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Catequesis de Benedicto XVI
Queridos hermanos y hermanas,
Recuerdo aún con alegría la acogida festiva que se me reservó en 2008 en Brindisi, la ciudad que en 1559
vio nacer a un insigne doctor de la Iglesia, san Lorenzo de Brindisi, nombre que Giulio Cesare Rossi asumió
al entrar en la Orden de los Capuchinos. Desde la infancia fue atraído por la familia de san Francisco de
Asís. De hecho, huérfano de padre a los siete años, fue confiado por la madre a los cuidados de los frailes
Conventuales de su ciudad. Algunos años después, sin embargo, se trasladó con su madre a Venecia, y
precisamente en el Véneto conoció a los Capuchinos, que en aquella época se habían puesto generosamente
al servicio de toda la Iglesia, para incrementar la gran reforma espiritual promovida por el Concilio de
Trento. En 1575 Lorenzo, con la profesión religiosa, se convirtió en fraile capuchino, y en 1582 fue
ordenado sacerdote. Ya durante los estudios eclesiásticos mostró las eminentes cualidades intelectuales de
las que había sido dotado. Aprendió fácilmente las lenguas antiguas, entre ellas el griego, el hebreo y el sirio,
y las modernas como el francés y el alemán, que se unían al conocimiento de la lengua italiana y al de la
latina, que en esa época se hablaba con fluidez entre los eclesiásticos y los hombres de cultura.
Gracias al dominio de muchos idiomas, Lorenzo pudo llevar a cabo un intenso apostolado hacia diversas
categorías de personas. Predicador eficaz, conocía de modo profundo no sólo la Biblia, sino también la
literatura rabínica, que los propios Rabinos se quedaban asombrados y admirados, manifestándole estima y
respeto. Teólogo versado en la Sagrada Escritura y en los Padres de la Iglesia, era capaz de ilustrar de modo
ejemplar la doctrina católica también a los cristianos que, sobre todo en Alemania, se habían adherido a la
Reforma. Con su exposición clara y tranquila, mostraba el fundamento bíblico y patrístico de todos los
artículos de fe puestos en discusión por Martín Lutero. Entre estos, la primacía de san Pedro y de sus
sucesores, el origen divino del Episcopado, la justificación como transformación interior del hombre, la
necesidad de las obras buenas para la salvación. El éxito que gozó Lorenzo nos ayuda a comprender que
también hoy, llevando hacia adelante el diálogo ecuménico con tanta esperanza y la confrontación con las
Sagradas Escrituras, leídas según la Tradición de la Iglesia, constituyen un elemento irrenunciable y de
fundamental importancia, como he querido recordar en la Exhortación Apostólica Verbum Domini (n.46).
También los fieles más sencillos, no dotados de gran cultura, se beneficiaron de las palabras convincentes
de Lorenzo, que se dirigía a la gente humilde para exhortar a todos a la coherencia de la propia vida con la fe
profesada. Esto fue un gran mérito de los Capuchinos y de otras órdenes religiosas, que en los siglos XVI y
XVII, contribuyeron a la renovación de la vida cristiana penetrando en profundidad en la sociedad con su
testimonio de vida y sus enseñanzas. También hoy, la nueva evangelización necesita apóstoles bien
preparados, con celo y valientes, para que la luz y la belleza del Evangelio prevalezcan sobre las tendencias
culturales del relativismo ético y de la indiferencia religiosa, y transformen los distintos modos de pensar y
de actuar en un auténtico humanismo cristiano. Es sorprendente que san Lorenzo de Brindisi pudiera
desarrollar ininterrumpidamente esta actividad de apreciado e infatigable predicador en muchas ciudades de
Italia y en distintos países, no obstante realizara encargos importantes y de gran responsabilidad. Dentro de
la Orden de los Capuchinos, de hecho, fue profesor de teología, maestro de novicios, muchas veces ministro
provincial y consejero general y, finalmente ministro general del 1602 al 1605.
En medio de tantos trabajos, Lorenzo cultivó una vida espiritual de fervor excepcional, dedicando mucho
tiempo a la oración y de modo especial a la celebración de la Santa Misa, que a menudo conllevaba horas,
entendiendo y conmoviéndose con el memorial de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor.
Hablando a los sacerdotes y a los seminaristas en la catedral de Brindisi, ciudad natal de san Lorenzo, he
recordado que “el momento de la oración es el más importante en la vida del sacerdote, es en el que actúa
con más eficacia la gracia divina, fecundando su ministerio. Rezar es el primer servicio que hay que ofrecer a
la comunidad. Y por esto, los momentos de oración deben tener en nuestra vida una verdadera prioridad.. Si
no estamos interiormente en comunión con Dios, no podemos dar nada a los demás. Por esto Dios es la
primera prioridad. Debemos reservar siempre el tiempo necesario para estar en comunión de oración con
nuestro Señor”. Por lo demás, con el ardor inconfundible de su estilo, Lorenzo exhorta a todos, no sólo a los
sacerdotes, a cultivar la vida de oración porque por medio de esta nosotros hablamos a Dios y Dios nos habla
a nosotros: “¡Oh, si tuviésemos en cuenta esta realidad! -exclama- Es decir que Dios está de verdad presente
ante nosotros cuando le hablamos rezando; que escucha verdaderamente nuestra oración, aunque si solo
rezamos con el corazón y con la mente. Y no sólo está presente y nos escucha, sino que puede y desea
contestar voluntariamente y con máximo placer nuestras preguntas”.
Otro detalle que caracteriza la obra de este hijo de San Francisco es su actuación por la paz. Sea los Sumos
Pontífices que los príncipes católicos le confiaron repetidamente importantes misiones diplomáticas para
dirimir controversias y favorecer la concordia entre los Estados Europeos, amenazados en aquel tiempo por
el Imperio otomano. La autoridad moral que tenía lo hacía ser considerado consejero solicitado y escuchado.
Hoy, como en los tiempos de San Lorenzo, el mundo tiene necesidad de hombres y mujeres pacíficos y
pacificadores. Todos los que creen en Dios deben ser siempre fuentes y constructores de paz. Fue en ocasión
de una de estas misiones diplomáticas cuando Lorenzo terminó su vida terrena, en 1619 en Lisboa, donde
había ido a encontrarse con el rey de España, Felipe III, para defender la causa de sus súbditos napolitanos
acosados por las autoridades locales.
Fue canonizado en 1881 y, con motivo de su vigorosa e intensa actividad, de su amplia y armoniosa
ciencia, mereció el título de Doctor apostolicus, “Doctor apostólico”, de parte del Beato Papa Juan XXIII en
1959, con ocasión del cuarto centenario de su nacimiento. Tal reconocimiento fue concedido a Lorenzo de
Brindisi, también, porque fue autor de numerosas obras de exégesis bíblica, de teología y de escritos
destinados a la predicación. En estos ofrece una exposición sistemática de la historia de la salvación,
centrada en el misterio de la Encarnación, la más grande manifestación del amor divino por los hombres.
Además, siendo un mariólogo de gran valor, autor de un compendio de sermones sobre Nuestra Señora
llamado “Mariale”, pone en evidencia el papel único de la Virgen María, de la que afirma con claridad la
Inmaculada Concepción y la cooperación en la obra de redención cumplida en Cristo.
Con fina sensibilidad teológica, Lorenzo de Brindisi también puso de relieve la acción del Espíritu Santo
en la existencia del creyente, Nos recuerda que con sus dones, la Tercera Persona de la Santísima Trinidad,
ilumina y ayuda en nuestro compromiso de vivir con alegría el mensaje del Evangelio. “El Espíritu Santo -
escribe San Lorenzo- vuelve dulce el yugo de la ley divina y ligero su peso, de manera que sigamos los
mandamientos de Dios con gran facilidad, incluso con complacencia”.
Quisiera completar esta breve presentación de la vida y de la doctrina de San Lorenzo de Brindisi,
destacando que toda su actividad fue inspirada por un gran amor a las Sagradas Escrituras, que sabía
ampliamente de memoria, y por la convicción de que la escucha y la acogida de la Palabra de Dios produce
una transformación interior que nos conduce a la santidad. “La Palabra del Señor -afirmó- es luz del intelecto
y fuego para la voluntad, para que el hombre pueda conocer y amar a Dios. Para el hombre interior, que por
medio de la gracia vive del Espíritu Santo, es pan y agua, pero pan dulce como la miel y agua mejor que el
vino y la leche... Es un martillo contra un corazón duramente obstinado en los vicios. Es una espada contra la
carne, el mundo y el demonio, para destruir todo pecado”. San Lorenzo de Brindisi nos enseña a amar las
Sagradas Escrituras, a crecer en la familiaridad con ella, a cultivar cotidianamente la relación de amistad con
el Señor en la oración, para que todas nuestras acciones, toda nuestra actividad tenga en Él su comienzo y su
cumplimento. Esta es la fuente a la que acudir para que nuestro testimonio cristiano sea luminoso y sea capaz
de conducir a los hombres de nuestro tiempo hasta Dios.