sacerdotal, que veníamos teniendo cada semana desde 1931.

A partir de entonces sus relaciones con los sacerdotes del "compromiso" de 1934 se hicieron poco menos que insostenibles, y, además, le cayó encima la cruz de las murmuraciones. Los amigos le aconsejaron deshacerse de aquel grupo de sacerdotes, pero don Josemaría prefirió aprovechar su colaboración ministerial, sin permitirles, en adelante, que interviniesen en los apostolados de la Obra. Tal fue la línea de actuación que se trazó en 1935:

Sin seguir el consejo del P. Sánchez y del P. Poveda, (tácito, el primero; y muy claramente expreso, el segundo) de echar a los Sacerdotes, por razones que la caridad me vedó indicar en las catalinas a su tiempo, como yo veo las virtudes de todos y la buena fe innegable, opté por el término medio de conllevarles, pero al margen de las actividades propias de la O., aprovechándolos siempre que sea necesario su ministerio sacerdotal.

Don Josemaría no podía contradecir los dictados de su corazón. Sentía por aquellos sacerdotes seculares un especial cariño y por ellos derramaría lágrimas de admiración y santa envidia, pues varios murieron mártires a los pocos meses. Toda su vida tuvo preocupación por los sacerdotes diocesanos, porque no se hallaran solos o carecieran de la debida atención espiritual. Y uno de los mayores gozos del Fundador fue ver que los sacerdotes diocesanos pudieron, con el tiempo, incorporarse a la Obra formando parte de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz.