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Es el apóstol por excelencia de la Santa Esclavitud de María, o de la Perfecta Consagración a la Santísima
Virgen, según la fórmula por él popularizada: "Por María, con María, en María, para María".
Nació el 31 de enero de 1673 en Montfort (Bretaña francesa), no lejos de la ciudad de Rennes. Fueron sus
padres Juan Bautista Grignon y Juana Robert de la Biceule. Bautizado con el nombre de Luis el 1 de febrero
en la iglesia parroquial de San Juan, hizo su primera comunión en el vecino pueblo de Iffendic. El nombre de
"María" le tomó en la confirmación.
Ocho años de estudios, hasta el primero de teología inclusive, en el colegio de los padres jesuitas de
Rennes (1685-1693), donde fue congregante mariano y trabó amistad con sus compañeros Juan Bautista
Blain y Claudio Poullart des Places; y otros ocho en París (1693-1700) completando los estudios de teología
y preparándose para el sacerdocio a la sombra del seminario de San Sulpicio. El 5 de junio de 1700 era
ordenado sacerdote, y poco después, en el altar de Nuestra Señora de San Sulpicio, que muchas veces, con
cariño filial, había él adornado, decía su primera misa: "como un ángel”, en expresión de su amigo Blain.
Su gusto hubiera sido consagrarse a la evangelización de los infieles en las misiones extranjeras; pero su
director, el señor Leschassier, que lo era de San Sulpicio, tenía otros planes. Los jansenistas de Nantes
monopolizaban por entonces la enseñanza en aquella ciudad. Dueños de la Universidad, habían logrado,
además, eliminar del Seminario Mayor a los sacerdotes de San Sulpicio. Para contrarrestar su influjo en el
clero, un santo sacerdote, Rene Léveque, de la diócesis de Nantes, en unión con uno de los arcedianos de la
misma, el señor Jonchéres, había fundado una asociación de celosos sacerdotes, que formaron la Comunidad
de San Clemente, así llamada de la parroquia a que fueron adscritos. El señor Jonchéres se encargó del
Seminario y el señor Lévéque de la Comunidad. Como auxiliar de este último, ya anciano, era enviado a
Nantes Montfort. La estancia iba a ser para él durísima. En el Seminario, se había infiltrado el espíritu
jansenista en la persona del profesor Lanoë-Menard, y, obligada a oír sus conferencias, se había contagiado
también la Comunidad de San Clemente. Muy pronto se dio cuenta Montfort de aquel ambiente, irrespirable
para un fervoroso hijo de la Iglesia romana.
Providencialmente Dios le sacó pronto de aquella casa, encaminándole a Poitiers, donde le esperaban no
ligeras cruces, pero donde encontraría a la que años adelante, bajo su dirección, sería la fundadora de las
Hijas de la Sabiduría, María Luisa Trichet, hija del primer magistrado de aquella ciudad. Nombrado capellán
del hospital de Poitiers, por tres veces Fue despedido malamente de él. En una de estas ocasiones se trasladó
a París. Destrozado del viaje, hecho como siempre a pie, se acogió al hospital de La Salpêtriére, en el cual,
escribía él, se encontró con 5.000 pobres enfermos. Apenas repuesto un poco, había comenzado a ejercitar
allí el oficio de enfermero con la misma heroica abnegación que en Poitiers, cuando un día, al sentarse a la
mesa, encontró bajo su cubierto una esquela en que se le despedía. Y allí quedaba sin asilo y sin pan en
medio de la ciudad inmensa. El pan se lo dieron de limosna las benedictinas del Santísimo Sacramento, y,
por fin, bajo una escalera en la calle del Pot-de-fer, halló un cuchitril donde cobijarse. En este rincón se cree
que escribió su primer libro; El amor de la sabiduría eterna, y en este inmenso desamparo fue donde
comenzó a planear la fundación de la Compañía de María, poniéndose al habla con su antiguo condiscípulo
Poullart des Places.
Vocación definitiva de Montfort era la de misionero popular. En el mismo Poitiers dio ya con gran fruto
cuatro o cinco misiones; pero, en vista de las dificultades que se le presentaban en aquella y en otras diócesis
de Francia, pensó de nuevo en las misiones de ultramar, y con este intento se encaminó a Roma para pedir la
bendición del Papa. El 6 de junio de 1706 era recibido en audiencia por Clemente XI, el debelador del
renacido jansenismo, que le mandó quedarse en Francia. Para autorizar sus misiones le concedió el título de
misionero apostólico.
