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1 diciembre 2025

SAN EDMUNDO CAMPION (+ 1581)

Con una escolta de doscientos soldados, montado en una vieja cabalgadura, las manos atadas a la espalda, los pies ligados bajo el vientre del animal, vuelto el rostro hacía atrás para mayor ignominia, es conducido con un gran cartel en la cabeza que dice: Este es Campion, el jesuita sedicioso... Lo llevan a Londres como criminal. Había sido traicionado... Unas millas antes de llegar se les comunica la orden de maltratarlo y ridiculizarlo para deleite de la plebe y escarmiento de los católicos. Ya se acerca la cabalgata... Delante de todos el vizconde de Bark con el bastón blanco de la justicia: en seguida, el padre Edmundo Campion en su viejo rocín; tras él, los otros dos sacerdotes firmemente atados entre sí. A la zaga de toda la caravana, en el lugar de honor, no podía faltar el Iscariote... A medida que desfilan, el populacho vitupera al jesuita. Ya pasa el apóstata: ovaciones, vítores. Y Jorge Elliot, el traidor, sonríe... (¡Ay de ese hombre que más tarde, como su modelo, terminará con muerte desgraciada su vida infeliz!... )
Es el mes de julio de 1581. Los prisioneros son llevados a la Torre de Londres. Cuatro días más tarde lo presentan a Dudley, conde de Leicester, en su palacio. Le interroga el canciller, le hacen preguntas los magistrados; le prometen, en nombre de la soberana, la vida, la libertad, honores, el obispado de Cambridge; sólo esperan que reconozca la supremacía pontificia de la reina. La conciencia no se lo permite a Campion. Sus respuestas tienen un tono tan persuasivo que revelan una vez más al formidable scholar oxoniense.
De improviso se presenta Isabel en persona. El prisionero se inclina saludando a su reina: "¿Me reconoce como a su legítima soberana?" "Sí, majestad." "¿Cree que el obispo de Roma tiene poder para deponerme?" "No me toca erigirme en juez y pronunciar sentencia entre dos partidos, tanto más cuanto que los más versados en la cuestión son de pareceres opuestos. Yo quiero dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios" Lo demás que se dijo en esta entrevista permaneció secreto, por expresa voluntad de la reina.
Pero... ¿qué importancia tenía aquel prisionero, que la propia soberana de Inglaterra venía a interrogarle? El primer encuentro había acontecido precisamente quince años antes, en 1566. Isabel, con su gran comitiva de cortesanos, aduladores y lacayos, llegaba en su carroza a Oxford a fin de pasar por primera vez unos días con su corte entre los estudiantes de la célebre Universidad. La visita duró seis días. Las diversiones, los actos académicos, todo se iba desarrollando tranquilamente. El tercer día correspondió el homenaje a los profesores, entre los cuales fue elegido como "orator" el scholar de Oxford más brillante de su generación, un apuesto joven de sólo veintisiete años de edad: se llamaba Edmundo Campion. La reina, que se complacía en dominar a los hombres de talento, le escuchó con honda satisfacción, le felicitó calurosamente y lo recomendó a la protección del canciller. Dudley, en nombre de la soberana hereje, le prometió su patronazgo y le hizo los más lisonjeros ofrecimientos.
¡Pobre Campion!... Ya en 1553, María, la hija de Enrique VIII y doña Catalina de Aragón, había entrado solemnemente en Londres. Para declamar el discurso de bienvenida habían escogido los maestros a Edmundo Campion, que tenía entonces trece años. El garbo y la vivacidad del niño encantó a los circunstantes, de manera que Thomas White lo tomó bajo su protección y lo llevó consigo a Oxford para educarlo. Correspondió el éxito a las esperanzas. Descolló como discípulo, lúcidamente coronó sus estudios, brilló en buena lid como maestro, fue autor, luego se le nombró primer orator, después proctor y más tarde llegó a ocupar otros cargos insignes en aquella Alma Mater. A su alrededor se agruparon multitud de estudiantes, sobre los que su personalidad amable ejerció un influjo sabio y comprensivo: sus clases se veían atestadas de oyentes; muchos comenzaron a imitarlo hasta en su manera de hablar, en sus ademanes y en su modo de vestir, a los cuales se llamó campionistas... Este era el hombre que la nueva iglesia anglicana necesitaba entre sus filas.
Pero Campion, el gran humanista, casi por instinto rechaza la herejía, Mas, para desgracia suya, traba amistad con Richard Cheney, obispo anglicano de Gloucester. Y cede al fin; en 1564 presta el juramento anticatólico, reconociendo la supremacía espiritual de Isabel. Más aún, seducido por las promesas del de Gloucester, recibe el diaconado (1568) del hereje. Al tomar las manos del falso obispo siente aquel infeliz diácono el acicate mordaz de su conciencia atormentada. Y su corazón se rebela, y el remordimiento le roe el alma por la infamia cometida, y pierde la paz; se siente, dice él mismo, como si le hubieran marcado con "el signo de la bestia"... La crisis interior se desborda, vuelve en sí, se confiesa con un sacerdote católico y se reconcilia con la Iglesia.
En tales circunstancias se ve obligado a salir de Oxford para poner a salvo su vida y recobrar la tranquilidad de su espíritu. Se refugia en Irlanda. Mas el 12 de febrero de 1570 Su Santidad Pío V fulmina la excomunión contra Isabel, y sus súbditos quedan liberados de la obligación moral de obedecerla. Se expiden entonces contra los católicos por todo el reino severísimos edictos.
Había nacido en Londres el 25 de enero de 1540.
MANUEL BRICEÑO J., S. I.