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10 abril 2024

Los Mártires Colombianos de la Comunidad San Juan de Dios (año 1936)

Desde 1934 estalló en España una horrorosa persecución contra los católicos, por parte de los comunistas
y masones y de la extrema izquierda. Por medio del fraude y de toda clase de trampas fueron quitándoles a
los católicos todos los puestos públicos. En las elecciones, tuvo el partido católico medio millón de votos
más que los de la extrema izquierda, pero al contabilizar tramposamente los votos, se les concedieron 152
ediles menos a los católicos que a los izquierdistas. La persecución anticatólica se fue volviendo cada vez
más feroz y terrorífica. En pocos meses de 1936 fueron destruidos en España más de mil templos católicos y
gravemente averiados más de dos mil.

Desde 1936 hasta 1939, los comunistas españoles asesinaron a 4,100 sacerdotes seculares; 2,300
religiosos; 283 religiosas y miles y miles de laicos. Todos por la sola razón de pertenecer a la Iglesia
Católica. Las comunidades que más mártires tuvieron fueron: Padres Claretianos: 270. Padres Franciscanos
226. Hermanos Maristas 176. Hermanos Cristianos 165. Padres Salesianos 100. Hermanos de San Juan de
Dios 98.

En 1936 los católicos se levantaron en revolución al mando del General Francisco Franco y después de
tres años de terribilísima guerra lograron echar del gobierno a los comunistas y anarquistas anticatólicos,
pero estos antes de abandonar las armas y dejar el poder cometieron la más espantosa serie de asesinatos y
crueldades que registra la historia.

Y unas de sus víctimas fueron los siete jóvenes colombianos, hermanos de la Comunidad de San Juan de
Dios, que estaban estudiando y trabajando en España. Eran de origen campesino o de pueblos religiosos y
piadosos. Muchachos que se habían propuesto desgastar su vida en favor de los que padecían enfermedades
mentales, en la comunidad que San Juan de Dios fundó para atender a los enfermos más abandonados. La
Comunidad los había enviado a España a perfeccionarse en el arte de la enfermería y ellos deseaban emplear
el resto de su vida en ayudar de la mejor manera posible a que los enfermos recobraran su salud mental y
física y sobre todo su salud espiritual por medio de la conversión y del progreso en virtud y santidad.

Sus nombres eran: Juan Bautista Velásquez, de Jardín (Antioquía) 27 años. Esteban Maya, de Pácora
Caldas, 29 años. Melquiades Ramírez de Sonsón (Antioquía) 27 años. Eugenio Ramírez, de La Ceja
(Antioquía) 23 años. Rubén de Jesús López, de Concepción (Antioquía) 28 años. Arturo Ayala, de Paipa
(Boyacá) 27 años y Gaspar Páez Perdomo de Tello (Huila) 23 años.

Hacía pocos años que habían entrado en la Congregación y en España sólo llevaban dos años de
permanencia. Hombres totalmente pacíficos que no buscaban sino hacer el bien a los más necesitados. No
había ninguna causa para poderlos perseguir y matar, excepto el que eran seguidores de Cristo y de su Santa
Religión. Y por esta causa los mataron. Estos religiosos atendían una casa para enfermos mentales en
Ciempozuelos cerca de Madrid, y de pronto llegaron unos enviados del gobierno comunista español (dirigido
por los bolcheviques desde Moscú) y les ordenaron abandonar aquel plantel y dejarlo en manos de unos
empleados marxistas que no sabían nada de medicina ni de dirección de hospitales pero que eran unas fieras
en anticleralismo. A los siete religiosos se los llevaron prisioneros a Madrid. Cuando al embajador
colombiano le contaron la noticia, pidió al gobierno que a estos compatriotas suyos por ser extranjeros los
dejaran salir en paz del país, y les envió unos pasaportes y unos brazaletes tricolores para que los dejaran
salir libremente. Y el Padre Capellán de las Hermanas Clarisas de Madrid les consiguió el dinero para que
pagaran el transporte hacia Colombia, y así los envió en un tren a Barcelona avisándole al cónsul colombiano
de esa ciudad que saliera a recibirlos. Pero en el tiquete de cada uno los guardas les pusieron una señal
especial para que los apresaran.

