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Fernández Carvajal. Hablar con Dios, tomo VII
Desde muy antiguo se tienen noticias de esta fiesta de la Virgen, primero en Oriente y luego en la Iglesia
universal. Esta festividad, en la que se conmemora el nacimiento de la que habría de ser la Madre de Dios, y
también Madre nuestra, está llena de alegría. Su llegada al mundo es el anuncio de la Redención ya próxima.
Muchos pueblos y ciudades, bajo diversas advocaciones, celebran hoy a su Patrona.
I. Celebremos con alegría el Nacimiento de María, la Virgen: de Ella salió el Sol de justicia, Cristo,
nuestro Dios.
La invitación a la alegría de los textos litúrgicos es constante desde los antiquísimos comienzos de esta
fiesta. Es lógico que así sea: si se alegran la familia y los amigos y vecinos cuando nace una criatura, y si se
celebran los cumpleaños con júbilo, ¿cómo no nos íbamos a llenar de alegría en la conmemoración del
nacimiento de nuestra Madre? Este acontecimiento feliz nos señala que el Mesías está ya próximo: María es
la Estrella de la mañana que, en la aurora que precede a la salida del sol, anuncia la llegada del Salvador, el
Sol de justicia en la historia del género humano. «Convenía señala un antiguo escritor sagrado que esta
fulgurante y sorprendente venida de Dios a los hombres fuera precedida de algún hecho que nos preparara
para recibir con gozo el gran don de la salvación. Y éste es el significado de la fiesta que hoy celebramos, ya
que el Nacimiento de la Madre de Dios es el exordio de todo este cúmulo de bienes (...). Que toda la
creación, pues, rebose de contento y contribuya a su modo a la alegría propia de este día. Cielo y tierra se
aúnen en esta celebración y que la festeje con gozo todo lo que hay en el mundo y por encima del mundo».
La Liturgia de la Misa de hoy aplica a la Virgen recién nacida el pasaje de la Carta a los Romanos en el
que San Pablo describe la misericordia divina que elige a los hombres para un destino eterno: María, desde la
eternidad, es predestinada por la Trinidad Beatísima para ser la Madre de su Hijo. Para este fin fue adornada
de todas las gracias: «El alma de María fue la más bella que Dios crió, de tal manera que, después de la
encarnación del Verbo, ésta fue la obra mayor y más digna que el Omnipotente llevó a cabo en este mundo».
La gracia de María en el momento de su concepción sobrepasó las gracias de todos los santos y ángeles
juntos, pues Dios da a cada uno la gracia que corresponde a su misión en el mundo. La inmensa gracia de
María fue suficiente y proporcionada a la singular dignidad a la que Dios la había llamado desde la
eternidad. Fue tan grande María en santidad y belleza expone San Bernardo, que no convenía que Dios
tuviese otra Madre, ni convenía tampoco que María tuviese otro Hijo que Dios. Y San Buenaventura afirma
que Dios puede hacer un mundo mayor, pero no puede hacer una madre más perfecta que la Madre de Dios.
Recordemos hoy también nosotros que hemos recibido de Dios una llamada a la santidad, a cumplir una
misión concreta en el mundo. Además de la alegría que nos produce siempre el contemplar la plenitud de
gracia y la belleza de Nuestra Señora, también debemos pensar que Dios nos da a cada uno las gracias
necesarias y suficientes, sin que falte una, para llevar a cabo nuestra vocación específica en medio del
mundo. También hoy podemos considerar que es lógico que deseemos festejar el aniversario del propio
nacimiento nuestro cumpleaños porque Dios quiso expresamente que naciéramos, y porque nos llamó a un
destino eterno de felicidad y de amor.
II. Que se alegre tu Iglesia, Señor (...), y se goce en el nacimiento de la Virgen María, que fue para el
mundo esperanza y aurora de salvación.
¿Cuántos años cumple hoy Nuestra Madre?... Para Ella el tiempo ya no pasa, porque ha alcanzado la
plenitud de la edad, esa juventud eterna y plena que nace de la participación en la juventud de Dios que,
según nos dice San Agustín, «es más joven que todos», precisamente por ser eterno e inmutable. Quizá
hemos podido ver de cerca la alegría y la juventud interior de alguna persona santa, y contemplar cómo de un
cuerpo que llevaba el peso de los años surgía una juventud del corazón con una energía y una vida
incontenible. Esta juventud interior es más honda cuanto mayor es la unión con Dios. María, por ser la
criatura que más íntimamente ha estado unida a Él, es ciertamente la más joven de todas las criaturas.
Juventud y madurez se confunden en Ella, y también en nosotros cuando vamos derechamente ad Deum, qui
laetificat iuventutem meam, hacia Dios que nos rejuvenece cada día por dentro y, con su gracia, nos inunda
de alegría).
Desde su adolescencia, la Virgen gozó de una madurez interior plena y proporcionada a su edad. Ahora,
en el Cielo, con la plenitud de la gracia la inicial y la que alcanzó con sus méritos uniéndose a la Obra de su
Hijo nos contempla y presta oído a nuestras alabanzas y a nuestras peticiones. Hoy escucha nuestro canto de
acción de gracias a Dios por haberla creado, y nos mira y nos comprende porque Ella después de Dios es
quien más sabe de nuestra vida, de nuestras fatigas, de nuestros empeños.