En los diez años escasos que le quedan de vida Montfort misionará, primero en medio de grandes
contrariedades, en las diócesis de Rennes (1706), de Saint Malo y de Saint Brieuc (1707-1708) y en la de
Nantes (1708-1711). Sólo los cinco últimos años (1711-1716) trabajará con alguna tranquilidad en las
diócesis de La Rochela y de Lujon, cuyos prelados no se habían doblegado al jansenismo. En estos últimos
años, sobre todo, se esforzará por formar sus Congregaciones religiosas.
Una de las grandes tribulaciones de la primera etapa (1706-1711), tal vez la mayor de toda su vida, fue la
demolición ordenada por Luis XIV, siniestramente informado, del grandioso Calvario de Pontchateau, en
que, durante quince meses, dirigidos por Montfort, habían trabajado más de 20.000 obreros. Las misiones en
las diócesis de La Rochela y de Luon fueron en conjunto triunfales, aunque no sin cruces: "Ninguna cruz:
¡qué gran cruz!", solía decir el Santo.
En las afueras de La Rochela, y en una ermita llamada de San Eloy, fue donde compuso las Reglas de las
Hijas de la Sabiduría, y también, según se cree, el tratado de la verdadera devoción. Allí, una vez más, sintió
la necesidad de reclutar un escuadrón de sacerdotes que se dedicaran a misionar por los pueblos. Tal vez allí
brotó de sus entrañas la llamada justamente oración abrasada.
Un viaje a París en el verano de 1713 buscando candidatos para la Compañía de María en el seminario
fundado por su condiscípulo Poullart, y otro a Rouen, en el de 1714 para invitar a su amigo Blain, canónigo
en aquella catedral, a que se le uniera en el proyecto de esta fundación. A la vuelta de este viaje se detuvo
unos días en Nantes, en la casa de los "Incurables" por él fundada; y en Rennes, el último día de unos
ejercicios hechos en su antiguo colegio, escribió la encendida carta a los amigos de la cruz.
Vuelto a La Rochela, se ocupó, sobre todo, en organizar las escuelas de caridad, y fue allí donde,
llamadas por él, vinieron a encontrarle sus hijas, María Luisa Trichet y Catalina Brunet —otra joven
vivaracha de Poitiers—, para ponerse al frente de las escuelas de niñas, que se llamarían Escuelas de la
Sabiduría.
Pero se acercaba el fin de su vida —él había presentido y aun predicho que moriría antes de acabarse
aquel año 1716—; y las fundaciones por que tanto había suspirado apenas estaban esbozadas. Había que
alcanzar del cielo su desarrollo; y acudió a Nuestra Señora de Ardillers. Postrado a sus plantas se sintió
escuchado. Ya podía morir.
Su última misión fue la de San Lorenzo de Sévre. Pudiera decirse que la muerte le asaltó en el púlpito,
predicando el último día por la tarde ante su gran amigo el obispo de La Rochela. El 27 de abril, después de
dictar su testamento en el que pedía que su corazón fuera enterrado bajo la tarima del altar de la Santísima
Virgen, entregaba su espíritu al Señor. Tenía cuarenta y tres años y tres meses. No menos de 100.000
personas de la comarca acudieron a venerar los restos de su apóstol
Apenas ha podido entreverse por lo dicho aquí la eficacia extraordinaria de su palabra evangélica.
Debíase esta eficacia, desde luego, a la gracia divina, que el Santo alcanzaba muy principalmente por
intercesión de la Virgen Santísima. Junto con el crucifijo llevaba él siempre consigo una estatuita de Nuestra
Señora, que instalaba en su habitación, en el confesonario, en el púlpito... en todas partes: Era la "Reina de
los Corazones". A los ojos del pueblo, su vida penitente, su pobreza en el vestir, su espíritu de oración, su
modestia constante, le conciliaban la veneración de todos. Venía sobre esto la predicación sabia y ardiente.
Al mismo tiempo Montfort era maestro, en utilizar toda clase de recursos populares. Hasta siete procesiones,
nos dice su contemporáneo Grandet, organizaba en cada misión. Especial solemnidad revestía la de la
renovación de las promesas del bautismo. Otro elemento capital en todas sus misiones eran los cánticos. Son
unos 24.000 los versos compuestos por él, que abarcan todos los temas usuales en las Misiones.
Nada podemos decir aquí del desarrollo que, por fin, han logrado sus fundaciones religiosas. En cuanto a
sus libros, ya se indicó la difusión inmensa que han tenido El secreto de María y la Verdadera devoción.
Esos y los demás pueden verse en la edición española de la B. A. C., vol. III (1954), donde se hallará, en la
introducción, la bibliografía que puede desearse. El 22 de enero de 1888 el siervo de Dios fue beatificado por
León XIII; y el 20 de julio de 1947 canonizado por Pío XII.