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SAN MARTÍN DE TOURS (+ ca.397)
San Martín había nacido en Panonia (Szombathely), en Hungría, según parece, por encontrarse allí de guarnición su padre, tribuno militar. La educación la recibió, sin embargo, en Pavía. Cuando soñaba con la vida anacorética, se vio obligado a enrolarse en el ejército, y sirvió en la guardia imperial a caballo. Durante este tiempo ocurrió en Amiéns el conocido episodio de la limosna de la mitad de su capa entregada a un pobre. También se nos cuenta, para ponderar su cualidad, el hecho de que limpiara el calzado al esclavo que le servía de ordenanza. Por fin, preparado con estas prácticas de caridad, recibe el bautismo y se ve libre de sus obligaciones militares.
Si frente al paganismo su labor fue espléndida y puede decirse que prácticamente triunfante en todas las ocasiones, no le faltaron, en cambio, sinsabores en lo que se refiere a su actividad dentro de la Iglesia. Dos obispos españoles intrigantes y crueles habían llevado el caso de Prisciliano al emperador, quien decidió, impulsado por ellos, dar muerte al heresiarca y a todos sus adeptos. San Martín se conmovió ante la noticia y se dirigió a Tréveris, donde se encontraba la corte imperial, a fin de salvar la vida de los que aún sobrevivían, pues entendía que no es la violencia el mejor medio de combatir a los herejes. Lo consiguió, pero teniendo que pagar un precio que toda la vida le amargara el haber pagado: comulgar con los obispos perseguidores en el momento en que ellos consagraban al nuevo obispo de Tréveris, Félix. Este compromiso con obispos indignos, despreciados a la vez por San Ambrosio y por el obispo de Roma, le dolió profundamente. Sólo la caridad hacia los condenados a muerte pudo servir a sus ojos de disculpa para un paso como éste.
Hay un aspecto de la vida de San Martín digno de ser subrayado: sus relaciones con los funcionarios importantes y con el mismo emperador. Condescendiente en lo que podía, supo mantenerse. sin embargo, enteramente firme cuando debía. Si un día llama a las puertas de Marmoutiers un importantísimo personaje con la pretensión de sentarse a la mesa de los monjes, tendrá ocasión de ver que se le niega ese gusto, porque sus costumbres le hacían indigno de aquella compañía. Es más, el mismo emperador Máximo, en Tréveris, verá cómo el Santo da preferencia a un sacerdote, a la hora de sentarse a la mesa, sobre el mismo emperador. Juntamente con San Ambrosio contribuyó San Martín a establecer la libertad de la Iglesia para oponerse, en nombre del Evangelio, a los abusos de la autoridad civil.
Los concilios de las Galias se hacen tumultuosos y vanos. Al igual que San Ambrosio, San Martín se mantiene al margen de ellos, y ya octogenario, se dedica a prepararse para su muerte.
Esta le llegó en uno de los sitios más bellos de Francia, en Candes. Se trata de un pueblecito en la confluencia de los ríos Viena y Loira. Edificado sobre una colina, el paisaje que desde allí se divisa es realmente maravilloso. La iglesia está en lo alto, y aún hoy, al entrar en ella, se ve, a la izquierda, una capilla, que señala el lugar exacto en que ocurrió la muerte del Santo. Había acudido allí para apaciguar ciertas diferencias que habían surgido entre los clérigos. Se sintió desfallecer y se acostó.
Sus discípulos le ofrecían una cama un poco mejor preparada, pero él prefería continuar acostado sobre la ceniza y recubierto de su cilicio. "No conviene a un cristiano morir de otra suerte"—respondía—. Fija su vista en el cielo, levantadas sus manos para la oración, querían los que le rodeaban aliviar su dolor poniéndole en otra postura: "Dejadme, hermanos -les decía—, mirar al cielo más que a la tierra para dirigir desde ahora mi alma por el camino que debe conducirla hacia el Señor".
Llegó el momento culminante. Aquel grupito de hombres fieles que le rodeaba no podía ocultar sus sollozos. Él continuaba imperturbable, fijo sus ojos en el cielo, cuando se apercibió de que el demonio llegaba tratando de arrebatar su alma: "¿Qué haces tú aquí—gritó con energía sobrehumana—, bestia sanguinaria? No encontrarás más en mí que te pertenezca, maldito. El seno de Abraham me va a recoger". Y al decir esto expiró santamente.
Como una compensación a tantos ataques que había tenido que sufrir en los últimos años de su vida, de todas partes se alzó a su muerte un elocuente plebiscito de amor y veneración. La masa del pueblo le aclamó como santo. Una muchedumbre de monjes y de vírgenes concurrió a sus funerales, señalando la prodigiosa vitalidad de la institución nacida en Ligugé. Pronto se elevó una modesta capilla sobre su tumba, que San Perpet (+ 490), sucesor suyo en Tours, transformó en una importante basílica, cuyo calendario, importantísimo en la historia de la hagiografía, conocemos por San Gregorio de Tours, y que nos proporciona uno de los primeros testimonios del tiempo de Adviento.
Lo cierto es que desde el principio su tumba constituyó un lugar de peregrinación. Sobre todo en la época merovingia su culto alcanza un prestigio inmenso. No falta quien vea en la palabra "capeto", con que se designaba a los reyes de Francia por entonces, una alusión a "cappatus", es decir, puesto bajo la capa del Santo, ya que los reyes Capetos se honraron siempre con el título de abades de San Martín de Tours.
La fisonomía de San Martín se nos ofrece firme y bien definida, pese al transcurso de tantos siglos. Fue un_asceta y un apóstol, pero fue sobre todo hombre de oración. Ni aun entre las tareas, ciertamente agobiadoras, de su episcopado, dejó de estar en continua comunicación con Dios. "Como el herrero, en el curso de su trabajo, encuentra un cierto descanso en golpear de vez en cuando el yunque —nos dice uno de sus biógrafos—, así Martín, cuando parecia hacer otra cosa, estaba siempre en oración."
Mortificado y penitente, sereno entre las adversidades y los triunfos, pobre y humilde, apartado por completo de las vanidades de este mundo, verdadero discípulo de Jesucristo. San Martín tuvo una gran influencia en toda la espiritualidad medieval. La misma historia del Derecho canónico reconoce, en el desarrollo del instituto de los obispos religiosos, una influencia decisiva de su ejemplo y su actividad a la hora de construir la figura jurídica de esta clase de obispos.
Pero su gran lección ha sido siempre la de la caridad. Su gesto en Amiéns dando la mitad de la capa fue superado más tarde, siendo ya obispo. A punto de celebrar la misa, dio su túnica entera a un mendigo. Anécdotas éstas que nos reflejan una bondad profunda, un amor ardiente al prójimo. Sus mismos milagros, como los de Cristo, son milagros de caridad. Pasó haciendo el bien, entregado, en cuerpo y alma, a su pueblo.
Aunque consta ciertamente que murió el 8 de noviembre, su fiesta se celebró, desde el comienzo, el día 11, no sólo en Tours, sino en toda la Iglesia, a la que había llegado el conocimiento del resplandor de sus virtudes.
LAMBERTO DE ECHEVERRÍA