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12 febrero 2024

El cardenal Cerejeira no entiende

12 de febrero de 1958

Vázquez de Prada, El Fundador del Opus Dei

Don Josemaría visitó por vez primera al Cardenal Patriarca de Lisboa, don Manuel Gonçalves Cerejeira, en febrero de 1945, con ocasión del viaje emprendido a raíz del encuentro con sor Lucia, la vidente de Fátima. Por segunda vez se entrevistó con el Cardenal en septiembre de ese mismo año, y hablaron entonces largamente del Opus Dei. El primer Centro en Portugal se estableció en Coimbra, en 1946. Esperaba, sin embargo, el Cardenal la eventual apertura de un Centro también en su diócesis. Pero éste no se erigió hasta el 23 de enero de 1951, como resultado de las entrevistas que tuvieron lugar entre el Cardenal y el Fundador; una en Roma (28-X-50) y otra en Lisboa (8-I-51).

A lo largo de todos estos encuentros había notado don Josemaría que, a pesar del mucho afecto que le mostraba el Cardenal, en cuanto se tocaba el tema del apostolado dentro de su diócesis parecía como cerrarse dentro de sí, como si estuviera resentido por el celo de sus fieles en el campo del apostolado. Advertido por el Fundador, el Consiliario de Portugal, Javier de Ayala, mantuvo periódica y abundantemente informado al Cardenal de las actividades de los miembros de la Obra, para que no las confundiera con el apostolado de los religiosos. Alguna rigidez le mostró, sin embargo, el Cardenal en este tema de las metas apostólicas, como para que el Consiliario escribiera inmediatamente al Fundador, el cual le tranquilizaba a vuelta de correo:

Bien, tu trato con el Card. Patriarca [...]. Con el trato y nuestros modos, perderá del todo las prevenciones.

Siguiendo al pie de la letra el consejo del Fundador, el Consiliario de Portugal mantuvo frecuente trato con el Cardenal y solicitó verbalmente la venia para la erección de un Centro para el apostolado con mujeres del Opus Dei. La concesión se hizo el 1 de agosto de 1952; y el Centro fue erigido el 2 de marzo de 1953. En el entretanto don Josemaría se vio obligado –en cumplimiento de su deber— a salir en defensa del carisma fundacional, ante algunas intervenciones del Cardenal, que seguía sin hacerse cargo de la naturaleza secular del Opus Dei

Pasaron así varios meses. El apostolado de hombres y mujeres del Opus Dei se desenvolvió satisfactoriamente en Portugal. No hubo queja alguna por parte de las autoridades eclesiásticas. Hasta que un día, en la semana de Navidad de 1954, le llegó al Consiliario una carta del Cardenal. Apenas leyó las primeras líneas comprobó que no se trataba de una felicitación. Sin circunloquios ni pulimento de ninguna clase, el Cardenal entraba en materia. «Me he enterado —escribía— de que el Opus Dei pretende dar un paso importante a fin de establecerse definitivamente en Lisboa, y me veo obligado a llamar su atención sobre estos tres puntos». Era, sin duda, una auténtica bomba retardada que explotaba, sin previo aviso, a los cuatro años de haberse establecido el Opus Dei en la diócesis, con la venia del Cardenal. Porque lo que venía a decir en esos tres puntos era, en síntesis, que no estaban canónicamente establecidos en Lisboa, pues, ni en el caso de los hombres ni en el de las mujeres, les había dado autorización en firme. Aclarando que las venias para los Centros erigidos tenían, por lo tanto, carácter provisional, y habían sido otorgadas «a título de experimento».

El 6 de enero de 1955 escribía el Fundador al Consiliario de Portugal, recomendándole calma, pues esas anécdotas no tienen demasiada importancia: son transeúntes. Indica también el Fundador cómo han de comportarse en adelante con el Cardenal todos sus hijos:

Tened paciencia, llevad con alegría y con silencio esta pequeña contradicción, seguid trabajando sin ruido como hasta aquí, y —repito— extremad el respeto y la veneración por ese santo señor, conforme a nuestra práctica y a nuestro espíritu.

Usaron de paciencia, pero pasaba el tiempo sin resolverse la situación. De modo que, al enterarse de que le seguían llegando al Cardenal habladurías, en el sentido de que el Opus Dei pretendía sustraerse a su jurisdicción, el Fundador pensó en ir a Lisboa y visitar a Cerejeira para ver el modo de aclarar la cuestión. Pero no pudiendo abandonar Roma por aquellos meses, envió a don Álvaro del Portillo, después de mucho encomendar al Señor que le quitase al Cardenal de la cabeza prevenciones injustas. Dos largas entrevistas mantuvo don Álvaro con el Patriarca de Lisboa, el 17 y el 18 de mayo de 1956. El Cardenal dio rienda suelta a sus quejas.

