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8 enero 2026

SAN SEVERINO, Abad (†482)

El origen de Severino es un misterio; pero más importa su obra que su fuente. A su estío austero y tan poco de este mundo, conviene maravillosamente este pasado en nieblas. Por su trato exquisito, su lenguaje escogido y su cultura hizo sospechar cuna italiana. Con ello sería una vez más Roma la madre de los pueblos.
El primer campo de su acción fue la ciudad de Astura, en una de las orillas del Danubio. Vivió allí una existencia retirada hasta que se le vio llamando a penitencia a sacerdotes y pueblo. Les habla de la necesidad de mudar de vida como medio de desarmar al Señor en su ira antes de que sufran la invasión que vaticina inminente. Pero fue en vano. Todas las insistencias del Santo siguieron inútiles por lo que, después de señalar a un buen anciano que le hospedó el día y la hora en que se cumplirían sus predicciones, partió para Cumana, plaza fuerte cercana a Astura. Cumana ya había caído en manos bárbaras, pero otros pueblos amenazaban con nuevo sitio y matanza. Por ello también les amonestó al cambio de vida y, cuando empezaban los oyentes a discutir las razones del Santo, un hombre, huido de la destrucción de la vencida Astura, les testimonio del cumplimiento de las palabras de Severino. "Nada de esto hubiera sucedido de haber dado oídos al santo varón que nos lo anunciaba". Y señaló al monje predicador: "Este es el que quiso librarnos".
Se resolvieron a tres días de oración que terminaron la ayuda del cielo por un terremoto que hizo huir a los bárbaros. La fama del Santo corrió y de nuevo encontró motivo en los prodigios que obró en Fabiena que, bloqueada por los hielos la navegación fluvial, perecía de hambre. También con la oración y penitencia logró Severino que fundieran los ríos, y desde la Retia llegaron los navíos salvadores.
La crítica histórica se estrella ante el misterio de esta existencia.
Era suyo un criterio fundamental sobre las relaciones entre los desastres y la justicia vindicativa de Dios. Sí Atila había dejado nombre y fama de "azote de Dios", azotes divinos sabía ver Severino en todas las calamidades que desde la guerra, llovían sobre los territorios y los hombres de aquel imperio corrompido.
Aunque su vida transcurrió en olor de multitudes, su temperamento era inclinado a la soledad monacal. Para ella fundaba monasterios a su paso sin arraigarse en ninguno de ellos, pero buscando en todos esa vida retirada en Dios. Pese a esta vocación contemplativa, señala Eugipio que "cuanto más ardientemente deseaba darse a la soledad, tantas más revelaciones le movían a no negar su presencia a los pueblos afligidos". Por eso seguía su predicación evangélica por aquellas llanuras heladas, descalzo. ayunando, mientras se hacia respetar por romanos y bárbaros, los que, incluso siendo arrianos, le veneraban como a santo en la más universal acepción.
En campo abierto, predica y sana enfermos. Siempre a cambio de la penitencia que predicaba, de la limosna a los pobres deportados por las huidas en masa que empujaba la guerra, de la confianza en Dios.
Odoacro había hecho del Nórico puente de sus incursiones en las propias tierras de Italia y cuando se decidió a la aventura definitiva, oyó de labios de Severino una profecía que no había de olvidar jamás: "Hijo mío, pasa a Italia. Si ahora vas vestido de pieles, te verás después en situación de dispensar grandes beneficios a tus semejantes". Este reyezuelo de un pueblo mínimo acabó, en el 476, venciendo las postreras resistencias imperiales y depuesto Rómulo Augústulo, sentándose en el trono de Italia.
El prestigio del Santo crecía y le fue pedido aceptara una silla episcopal. Su reacción reveló de nuevo su ahondado deseo de solitario: "Bastante es haberme privado de la soledad para mezclarme con las multitudes". Y quedó en abad de los dos monasterios que fundó.
La misión de paz, educación y espiritualismo de la Iglesia está siempre alumbrando en la historia figuras como la de Severino. Las comunidades religiosas suelen ser la herencia que estos hombres dejan para extensión y continuidad de su estilo y su labor. Severino fundó dos monasterios de importancia y otros muchos auxiliares. Boetro - la actual Instadt -, Fabiena. También Batavia, a la que arrancó de la rapiña de Giboldo, rey de los alamanos. por quien era extraordinariamente apreciado y de quien logró el canje de prisioneros. En Instadt su fundación persiste en basílica y en ella se conserva la celda del santo abad.
