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Benedicto XVI. Audiencia 3/10/2007
Queridos hermanos y hermanas:
También hoy, continuando nuestro camino siguiendo las huellas de los Padres de la Iglesia, nos
encontramos con una gran figura: san Cirilo de Alejandría. Vinculado a la controversia cristológica que
llevó al concilio de Éfeso del año 431 y último representante de relieve de la tradición alejandrina, san Cirilo
fue definido más tarde en el Oriente griego como "custodio de la exactitud" —que quiere decir custodio de la
verdadera fe— e incluso como "sello de los Padres". Estas antiguas expresiones manifiestan muy bien un
dato que, de hecho, es característico de Cirilo, es decir, la constante referencia del obispo de Alejandría a los
autores eclesiásticos precedentes (entre éstos sobre todo a Atanasio) con el objetivo de mostrar la
continuidad de la propia teología con la tradición. Se insertó voluntaria y explícitamente en la tradición de la
Iglesia, en la que reconocía la garantía de continuidad con los Apóstoles y con Cristo mismo.
Venerado como santo tanto en Oriente como en Occidente, en 1882 san Cirilo fue proclamado doctor de la
Iglesia por el Papa León XIII, quien al mismo tiempo atribuyó el mismo título a otro importante
representante de la patrística griega: san Cirilo de Jerusalén. Se revelaron así la atención y el amor por las
tradiciones cristianas orientales de aquel Papa, que después proclamó también doctor de la Iglesia a san Juan
Damasceno, mostrando así que tanto la tradición oriental como la occidental expresan la doctrina de la única
Iglesia de Cristo.
Nos han llegado muy pocas noticias sobre la vida de san Cirilo antes de su elección a la importante sede
de Alejandría. Cirilo, sobrino de Teófilo, que desde el año 385 rigió como obispo, con mano firme y
prestigio, la diócesis de Alejandría, nació probablemente en esa misma metrópoli egipcia entre el año 370 y
el 380. Pronto se encaminó hacia la vida eclesiástica y recibió una buena educación, tanto cultural como
teológica. En el año 403 se encontraba en Constantinopla siguiendo a su poderoso tío y allí participó en el
Sínodo conocido con el nombre de la Encina, que depuso al obispo de la ciudad, Juan (después conocido
como Crisóstomo), registrando así el triunfo de la sede de Alejandría sobre su rival tradicional,
Constantinopla, donde residía el emperador. Tras la muerte de su tío Teófilo, Cirilo, que aún era joven, fue
elegido en el año 412 obispo de la influyente Iglesia de Alejandría, gobernándola con gran firmeza durante
treinta y dos años, tratando siempre de afirmar el primado en todo el Oriente, fortalecido asimismo por los
vínculos tradicionales con Roma.
Dos o tres años después, en el 417 ó 418, el obispo de Alejandría dio pruebas de realismo al recomponer
la ruptura de la comunión con Constantinopla, que persistía ya desde el año 406 tras la deposición de san
Juan Crisóstomo. Pero el antiguo contraste con la sede de Constantinopla volvió a encenderse diez años
después, cuando en el año 428 fue elegido obispo Nestorio, un prestigioso y severo monje de formación
antioquena. El nuevo obispo de Constantinopla suscitó pronto oposiciones, pues en su predicación prefería
para María el título de "Madre de Cristo" (Christotokos), en lugar del de "Madre de Dios" (Theotokos), ya
entonces muy querido por la devoción popular.
El motivo de esta decisión del obispo Nestorio era su adhesión a la cristología de la tradición antioquena
que, para salvaguardar la importancia de la humanidad de Cristo, acababa afirmando su separación de la
divinidad. De este modo no era ya verdadera la unión entre Dios y el hombre en Cristo y, por tanto, ya no se
podía hablar de "Madre de Dios".
La reacción de Cirilo —entonces máximo exponente de la cristología de Alejandría, que subrayaba con
fuerza la unidad de la persona de Cristo— fue casi inmediata y se desplegó con todos los medios ya a partir
del año 429, enviando también algunas cartas al mismo Nestorio. En la segunda misiva (PG 77, 44-49) que
le envió Cirilo, en febrero del 430, leemos una clara afirmación del deber de los pastores de preservar la fe
del pueblo de Dios. Este era su criterio, por lo demás válido también para hoy: la fe del pueblo de Dios es
expresión de la tradición, es garantía de la sana doctrina. Escribe estas líneas a Nestorio: "Es necesario
exponer al pueblo la enseñanza y la interpretación de la fe de la manera más irreprensible y recordar que
quien escandaliza aunque sea a uno solo de los pequeños que creen en Cristo padecerá un castigo
intolerable".
