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12 de enero de 1914
François Gondrand, Historia Del Opus Dei y de su Fundador
Con la muerte de las niñas, los sufrimientos de la familia no habían hecho más que comenzar. Le esperaban, en efecto, nuevas amarguras. En primer lugar, una prueba muy distinta...
Un día sus padres tuvieron que decir la verdad a sus hijos: las cosas iban de mal en peor y, pronto, su padre no tendría más remedio que liquidar el negocio...
Así sucedió, en 1914. A sus doce años, Josemaría era ya capaz de darse cuenta de lo que aquello significaba y de comprender la angustia de sus padres: estaban arruinados.
La admiración hacia su padre subió enormemente de punto cuando descubrió que había pagado a sus acreedores sin acogerse a las posibilidades de moratorias que le ofrecía la ley. Un gesto de lealtad y honestidad tanto más destacable en cuanto que una de las causas determinantes de la quiebra del negocio había sido la concurrencia desleal de su socio. "Don José Escrivá es tan bueno -comentaban algunos- que se han aprovechado de él para jugarle una mala pasada."
Pero no todos los comentarios eran tan favorables. En las ciudades pequeñas, el fracaso no se perdona y las murmuraciones están a la orden del día.
Para Josemaría, todo empezó con ciertas reflexiones en voz alta de camaradas y vecinos, con miradas esquivas, con palabras de conmiseración casi incomprensibles, con retazos de conversación entre sus padres que él a veces sorprendía... Un presentimiento, en suma, confuso al principio, que, poco a poco, fue cuajando en convicción de que algo grave sucedía.
¡Le hubiese gustado tanto poder ayudar a sus padres!
Había visto cómo su padre envejecía sensiblemente, sin quejarse y sin perder un ápice de su elegancia y de su señorío.
Tuvieron que reducir su nivel de vida. Doña Dolores empezó a desempeñar las tareas domésticas con la única ayuda de su hija Carmen, y a disminuir considerablemente los gastos, sin quejarse en absoluto. La elegancia con que sus padres soportaban esta nueva cruz que el Señor les enviaba fue para él una lección de valor y resignación cristiana. Tanto que, años después, cuando empezó a leer asiduamente las Sagradas Escrituras, no pudo por menos de comparar la actitud de su padre con la de Job, el justo del Antiguo Testamento, objeto de la incomprensión de parientes y amigos, por haber perdido su fortuna.
Abandonado por todos, incluso por aquellos que debían estarle agradecidos o mostrarle su solidaridad familiar, don José Escrivá se puso inmediatamente a buscar otro trabajo. Acudió a los pocos amigos fieles que le quedaban y, a tal efecto, hizo algunos viajes, uno de ellos a Logroño, capital de la Rioja.