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Catequesis de Benedicto XVI
Queridos hermanos y hermanas:
Al terminar de recorrer hoy la lista de los doce apóstoles llamados directamente por Jesús durante su vida
terrena, no podemos dejar de mencionar a quien siempre aparece en último lugar: Judas Iscariote. Queremos
asociarle con la persona que después fue escogida en su sustitución, es decir, Matías.
Ya sólo el nombre de Judas suscita entre los cristianos una instintiva reacción de reprobación y de
condena. El significado del apelativo «Iscariote» es controvertido: la explicación más utilizada dice que
significa «hombre de Queriyyot», en referencia al pueblo de origen, situado en los alrededores de Hebrón,
mencionado dos veces en la Sagrada Escritura (Cf. Josué 15, 25; Amós 2, 2). Otros lo interpretan como una
variación del término «sicario», como si aludiera a un guerrillero armado de puñal, llamado en latín «sica».
Por último, algunos ven en el apodo la simple trascripción de una raíz hebreo-aramea que significa: «aquel
que iba a entregarle». Esta mención se encuentra dos veces en el cuarto Evangelio, es decir, después de una
confesión de fe de Pedro (Cf. Juan 6, 71) y después durante la unción de Betania (Cf. Juan 12, 4).
Otros pasajes muestran que la traición estaba en curso, diciendo: «aquel que le traicionaba», como sucede
durante la Última Cena, después del anuncio de la traición (Cf. Mateo 26, 25) y después en el momento en
que Jesús fue arrestado (Cf. Mateo 26, 46.48; Juan 18,2.5). Sin embargo, las listas de los doce recuerdan la
traición como algo ya acontecido: «Judas Iscariote, el mismo que le entregó», dice Marcos (3, 19); Mateo
(10, 4) y Lucas (6, 16) utilizan fórmulas equivalentes. La traición, en cuanto tal, tuvo lugar en dos
momentos: ante todo en su fase de proyecto, cuando Judas se pone de acuerdo con los enemigos de Jesús por
treinta monedas de plata (Cf. Mateo 26,14-16), y después en su ejecución con el beso que le dio al Maestro
en Getsemaní (Cf. Mateo 26, 46-50).
De todos modos, los evangelistas insisten en que le correspondía plenamente su condición de apóstol: es
llamado repetidamente «uno de los doce» (Mateo 26,14.47; Marcos 14, 10.20; Juan 6, 71) o «del número de
los doce» (Lucas 22, 3). Es más, en dos ocasiones, Jesús, dirigiéndose a los apóstoles y hablando
precisamente de él, le indica como «uno de vosotros» (Mateo 26, 21; Marcos 14,18; Juan 6, 70; 13, 21). Y
Pedro dirá que Judas «era uno de los nuestros y obtuvo un puesto en este ministerio» (Hechos 1, 17).
Se trata, por tanto, de una figura perteneciente al grupo de aquellos a los que Jesús había escogido como
compañeros y colaboradores cercanos. Esto plantea dos preguntas a la hora de explicar lo acaecido. La
primera consiste en preguntarnos cómo es posible que Jesús escogiera a este hombre y confiara en él. De
hecho, si bien Judas es el ecónomo del grupo (Cf. Juan 12,6b; 13,29a), en realidad también se le llama
«ladrón» (Juan 12,6a). El misterio de la elección es todavía más grande, pues Jesús pronuncia un juicio muy
severo sobre él: «¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado!» (Mateo 26, 24). Este misterio es
todavía más profundo si se piensa en su suerte eterna, sabiendo que Judas «fue acosado por el
remordimiento, y devolvió las treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y a los ancianos, diciendo:
“Pequé entregando sangre inocente”» (Mateo 27, 3-4). Si bien él se alejó después para ahorcarse (Cf. Mateo
27, 5), a nosotros no nos corresponde juzgar su gesto, poniéndonos en lugar de Dios, quien es infinitamente
misericordioso y justo.