En la misma carta a Nestorio —misiva que más tarde, en el año 451, sería aprobada por el concilio de
Calcedonia, cuarto concilio ecuménico—, Cirilo describe con claridad su fe cristológica: "Siendo distintas
las naturalezas que se unieron en esta unidad verdadera, de ambas resultó un solo Cristo, un solo Hijo: no en
el sentido de que la diversidad de las naturalezas quedara eliminada por esta unión, sino que la divinidad y la
humanidad completaron para nosotros al único Señor Jesucristo e Hijo con su inefable e inexpresable
conjunción en la unidad".
Y esto es importante: realmente la verdadera humanidad y la verdadera divinidad se unen en una sola
Persona, nuestro Señor Jesucristo. Por ello, sigue diciendo el obispo de Alejandría, "profesamos un solo
Cristo y Señor, no en el sentido de que adoramos al hombre junto con el Logos, para no insinuar la idea de la
separación diciendo "junto", sino en el sentido de que adoramos a uno solo y al mismo, pues su cuerpo no es
algo ajeno al Logos, con el que está sentado a la diestra del Padre. No están sentados a su lado dos hijos, sino
uno solo unido con la propia carne".
Muy pronto el obispo de Alejandría, gracias a agudas alianzas, logró que Nestorio fuera condenado
repetidamente: por parte de la sede romana con una serie de doce anatematismos redactados por él mismo y,
finalmente, por el concilio de Éfeso, en el año 431, el tercer concilio ecuménico. La asamblea, que se
desarrolló con vicisitudes tumultuosas, concluyó con el primer gran triunfo de la devoción a María y con el
exilio del obispo de Constantinopla que no quería reconocer a la Virgen el título de "Madre de Dios", a causa
de una cristología equivocada, que ponía división en el mismo Cristo. Ahora bien, después de haber
prevalecido de este modo sobre el rival y su doctrina, san Cirilo supo alcanzar ya en el año 433 una fórmula
teológica de compromiso y de reconciliación con los de Antioquía. En los años siguientes se dedicó con
todos los medios a defender y aclarar su posición teológica hasta la muerte, acaecida el 27 de junio del año
444.
Los escritos de san Cirilo —verdaderamente muy numerosos y difundidos ampliamente incluso en
diferentes traducciones latinas y orientales ya durante su vida, prueba de su éxito inmediato—, son de
importancia primaria para la historia del cristianismo. Son importantes sus comentarios a muchos libros del
Antiguo y del Nuevo Testamento, entre los que destaca todo el Pentateuco, Isaías, los Salmos y los
evangelios de san Juan y de san Lucas. Son de gran importancia también sus muchas obras doctrinales, en las
que aparece continuamente la defensa de la fe trinitaria contra las tesis arrianas y contra las de Nestorio. La
base de la enseñanza de san Cirilo es la tradición eclesiástica y, en particular, como he mencionado, los
escritos de san Atanasio, su gran predecesor en la sede de Alejandría. Entre los otros escritos de san Cirilo
hay que recordar finalmente los libros Contra Juliano, última gran respuesta a las polémicas anticristianas,
dictada por el obispo de Alejandría probablemente en los últimos años de su vida para replicar a la
obra Contra los galileos, compuesta muchos años antes, en el año 363, por el emperador que fue llamado el
Apóstata por haber abandonado el cristianismo en el que había sido educado.
La fe cristiana es ante todo encuentro con Jesús, "una Persona que da un nuevo horizonte a la vida" (Deus
caritas est, 1). San Cirilo de Alejandría fue un incansable y firme testigo de Jesucristo, Verbo de Dios
encarnado, subrayando sobre todo la unidad, como repite en el año 433, en la primera carta (PG 77, 228-237)
al obispo Sucenso: "Uno solo es el Hijo, uno solo el Señor Jesucristo, ya sea antes de la encarnación ya
después de la encarnación. En efecto, no era un Hijo el Logos nacido de Dios Padre, y otro el nacido de la
santísima Virgen; sino que creemos que precisamente Aquel que existe antes de los tiempos nació también
según la carne de una mujer". Esta afirmación, más allá de su significado doctrinal, muestra que la fe en
Jesús Logos nacido del Padre está también muy arraigada en la historia, pues, como afirma san Cirilo, este
mismo Jesús entró en el tiempo al nacer de María, la Theotokos, y estará siempre con nosotros, según su
promesa. Y esto es importante: Dios es eterno, nació de una mujer y sigue con nosotros cada día. En esta
confianza vivimos, en esta confianza encontramos el camino de nuestra vida.