Todos los padres piensan cuando nace un hijo que es incomparable. También debieron de pensarlo San
Joaquín y Santa Ana cuando nació María, y ciertamente no se equivocaban. Todas las generaciones la llaman
bienaventurada... «No podían sospechar aquel día, Joaquín y Ana, lo que había de ser aquel fruto de su
limpio amor. Nunca se sabe. ¿Quién puede decir lo que será una criatura recién nacida? Nunca se sabe...».
Cada una es un misterio de Dios que viene al mundo con un específico quehacer del Creador.
La fiesta de hoy nos lleva a mirar con hondo respeto la concepción y el nacimiento de todo ser humano, a
quien Dios le ha dado el cuerpo a través de los padres y le ha infundido un alma inmortal e irrepetible, creada
directamente por Él en el momento de la concepción. «La gran alegría que como fieles experimentamos por
el nacimiento de la Madre de Dios (...) comporta a la vez, para todos nosotros, una gran exigencia: debemos
sentirnos felices por principio cuando en el seno de una madre se forma un niño y cuando ve la luz del
mundo. Incluso cuando el recién nacido exige dificultades, renuncias, limitaciones, gravámenes, deberá ser
siempre acogido y sentirse protegido por el amor de sus padres». Todo ser humano concebido está llamado a
ser hijo de Dios, a darle gloria y a un destino eterno y feliz.
Dios Padre, al contemplar a María recién nacida, se alegró con una alegría infinita al ver a una criatura
humana sin el pecado de origen, llena de gracia, purísima, destinada a ser la Madre de su Hijo para siempre.
Aunque Dios concedió a Joaquín y a Ana una alegría muy particular, como participación de la gracia
derramada sobre su Hija, ¿qué hubieran sentido si, al menos de lejos, hubieran vislumbrado el destino de
aquella criatura, que vino al mundo como las demás? En otro orden, tampoco nosotros podemos sospechar la
eficacia inconmensurable de nuestro paso por la tierra si somos fieles a las gracias recibidas para llevar a
cabo nuestra propia vocación, otorgada por Dios desde la eternidad.
III. Ningún acontecimiento acompañó el Nacimiento de María, y nada nos dicen de él los Evangelios.
Nació, quizá, en una ciudad de Galilea, probablemente en el mismo Nazareth, y aquel día nada se reveló a
los hombres. El mundo seguía dándole importancia a otros acontecimientos que luego serían completamente
borrados de la faz de la tierra sin dejar la menor huella. Con frecuencia, lo importante para Dios pasa oculto
a los ojos de los hombres que buscan algo extraordinario para sobrellevar su existencia. Sólo en el Cielo
hubo fiesta, y fiesta grande.
Después, durante muchos años, la Virgen pasa inadvertida. Todo Israel esperaba a esa doncella anunciada
en la Escritura y no sabe que ya vive entre los hombres. Externamente, apenas se diferencia de los demás.
Tenía voluntad, quería, amaba con una intensidad difícil de comprender para nosotros, con un amor que en
todo se ajustaba al amor de Dios. Tenía entendimiento, al servicio de los misterios que poco a poco iba
descubriendo, comprendía la perfecta relación que había entre ellos, las profecías que hablaban del
Redentor...; y entendimiento para aprender cómo se hilaba o se cocinaba... Y tenía memoria -guardaba las
cosas en su corazón y pasaba de unos recuerdos a otros, se valía de referencias concretas. Poseía Nuestra
Señora una viva imaginación que le hizo tener una vida llena de iniciativas y de sencillo ingenio en el modo
de servir a los demás, de hacerles más llevadera la existencia, a veces penosa por la enfermedad o por la
desgracia... Dios la contemplaba lleno de amor en los menudos quehaceres de cada día y se gozaba con un
inmenso gozo en estas tareas sin apenas relieve.
Al contemplar su vida normal, nos enseña a nosotros a obrar de tal modo que sepamos hacer lo de todos
los días de cara a Dios: a servir a los demás sin ruido, sin hacer valer constantemente los propios derechos o
los privilegios que nosotros mismos nos hemos otorgado, a terminar bien el trabajo que tenemos entre
manos... Si imitamos a Nuestra Madre, aprenderemos a valorar lo pequeño de los días iguales, a darle sentido
sobrenatural a nuestros actos, que quizá nadie ve: limpiar unos muebles, corregir unos datos en el ordenador,
arreglar la cama de un enfermo, buscar las referencias precisas para explicar la lección que estamos
preparando... Estas pequeñas cosas, hechas con amor, atraen la misericordia divina y aumentan de continuo
la gracia santificante en el alma. María es el ejemplo acabado de esta entrega diaria, «que consiste en hacer
de la propia vida una ofrenda al Señor».
Bajo diversas advocaciones, muchos pueblos y ciudades celebran hoy sus fiestas, con intuición acertada,
pues «si Salomón enseña San Pedro Damián, con motivo de la dedicación del templo material, celebró con
todo el pueblo de Israel solemnemente un sacrificio tan copioso y magnífico, ¿cuál y cuánta no será la
alegría del pueblo cristiano al celebrar el nacimiento de la Virgen María, en cuyo seno, como en un templo
sacratísimo, descendió Dios en persona para recibir de ella la naturaleza humana y se dignó vivir
visiblemente entre los hombres?». No dejemos de festejar hoy a Nuestra Señora con esas delicadezas propias
de los buenos hijos.