El Dr. Ignacio Ortiz Lozano, Cónsul colombiano en Barcelona describió así en 1937 al periódico El
Pueblo de San Sebastián cómo fueron aquellas jornadas trágicas: "Este horrible suceso es el recuerdo más
doloroso de mi vida. Aquellos siete religiosos no se dedicaban sino al servicio de caridad con los más
necesitados. Estaban a 30 kilómetros de Madrid, en Ciempozuelos, cuidando locos. El día 7 de agosto de
1936 me llamó el embajador en Madrid (Dr. Uribe Echeverry) para contarme que viajaban con un pasaporte
suyo en un tren y para rogarme que fuera a la estación a recibirlos y que los tratara de la mejor manera
posible. Yo tenía ya hasta 60 refugiados católicos en mi consulado, pero estaba resuelto a ayudarles todo lo
mejor que fuera posible. Fui varias veces a la estación del tren pero nadie me daba razón de su llegada. Al fin
un hombre me dijo: "¿Usted es el cónsul de Colombia? Pues en la cárcel hay siete paisanos suyos". Me dirigí
a la cárcel pero me dijeron que no podía verlos si no llevaba una recomendación de la FAI (Federación
Anarquista Española). Me fui a conseguirla, pero luego me dijeron que no los podían soltar porque llevaban
pasaportes falsos. Les dije que el embajador colombiano en persona les había dado los pasaportes. Luego
añadieron que no podían ponerlos en libertad porque la cédula de alguno de ellos estaba muy borrosa
(Excusas todas al cual más de injustas y mentirosas, para poder ejecutar su crimen. La única causa para
matarlos era que pertenecían a la religión católica). Cada vez me decían "venga mañana". Al fin una mañana
me dijeron: "Fueron llevados al Hospital Clínico". Comprendí entonces que los habían asesinado. Fue el 9 de
agosto de 1936. Aterrado, lleno de cólera y de dolor exigí entonces que me llevaran a la morgue o depósito
de cadáveres, para identificar a mis compatriotas sacrificados. En el sótano encontré más de 120 cadáveres,
amontonados uno sobre otro en el estado más impresionante que se puede imaginar. Rostros trágicos. Manos
crispadas. Vestidos deshechos. Era la macabra cosecha que los comunistas habían recogido ese día. Me
acerqué y con la ayuda de un empleado fui buscando a mis siete paisanos entre aquel montón de cadáveres.
Es inimaginable lo horrible que es un oficio así. Pero con paciencia fui buscando papeles y documentos hasta
que logré identificar cada uno de los siete muertos. No puedo decir la impresión de pavor e indignación que
experimenté en presencia de este espectáculo. Los ojos estaban desorbitados. Los rostros sangrantes. Los
cuerpos mutilados, desfigurados, impresionantes. Por un rato los contemplé en silencio y me puso a pensar
hasta qué horrores de crueldad llega la fiera humana cuando pierde la fe y ataca a sus hermanos por el sólo
hecho de que ellos pertenecen a la santa religión. Redacté una carta de protesta y la envié a las autoridades
civiles. Después el gobierno colombiano protestó también, pero tímidamente, por temor a disgustar aquel
gobierno de extrema izquierda. En aquellos primero días de agosto de 1936, Colombia y la Comunidad de
San Juan de Dios perdieron para esta tierra a siete hermanos, pero todos los ganamos como intercesores en el
cielo.

En cada uno de ellos cumplió Jesús y seguirá cumpliendo, aquella promesa tan famosa: "Si alguno se
declara a mi favor ante la gente de esta tierra, yo me declararé a su favor ante los ángeles del cielo". Estos
son los primeros siete beatos colombianos. Los beatificó el Papa Juan Pablo II en 1992. Y ojalá sean ellos los
primeros de una larguísima e interminable serie de amigos de Cristo que lo aclamen con su vida, sus palabras
y sus buenas obras en este mundo y vayan a hacerle compañía para siempre en el cielo.