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Santa Teresa de Jesús, Doctora de la Iglesia, nació en Avila el 28 de marzo de 1515. Ingresó en el Carmelo a los 18 años. A los cuarenta y cinco, respondiendo a las gracias extraordinarias que recibía del Señor, emprendió la reforma de la Orden, ayudada por San Juan de la Cruz. Sufrió con entereza muchas dificultades y contradicciones. Sus escritos son un modelo seguro para alcanzar a Dios. Murió en Alba de Tormes el 4 de octubre de 1582. Pablo VI la declaró Doctora de la Iglesia el 17 de septiembre de 1970.
I. Necesidad de la oración. Su importancia capital en la vida cristiana.
Santa Teresa nos ha dejado constancia de cómo con la oración salen adelante los «imposibles», aquello que humanamente parecía insuperable, y que el Señor a veces nos pide.
Más de una vez a lo largo de su vida escuchó estas palabras del Señor: ¿Qué temes? Y aquella mujer mayor, enferma, cansada recibía ánimos para sus empresas y volvía a la brecha superando todos los obstáculos. Un día, después de la Comunión, cuando su cuerpo parecía resistirse a nuevas fundaciones, oyó en su interior a Jesús, que le decía: «¿Qué temes? ¿Cuándo te he faltado Yo? El mismo que he sido, soy ahora; no dejes de llevar a cabo esas dos fundaciones» se refería el Señor a Palencia y Burgos. La Madre Teresa exclamó: «¡Oh, gran Dios, cómo son diferentes vuestras palabras a las de los hombres!». Y «así prosigue la Santa quedé determinada y animada que todo el mundo no bastara a ponerme contradicción». Años más tarde escribirá de la fundación hecha en Palencia, que se presentaba llena de dificultades: «En esta fundación nos va todo tan bien, que no sé en que ha de parar». Y en otro lugar: «Cada día se entiende más cuán acertado fue hacer aquí esta fundación». Y lo mismo diría de la otra ciudad: «También en Burgos hay tantas que quieren entrar, que es lástima no haber dónde» . Esto la llenaba de gozo y alegría, a pesar de lo mucho que le costó: «Porque ir yo a Burgos con tantas enfermedades (...), siendo tan frío, parecióme que no se sufriría» . Nunca la dejó sola el Señor.
Es en la oración donde sacamos fuerzas para ir adelante, para llevar a cabo lo que el Señor nos pide. Y esto se cumple igualmente en la vida del sacerdote, de la madre de familia, de la religiosa, del estudiante... Por eso es grande el empeño del demonio en que dejemos nuestra oración diaria, o en que la hagamos de cualquier manera, mal, pues «sabe el traidor que tiene perdida al alma que persevere en la oración y que todas las caídas que pueda tener la ayudan después, por la bondad de Dios, a dar un salto mayor en su servicio al Señor: algo le va en ello». Las almas que han estado cerca de Dios siempre nos han hablado de la importancia capital de la oración en la vida cristiana. «No nos extrañe, pues enseñaba el Santo Cura de Ars, que el demonio haga todo lo posible para movernos a dejar la oración o a practicarla mal».
La oración es el fundamento firme de la perseverancia, pues «el que no deja de andar e ir adelante enseña la Santa, aunque tarde, llega. No me parece es otra cosa perder el camino sino dejar la oración» . Por eso hemos de prepararla con tanto esmero: sabiendo que estamos delante de Cristo vivo y glorioso, que nos ve y que nos oye, como a aquellos que se le acercaban en los años en que permaneció en la tierra visiblemente. ¡Qué distinto es el día en el que, con quietud, con amor, hemos cuidado bien ese rato diario que dedicamos a hablar con el Señor, que nos escucha atentísimo! ¡Que alegría poder estar ahora junto a Cristo! «Mira qué conjunto de razonadas sinrazones te presenta el enemigo, para que dejes la oración: "me falta tiempo" cuando lo estás perdiendo continuamente; "esto no es para mí", "yo tengo el corazón seco"...
»La oración no es problema de hablar o de sentir, sino de amar. Y se ama, esforzándose en intentar decir algo al Señor, aunque no se diga nada».
Hagamos el propósito de no dejarla nunca, de dedicarle el mejor tiempo que nos sea posible, en el mejor lugar, delante del Sagrario cuando nuestros quehaceres lo permitan.
F.F. CARVAJAL