Una segunda pregunta afecta al motivo del comportamiento de Judas: ¿por qué traicionó a Jesús? La
cuestión suscita varias hipótesis. Algunos recurren a la avidez por el dinero; otros ofrecen una explicación de
carácter mesiánico: Judas habría quedado decepcionado al ver que Jesús no entraba en el programa de
liberación político-militar de su propio país. En realidad, los textos evangélicos insisten en otro aspecto: Juan
dice expresamente que «el diablo había puesto en el corazón a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de
entregarle» (Juan 13,2); del mismo modo, Lucas escribe: «Satanás entró en Judas, llamado Iscariote, que era
del número de los doce» (Lucas 22, 3). De este modo, se va más allá de las motivaciones históricas y se
explica lo sucedido basándose en la responsabilidad personal de Judas, quien cedió miserablemente a una
tentación del Maligno. En todo caso, la traición de Judas sigue siendo un misterio. Jesús le trató como a un
amigo (Cf. Mateo 26, 50), pero en sus invitaciones a seguirle por el camino de las bienaventuranzas no
forzaba su voluntad ni le impedía caer en las tentaciones de Satanás, respetando la libertad humana.
De hecho, las posibilidades de perversión del corazón humano son realmente muchas. El único modo de
prevenirlas consiste en no cultivar una visión de la vida que sólo sea individualista, autónoma, sino en
ponerse siempre de parte de Jesús, asumiendo su punto de vista. Tenemos que tratar, día tras día, de estar en
plena comunión con Él. Recordemos que incluso Pedro quería oponerse a Él y a lo que le esperaba en
Jerusalén, pero recibió una fortísima reprensión: «¡Quítate de mi vista, Satanás! porque tus pensamientos no
son los de Dios, sino los de los hombres» (Marcos 8,32-33) Tras su caída, Pedro se arrepintió y encontró
perdón y gracia. También Judas se arrepintió, pero su arrepentimiento degeneró en desesperación y de este
modo se convirtió en autodestrucción. Es para nosotros una invitación a recordar siempre lo que dice san
Benito al final del capítulo V, fundamental, de su «Regla»: «no desesperar nunca de la misericordia de
Dios». En realidad, «Dios es mayor que nuestra conciencia», como dice san Juan (1 Juan 3, 20).
Recordemos dos cosas. La primera: Jesús respeta nuestra libertad. La segunda: Jesús espera que tengamos
la disponibilidad para arrepentirnos y para convertirnos; es rico en misericordia y perdón. De hecho, cuando
pensamos en el papel negativo que desempeñó Judas, tenemos que enmarcarlo en la manera superior con que
Dios dispuso de los acontecimientos. Su traición llevó a la muerte de Jesús, quien transformó este tremendo
suplicio en un espacio de amor salvífico y en la entrega de sí mismo al Padre (Cf. Gálatas 2, 20; Efesios
5,2.25). El verbo «traicionar» es la versión griega que significa «entregar». A veces su sujeto es incluso el
mismo Dios en persona: él mismo por amor «entregó» a Jesús por todos nosotros (Cf. Romanos 8, 32). En su
misterioso proyecto de salvación, Dios asume el gesto injustificable de Judas como motivo de entrega total
del Hijo por la redención del mundo.
Al concluir, queremos recordar también a quien, después de Pascua, fue elegido en lugar del traidor. En la
Iglesia de Jerusalén se presentaron dos a la comunidad, y después sus hombres fueron echados a suerte: «
José, llamado Barsabás, por sobrenombre Justo, y Matías» (Hechos l, 23). Precisamente este último fue el
escogido, y de este modo «fue agregado al número de los doce apóstoles» (Hechos 1, 26). No sabemos nada
más de él, a excepción de que fue testigo de la vida pública de Jesús (Cf. Hechos 1, 21-22), siéndole fiel
hasta el final. A la grandeza de su fidelidad se le añadió después la llamada divina a tomar el lugar de Judas,
como compensando su traición.
Sacamos de aquí una última lección: si bien en la Iglesia no faltan cristianos indignos y traidores, a cada
uno de nosotros nos corresponde contrabalancear el mal que ellos realizan con nuestro testimonio limpio de
Jesucristo, nuestro Señor y Salvador.