Página inicio

-

Agenda

29 julio 2024

Santa Marta, hermana de Lázaro y María

b>Fernández Carvajal. Hablar con Dios, tomo VII

Santa Marta vivía en Betania, cerca de Jerusalén, con sus hermanos María y Lázaro. En la última etapa de
su vida pública, Jesús se hospedó con frecuencia en su casa. Fuertes lazos de amistad unían a aquellos
hermanos con Jesús.


I. La festividad de Santa Marta nos permite entrar una vez más en el hogar de Betania, bendecido tantas
veces por la presencia de Jesús. Allí, en la familia formada por aquellos hermanos, Marta, María y Lázaro, el
Señor encontraba cariño, y también descanso para su Cuerpo fatigado por recorridos interminables por
aldeas y ciudades. Jesús buscaba refugio entre sus amigos, especialmente cuando en los últimos días
tropezaba más frecuentemente con la incomprensión y el desprecio, por parte principalmente de los fariseos.
Los sentimientos del Maestro hacia los hermanos de Betania vienen expresados por San Juan en su
Evangelio: Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. ¡Eran amigos!

El Evangelio de la Misa nos relata la llegada de Jesús al hogar de esta familia, cuando hacía cuatro días
que Lázaro había muerto. Poco tiempo antes, cuando ya Lázaro estaba muy grave, las hermanas enviaron al
Maestro este recado lleno de confianza: Señor, mira, aquel a quien amas está enfermo. Y Jesús, que se
encontraba en Galilea, a varias jornadas de camino, cuando oyó que estaba enfermo, se quedó aún dos días
en el mismo lugar. Después, pasados éstos, dijo a sus discípulos: Vamos otra vez a Judea. Cuando llegó a
Betania, Lázaro llevaba ya cuatro días sepultado.

Marta, siempre atenta y activa, probablemente antes de que Jesús llegara a la casa se enteró de que se
aproximaba, y salió enseguida a recibirlo. Y a pesar de que, aparentemente, el Señor no había acudido a la
llamada, su confianza y su amor no han disminuido. Señor le dice Marta, si hubieses estado aquí, no habría
muerto mi hermano... Le reprocha con suma delicadeza no haber llegado antes. Marta esperaba la curación
de su hermano cuando estaba todavía enfermo. Y Jesús, con un gesto amable, quizá con una sonrisa en los
labios, la sorprende: Tu hermano resucitará. Marta acoge estas palabras como un consuelo y piensa en la
resurrección definitiva, y contesta: Ya sé que resucitará en la resurrección, en el último día. Estas palabras
provocan una portentosa declaración de Jesús acerca de su divinidad: Yo soy la Resurrección y la Vida, el
que cree en Mí, aunque hubiera muerto, vivirá, y todo el que vive y cree en Mí no morirá para siempre. Y le
pregunta: ¿Crees tú esto? ¿Quién podría sustraerse a la autoridad soberana de esta declaración? ¡Yo soy la
Resurrección y la Vida! ¡Yo...! ¡Yo soy la razón de ser de todo cuanto existe! Jesús es la Vida, no sólo la que
empieza en el más allá, sino también la vida sobrenatural que la gracia opera en el alma del hombre que
todavía se encuentra en camino. Son palabras extraordinarias que nos llenan de seguridad, que nos acercan
cada vez más a Cristo, y que nos llevan a hacer nuestra la respuesta de Marta: Yo he creído que Tú eres el
Cristo, el Hijo de Dios, que has venido a este mundo. El Señor, poco tiempo después, resucitará a Lázaro.

Admiramos en Marta su fe, y querríamos imitarla en su amistad confiada con el Maestro. «¿Has visto con
qué cariño, con qué confianza trataban sus amigos a Cristo? Con toda naturalidad le echan en cara las
hermanas de Lázaro su ausencia: ¡te hemos avisado! ¡Si Tú hubieras estado aquí!...

»Confíale despacio: enséñame a tratarte con aquel amor de amistad de Marta, de María y de Lázaro; como
te trataban también los primeros Doce, aunque al principio te seguían quizá por motivos no muy
sobrenaturales».


II. Un tiempo después, estando ya cercana la Pascua, Jesús visitó de nuevo a estos amigos: fue a Betania
donde vivía Lázaro, al que Jesús resucitó de entre los muertos. Allí le prepararon una cena. Marta servía y
Lázaro era uno de los que estaban a la mesa con Él.

Marta servía... ¡Con qué amor agradecido lo haría! Allí, en su casa, estaba el Mesías, allí estaba Dios
necesitado de sus atenciones. Y ella podía servirle. Dios se ha hecho Hombre para estar muy cerca de
nuestras necesidades, para que aprendamos a amarle a través de su Humanidad Santísima, para que podamos
ser sus amigos entrañables. No podemos dejar de considerar una y otra vez que el mismo Jesús de Nazareth,
de Cafarnaún, de Betania, es el mismo que nos espera en el Sagrario más próximo, «necesitado» de nuestras
atenciones. «Es verdad que a nuestro Sagrario le llamo siempre Betania... Hazte amigo de los amigos del
Maestro: Lázaro, Marta, María. Y después ya no me preguntarás por qué llamo Betania a nuestro Sagrario».
Allí está Él. No podemos pasar indiferentes, no debemos dejar de visitarle cada día..., y permanecer en su
compañía esos minutos de acción de gracias, después de la Comunión, sin prisas, sin inquietud. Nada hay
más importante.