Le pidieron los bátavos que fuera a solicitar del rey Flava de los susos permiso para comerciar. El Santo respondió: "Llega tiempo en que esta ciudad sea un desierto como con otras ha sucedido. ¿Para qué proveer de comercio un lugar en que ningún comerciante podrá comprar ni vender?" La rudeza de la contestación provocó a un sacerdote a increparle diciendo: "Vete, te ruego, vete deprisa y, con tu marcha, descansemos un poco de ayunos y vigilias". Estas palabras levantaron un clamoreo burlesco entre el pueblo en contra de Severino, quien marchó de la ciudad prediciendo el castigo. Poco después Curimundo invadió el lugar y el sacerdote poco amigo de las austeridades murió en el mismo sitio en que pronunciara sus palabras hirientes.
Cuenta Eugipio que en la ciudad de Tulnam había surgido una secta secreta cuyo culto califica de "nefando" el biógrafo. El Santo predicó al pueblo según su costumbre y los sacerdotes hicieron ayuno por tres días. Entonces ordenó Severino repartir cirios por las casas que después llevarían los fieles al templo con ocasión de los divinos oficios. Suplicó allí el hombre de Dios que se mostrara la luz del Espíritu Santo para que fueran descubiertos los herejes, pese al secreto en que se escondían. Después de su oración, la mayor parte de los cirios se encendieron de súbito milagrosamente mientras permanecían apagados los de los inficionados por error. Fue en esta misma ciudad donde hubo de intervenir con ocasión de una desoladora plaga de langosta. Reunió como de costumbre al pueblo para oración y penitencia. Acudió al templo "todo sexo y edad, incluso los que con la voz aún no podían rezar" y, cuando todos estaban entregados a estas prácticas, uno dejó el resto y estuvo en su campo de mies combatiendo la plaga. Sólo después volvió a la iglesia. Su cosecha quedo devorada en medio de la abundante mies de los demás.
Esta rudeza de los medios - rezos, ayunos, penitencias - y de las reacciones justicieras, es nota que colorea la vida de San Severino de un tinte especial un tanto apocalíptico, muy propio del ambiente violento y de límite que trae consigo todo período de guerra y crueldad.
También alumbra un franciscanismo adelantado como ocurrió en Kuntzing, donde el Danubio hacía tremendos destrozos con sus riadas, y su iglesia, edificada extramuros de la ciudad, sufría aún mayor daño. Ordenó Severino grabar la señal de la cruz en el pavimento del templo y habló así al río: "No te deja mi Señor Jesucristo traspasar este signo" Y el Danubio obedeció siempre desde entonces. Sólo una fe evangélica - la que traslada montes y tuerce ríos - es capaz de plantarse ante el caudal turbulento y correr el riesgo de esta orden tan expuesta al fracaso más público.
En tanto, Odoacro, ya rey de Italia por la caída del Imperio, no olvidó la profecía que de este triunfo le había hecho el santo abad y, en su memoria, él, arriano, no se contentó con no perseguir a los católicos, sino que los protegió deferentemente. Fue el último homenaje de los pueblos bárbaros al Santo y como el adelanto y primera cosecha de la educación que había de hacer la Iglesia a través de toda la Edad Media, sobre estos pueblos.
Severino, sintiéndose próximo a la muerte, llamo al rey Fleteo y a su hermano Federico de Nórica, que acudieron a Fabiena para recoger el testamento del monje. Veo cercana la muerte, les dijo. por eso os conjuro a que respetéis la hacienda de vuestros súbditos y proveáis los monasterios faltos de mi ayuda a causa de mi muerte."
Desde entonces se entregó a la preparación para el trance y a cuantos le visitaban, les anunciaba día y hora que había conocido por revelación. Llegado el momento, abrazando a los monjes y con el salmo 150 en los labios, murió: "Laudate Dominum in sanctis eius..."
Era el 8 de enero del 482. Los hielos del Danubio echaron de menos desde aquel invierno los pies de Severino evangelizando paz, evangelizando bien.
ENRIQUE INNIESTA COULLANT-VALERA, SCH. P.