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San Dámaso nació en Roma el año 305, de una familia de ascendencia española, cuyo padre, Antonio, había hecho toda su carrera eclesiástica no lejos del teatro de Pompeyo, junto a los archivos de la Iglesia romana, siendo "notario, lector, levita y sacerdote". Su madre se llamaba Laurencia y llegó a la edad de noventa y dos años. Tuvo también otra hermana menor, llamada Irene, la cual se consagró a Dios vistiendo el velo de las vírgenes.
Era diácono cuando falleció el 24 de septiembre de 366 el papa Liberio. El Imperio había sido repartido en 364, tomando Valente el Oriente y Valentiniano I el Occidente. Desde 358 había un antipapa, Félix III (467), y, aunque Dámaso se había mostrado partidario suyo, después se reconcilió con Liberio y trabajó en reconciliar al antipapa.
Por el gran ascendiente que gozaba en Roma, Dámaso fue elegido Papa en la basílica de San Lorenzo in Lucina por la mayoría del clero y del pueblo, siéndole favorable la nobleza romana. Sin embargo, los opositores se reunieron en Santa María in Trastevere y eligieron a Ursino, que se hizo consagrar rápidamente por el obispo de Tibur, no haciéndolo Dámaso hasta un domingo posterior, que fue el 1 de octubre, por el obispo de Ostia.
Parece como si Dios pusiera en la existencia de los santos ocultas espinas que les puncen para purificarles.
Una vez que Constantino concedió por el edicto de Milán del 313 la paz a la Iglesia y comenzaron a surgir en la Urbe las grandes basílicas cristianas, nos cuesta trabajo entender que Roma siguiera siendo "oficialmente" pagana todavía casi a fines del glorioso siglo IV.
El edicto de Milán propiamente no cambió la situación legal del paganismo. Seguían abiertos los templos paganos, seguían expuestas en plazas, foros y paseos las estatuas de los dioses, seguían recibiendo los sacerdotes del antiguo culto sus subvenciones estatales. Gran número de las familtias de la nobleza romana seguían apegadas a sus antiguas creencias.
Nos queda considerar, por último, el aspecto que ha hecho más popular a San Dámaso, y también aquel cuya influencia ha sido mayor para la posteridad, el que le ha merecido el título de 'Papa de las catacumbas". Él se preocupó, en medio de la agitación de su pontificado, de propagar el culto de los mártires, restaurando los cementerios suburbanos donde reposaban sus cuerpos, de hacer investigaciones para encontrar sus tumbas, olvidadas, como en el caso de San Proto y San Jacinto, en la vía Salaria; de honrarlos con bellas inscripciones métricas, que después grababa en hermosas letras capitales su calígrafo Furio Dionisio Filócalo, cuyos trazos barrocos todavía podemos admirar hoy en alguna lápida íntegra que nos ha llegado de entre el medio centenar que debió esculpir.
A finales del siglo IV eran muy borrosas las noticias que se tenían en Roma de los mártires de las persecuciones.
Mas para facilitar la visita de los fieles eran necesarios trabajos importantes, pues debían abrirse nuevas entradas, ensanchar las escaleras y hacerlas más cómodas, adornar las salas o cubículos donde reposaban los cuerpos santos.
San Dámaso se entregó con entusiasmo a esta obra. La cripta de los Papas del siglo lll, uno de los más sagrados recintos de la cristiandad, la adornó con columnas, arquitrabes y cancelas, y en el fondo colocó una de sus famosas inscripciones, que todavía puede leerse, recompuesta en pedazos:
Hic congesta iacet quaeris si turba piorum
Corpora sanctorum retinente veneranda sepulcra.
"Si los buscas, encontrarás aquí la inmensa muchedumbre de los santos. Sus cuerpos están en los sepulcros venerables, sus almas fueron arrebatadas a los alcázares del cielo..."
Se comprende que los peregrinos medievales copiasen con verdadera ilusión estos versos, merced a lo cual han podido salvarse en códices y bibliotecas muchos de ellos, cuyos fragmentos filocalianos hallaron posteriormente De Rossi y otros investigadores de las catacumbas.
Digamos también que San Dámaso, que tuvo el honor de transformar las catacumbas en santuarios, fue, a la vez, el que introdujo el culto de los mártires en Roma. Al fundar un "título" o iglesia parroquial en su propia casa, junto al teatro de Pompeyo, según la costumbre, le dió su propio nombre: "in Damaso", pero le ligó al recuerdo de un mártir español, San Lorenzo. Y aunque la iglesia iba dedicada a Cristo, como todas las de entonces, al poner el nombre del santo diácono como una invitación a honrarle más especialmente, sentó un precedente que evolucionaría con toda rapidez. Las iglesias se dedicarían a los santos, como ya hoy es normal. El nombre del fundador caería en desuso y quedaría el del patrón.
San Dámaso murió casi octogenario el 11 de diciembre de 384. Al final de la inscripción a los mártires en la cripta del cementerio de Calixto, el santo Papa había manifestado su deseo de ser allí enterrado, aunque por humildad o por escrúpulo de arqueólogo no se atreviera a tanto.
Hic fateor Damasus volui mea condere membra
sed cineris timui sanctos vexare piorum.
Entonces se hizo preparar para él y su familia una basílica funeraria en la vía Ardeatina, no lejos del área donde estaban los mártires queridos. Esta capilla se presentaba a los peregrinos medievales como una etapa entre Roma y la visita de las catacumbas. Compuso tres epitafios; para su madre, su hermana y el suyo. Este es particularmente humilde y lleno de fe. Recuerda la resurrección de Lázaro por Cristo y termina con esta hermosa frase: "De entre las cenizas hará resucitar a Dámaso, porque así lo creo".
Sus reliquias fueron llevadas posteriormente a la iglesia de San Lorenzo in Damaso y están conservadas debajo del altar mayor.
Su gran amigo San Jerónimo hizo de él este hermoso elogio en su tratado De la virginidad: Vir egregius et eruditus in Scripturis, virgo virginis Ecclesiae doctor: "Varón insigne e impuesto en la ciencia de las Escrituras, doctor virgen de la Iglesia virginal".
La liturgia también le es deudora de sabias reformas.
CASIMIRO SÁNCHEZ ALISEDA