Enseña Santo Tomás que no hubo otro modo más conveniente para redimir a los hombres que el de su
Encarnación. Y aduce estas razones: en cuanto a la fe, porque se hacía más fácil creer, ya que Dios mismo
era el que hablaba; en cuanto a la esperanza, por la prueba tan grande de su voluntad salvífica que esto
representaba; en cuanto a la caridad, porque nadie tiene amor más grande que aquel que da la vida por sus
amigos; en cuanto a las obras, porque el mismo Dios nos iba a servir de modelo: asumiendo nuestra carne
nos mostraba la importancia de la criatura humana, con su humillación curaba nuestra soberbia...

En la Humanidad Santísima de Jesús toma forma humana el amor que Dios nos tiene, abriéndose así un
plano inclinado que nos lleva suavemente a Dios Padre. Por eso, la vida cristiana consiste en querer a Cristo,
en imitarle, en seguirle de cerca, atraídos por su vida. La santificación no tiene su centro en la lucha contra el
pecado, no es algo negativo; está centrada en Jesucristo, objeto de nuestro amor: no se trata sólo de evitar el
mal, sino de amar al Maestro y de imitarle a Él, que pasó haciendo el bien... La vida cristiana es
profundamente humana: el corazón tiene un importante lugar en la obra de nuestra santidad porque Dios se
ha puesto a su alcance. Y cuando se descuida la vida de piedad, la amistad personal con el Maestro, dejando
que el corazón ande desparramado en las criaturas, la fuerza de la voluntad no basta para ir hacia adelante en
el camino de la santidad. Por eso, hemos de esforzarnos en verle siempre cercano a nuestra vida, y servirnos
de la imaginación para representarnos a Cristo vivo: el que nació en Belén, trabajó en Nazareth, tuvo amigos
durante su vida mortal, a los que apreciaba de verdad y a quienes acudió muchas veces porque su compañía
lo confortaba.

Aprendamos de los amigos de Jesús a tratarle con inmenso respeto, porque es Dios, y con gran confianza,
por ser el Amigo de siempre, que busca continuamente nuestro trato.


III. En otra ocasión, Jesús y sus discípulos se detuvieron en casa de estos amigos de Betania, antes de
llegar a Jerusalén. Las dos hermanas se dispusieron a preparar todo lo necesario para dar hospitalidad al
Maestro y al grupo de los que le acompañaban. Pero María, quizá al poco tiempo de llegar Jesús, se sentó a
sus pies, y escuchaba su palabra, y Marta quedó sola en el trabajo de la casa. María se despreocupa de lo
mucho que aún falta por disponer y se entrega por completo a escuchar al Maestro. «La familiaridad con que
se instala a sus pies, el hábito que tiene de escucharle, el hambre de oír sus palabras, demuestran que no es
éste un primer encuentro, sino que hay una verdadera intimidad». Marta no es ciertamente indiferente a las
palabras de Jesús; ella también atiende, pero está más ocupada en las tareas domésticas. Sin darse cuenta,
Jesús ha pasado a un segundo plano: le absorbe aquello mismo que ha de disponer para atenderle bien. Y se
inquieta al sentirse sola, con más trabajo quizá del que puede sacar. Mientras, contempla a su hermana a los
pies de Jesús. Quizá un tanto desasosegada, y con gran confianza, se puso delante de Jesús, precisa San
Lucas, y le dijo: Señor, ¿no te importa nada que mi hermana me deje sola en el trabajo de la casa? Dile, pues,
que me ayude. ¡Qué confianza tan grande tiene con el Maestro!: Dile que me ayude...

Jesús le responde en el mismo tono familiar, como parece indicar la misma repetición del nombre: Marta,
Marta -le dice-, tú te preocupas y te inquietas por muchas cosas. En verdad una sola cosa es necesaria. María,
que con toda seguridad debería estar ayudando a su hermana, no ha olvidado con todo lo esencial, lo
verdaderamente necesario: tener a Cristo como centro de su atención y de su vida. No alaba el Señor toda su
actitud, sino lo principal: su amor.

Ni siquiera las cosas que se refieren al Señor nos deben hacer olvidar al Señor de las cosas. Nunca
olvidaría Marta esta amable reconvención de Jesús. A pesar de lo indispensable que era su trabajo, más aún
era el esmero que debía tener por no dejar a Jesús en segundo plano.

Ni siquiera en las tareas que se refieren directamente al Señor debemos olvidar nosotros que lo principal,
lo necesario, es su Persona. También en nuestra vida ordinaria debemos tener presente que asuntos que
parecen primordiales, como es el trabajo, tampoco se han de anteponer a la familia misma; de poco servirían
otras ayudas -mejoras económicas, relaciones sociales...- si la misma vida familiar se fuera deteriorando por
quedar en segundo plano, excepto en casos excepcionales que pueden llevar a que, por ejemplo, sea
necesario que el cabeza de familia trabaje en un lugar distante de donde reside el resto de la familia
(emigrantes, marinos...). Si un padre o una madre de familia gana más dinero, pero desaparece, el trato con
los hijos ¿de qué servirá?

Santa Marta, que goza en el Cielo para siempre de la presencia inefable de Cristo, nos alcanzará la gracia
de apreciar más la amistad con el Maestro; nos enseñará a cuidar con diligencia de las cosas del Señor, sin
olvidar al Señor de las cosas; Ella intercederá ante Jesús para que nosotros aprendamos a no posponer
tampoco la familia a esos logros buenos que queremos alcanzar en favor de la familia misma.