¿Es que el Consiliario no le estaba ocultando muchas cosas que, por otra parte, todo el mundo sabía, pues corrían de boca en boca? Por ejemplo: que el Opus Dei había adquirido una banca. Don Álvaro le explicó que mal podía informarle el Consiliario de algo inexistente, porque el Opus Dei no había adquirido ningún banco. Y pasó a aclararle cómo los miembros del Opus Dei ejercen libremente sus actividades profesionales, públicas o privadas, sin que tengan que informar de ello a los directores o a las autoridades eclesiásticas, ni rendir cuentas al Obispo, como todos los católicos de cualquier otra diócesis. Con ello se le quitó de encima un peso al Cardenal y, viendo su actitud, nuevamente favorable, don Álvaro le pidió la venia para erigir un tercer Centro del Opus Dei en Lisboa. Erección que se comunicó al Patriarca el 30 de julio de 1956. Las relaciones fueron, de nuevo, extremamente cordiales.

Pero he aquí que, al cabo de un año de actividad apostólica sin tropiezo de ningún género, el Fundador recibió una larga misiva del Patriarca de Lisboa, fechada el 16 de septiembre de 1957; y en sus párrafos centrales decía: «El año pasado vino a Portugal el Procurador General, Rev. Álvaro del Portillo con el encargo, a lo que creo, de esclarecer la situación. Uno y otro hablamos con total sinceridad y confianza [...]. Pasó el año y vengo, pues, a comunicársela. En este espacio de tiempo he rezado, reflexionado y tomado consejo. Y la decisión es ésta: en conciencia considero que no conviene, por ahora, la admisión del Opus Dei en el Patriarcado de Lisboa, y que deben cesar sus actividades en Lisboa». Y a continuación expresa algunos reparos en el plano jurídico.

La respuesta del Fundador al Cardenal es del 30 de septiembre. En ella informaba al Patriarca de Lisboa que, luego de haber leído atentamente y meditado cuanto Su Eminencia Reverendísima me ha escrito, he sometido la cuestión enteramente al Consejo General. Seguía comunicándole cómo el Consejo General, en vista de las graves dudas de derecho suscitadas por dicha cuestión, se declaraba incompetente, remitiendo todo el asunto a la Santa Sede.

También el Cardenal Cerejeira, por carta al Fundador, fechada el 6 de octubre, se declaraba pronto a obedecer las disposiciones de la Santa Sede. A esa carta respondió el Fundador el 21 de octubre, en tono conciliador, recordando al Patriarca que el afecto y veneración que por él sentía no habían cambiado, porque el caso presente no es cuestión personal sino problema de derecho, que ambos hemos sometido al juicio de la Santa Sede.

La cuestión de derecho no fue de difícil solución. El 13 de noviembre, el Nuncio en Portugal, Mons. Cento, recibía lo decidido por la Santa Sede. A saber: la confirmación del derecho del Opus Dei a la posesión pacífica de los tres Centros, legítimamente erigidos en Lisboa.

El Cardenal Cerejeira volvió a escribir al Fundador el 2 de enero de 1958, insistiendo una vez más sobre su versión de los hechos. A lo que respondía el Fundador en carta del 12 de febrero, limitándose a recordarle que eran hechos pasados, y que mediaba una decisión de la Santa Sede, reafirmándole una vez más su estima y afecto.

No volvieron a verse el Cardenal y el Fundador por muchos años. Hasta que un día se enteró el Cardenal, ya octogenario, de que don Josemaría pasaría breves fechas en Lisboa. Quiso ver al Fundador y charlar con él despacio. Cuando el Padre, don Álvaro y don Javier Echevarría, el secretario del Fundador, llegaron a la casa de ejercicios donde vivía el Cardenal, éste les esperaba con ansias del encuentro. Era el 6 de diciembre de 1972.

«Nada más comenzar la conversación —cuenta el entonces secretario del Fundador—, Cerejeira se ha precipitado a decir al Padre que quería pedirle perdón por el sufrimiento y por las grandes dificultades que había provocado cuando regentaba la diócesis. Enseguida le ha interrumpido cariñosa-mente el Padre, para confirmarle que no había nada que perdonar y que, además, nunca se había sentido ofendido; y ha añadido el Padre que, sin cumplidos de ningún género, también le pedía perdón, si en alguna ocasión le habíamos causado el más pequeño disgusto.

No se ha conformado el Cardenal con las palabras del Padre, pues se ha dado cuenta de que el Padre le hablaba con sinceridad, pero para tranquilizarle, ya que jamás ha tenido un motivo objetivo de queja por el trabajo apostólico de la Obra en su antigua diócesis. Por eso, después de oír esa muestra de cariño del Padre, Cerejeira ha insistido en que sentía el deber, en conciencia, de pedir perdón, porque se había dejado llevar por una ceguera incomprensible y, con sus pretensiones, había querido cometer un abuso de autoridad; que había considerado despacio las cosas, y había comprobado que su actitud había sido improcedente y contra todo derecho. A continuación el Cardenal —visiblemente contento, como si se hubiese quitado una losa de encima— ha comentado: "ahora ya me puedo morir tranquilo"». El Cardenal murió a punto de cumplir los noventa.