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Hijo de Foquer, señor rico y poderoso en Provenza. Mayolo o también Mayeul nació en el año 906, en la
pequeña villa de Valenzola. Sus padres murieron pronto, cuando Mayolo era aún muy joven. Pronto le ronda
por la cabeza el pensamiento de abandonar sus muchas posesiones y retirarse a la soledad; pero antes de
tomar esta determinación le obligan a salir de sus tierras los sarracenos que van haciendo incursiones desde
España. Esta es la razón de refugiarse en Mâcon donde le conociera el obispo Bernon que le da la prebenda
de un canonicato al ver sus buenas cualidades y disposiciones. Termina sus estudios en la entonces célebre
escuela de Lyon de donde regresa para instruir en filosofía y teología al clero local, recibir el diaconado y ser
nombrado arcediano, o sea, el primero del orden de los diáconos. Como el ministerio del diaconado lleva
consigo preparar la mesa a los pobres, repartiéndoles las limosnas de la iglesia, su nuevo cargo le
proporciona la ocasión de ejercitar la caridad limosnera de un modo poco común; de hecho, vende sus
muebles, casas y tierras para repartirlos entre los más menesterosos, incrementando así las limosnas del
obispo.
Quieren nombrarlo obispo de Besanzon a la muerte de Guifredo; pero se resiste y, temeroso de que se
presenten otras ocasiones que no pueda declinar, se retira al claustro. Cluny la abadía recientemente fundada
-en el 910, bajo la advocación de san Pedro apóstol y sometido a la autoridad del papa, por Guillermo, duque
de Aquitania-, será su casa desde entonces, cuando su tercer abad es Aymardo. Se observa estrictamente la
Orden de San Benito de Arriano. Allí le encargan de la biblioteca y le nombran apocrisario, una especie de
legado para resolver asuntos fuera del convento y, de modo especial, los que se refieren a las relaciones con
los nobles o los príncipes.
Pasa a ser abad de Cluny al quedarse Aymardo imposibilitado para el gobierno por la ceguera. Con el abad
Mayolo es cuando la abadía más resplandece por su rectitud, disciplina y espíritu de reforma, volviéndose
hacia ella los ojos de los príncipes, emperadores y papas.
La reforma propugnada por Cluny pasa a los monasterios de Alemania a petición del emperador Otón I y
de la emperatriz Adelaida.
Las abadías de Marmontier de Turena, San German de Auxerre, Moutier-San-Juan, San Benito de Dijon y
San Mauro de las Fosas, en las proximidades de París, conocen la reforma cluniacense en Francia. El mismo
papa Benedicto VII encomienda al abad Mayolo la reforma del monasterio de Lerins.
Fue toda una labor apasionante y pletórica realizada sólo en diez años. Claro está que nada de esto hubiera
podido realizarse con un espíritu pusilánime o sin oración, sin penitencia y sin su piedad recia que incluía el
tierno amor a Santa María como queda expresado en sus peregrinaciones a los santuarios de Nuestra Señora
de Valay y de Loreto.
No todos los trabajos fueron ad intra propiciando la reforma de los buenos. Tuvo también escarceos
apostólicos y proselitistas con los infieles sarracenos durante el tiempo en que le tuvieron preso, en Pont-
Ouvrier, y de quienes fue rescatado por una fuerte suma de dinero que pudo reunirse entre los frailes y con
las ayudas de amigos y ricos nobles conocidos.
El emperador Otón II quiso que fuera elegido papa, pero topó con su firme negativa.
Cansado de trabajos y pensando que su misión estaba concluida, propone se elija a su fiel discípulo Odilón
para sucederle y renuncia a ser abad. Pero, aunque anciano ya, le queda todavía una última aventura
reformadora; fue Hugo, el fundador de la dinastía de los Capetos, quien le pide como rey de Francia que
regrese a París para introducir la reforma en la abadía de san Dionisio; no supo negarse, se puso en camino y
muere en el intento generoso de mejorar ese monasterio para bien de la Iglesia; en Souvigni, el 11 de Mayo
del año 994, casi nonagenario, muere el reformador Mayolo, uno de los hombres más eminentes de la
cristiandad del siglo X, organizador insigne que preparó el estallido de vitalidad del siglo XI. Su figura se
presenta magnífica en la escena del siglo de hierro en un mundo que estaba en construcción. Además de
extender la Orden de Cluny en influencia y prestigio para reformar el mundo cristiano, su obra se extiende a
otros aspectos de la vida social: construye y restaura, favorece las letras e introduce las ideas cristianas en los
gobiernos de Alemania, de Francia y de Italia y, además, es incapaz de contemplar a un necesitado sin
derramar lágrimas.
La abadía de Cluny, el templo mayor del mundo hasta que en el siglo XVI se construyó en Roma la
basílica de san Pedro, que llegó a ser uno de los más importantes centros religiosos, que preparó
decisivamente el camino a la reforma gregoriana y que se convirtió en potente foco de radiación del
románico europeo, está convertida hoy en un montón de ruinas sólo recuperadas para la posteridad en el
papel y el diseño. Se cerró y arrasó en el 1790 por la Revolución francesa. Se entiende que no todas las
revoluciones son respetuosas con la cultura, ni con el arte, ni con la historia o que quizá existan más
interpretaciones de historia, de arte y de cultura.