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9 febrero 2024

Beato Leopoldo de Alpandeire, laico Capuchino

Martirologio Romano: En Granada, España, beato Leopoldo de Alpandeire, religioso de la Orden de los
Frailes Capuchinos, que desempeño durante muchos años el oficio de limosnero. (†1956)


Fecha de beatificación: 12 de septiembre de 2010, durante el pontificado de S.S. Benedicto XVI

Dejando atrás la señorial ciudad de Ronda, metrópoli de la Serranía del mismo nombre, y, bajando por una
carretera que serpentea entre escarpados cerros de alcornoques y encinares, llegamos a Alpandeire,
pintoresca villa de la provincia de Málaga, situada en las extremidades de la sierra de Jarestepar al sur de
Ronda.

Aquí, en este pueblecito de casitas blancas, acurrucado alrededor de su majestuosa iglesia parroquial,
considerada la "catedral de la Serranía", nació un 24 de junio de 1864 Francisco Tomás Márquez Sánchez,
nuestro futuro Fray Leopoldo. Fueron sus padres Diego Márquez y Jerónima Sánchez. Francisco Tomás tuvo
otros tres hermanos más cuyos nombres nos son conocidos: Diego, Juan Miguel y María Teresa y algunos
más que murieron en la infancia sin disponer hoy de datos sobre ellos. Diego moriría soldado en la guerra de
Cuba.

Nuestro protagonista había nacido en el seno de una familia de cristianos labradores. El hogar de Diego y
Jerónima era humilde y en él se vivían y practicaban las virtudes cristianas que inculcaban, con su ejemplo
diario, a sus hijos.

Junto a los verdes campos de sementeras y alcornocales, las montañas rocosas, los trigales, los cercados de
rastrojos y retamas, las ovejas y los aperos de labranza, la infancia y juventud de Francisco Tomás se
deslizaron apaciblemente, como uno de esos innumerables arroyuelos que corren escondidos por las laderas
de las montañas. Entre los trabajos del campo, la vida familiar y de piedad y oración pasó los treinta y cinco
años de su vida oculta mientras Dios lo iba modelando lenta y paulatinamente -- que ya desde niño "era todo
corazón" --; disfrutaba socorriendo a los pobres. Se decía de él que ni aún de niño se cerró, egoísta, a la
compasión. Repartía su merienda con otros pastorcillos más pobres que él, o daba sus zapatos a un
menesteroso que los necesitaba, o entregaba el dinero ganado en la vendimia de Jerez, a los pobres que
encontraba por el camino de regreso a su pueblo. "Dios da para todos", diría años más tarde.

Fue a raíz de haber oído predicar a dos capuchinos en Ronda, con ocasión de las fiestas que tuvieron lugar
en la ciudad del Tajo, en 1894, para celebrar la beatificación del capuchino Diego José de Cádiz, cuando el
joven Francisco Tomás decidió abrazar la vida religiosa haciéndose capuchino. A aquellos predicadores
comunicó su deseo de ser uno como ellos, pero tuvo que esperar algunos años, debido a ciertas negligencias
y olvidos en los trámites de admisión. Finalmente un día salió de su tierra y de su parentela, como Abrahán,
y tomó el hábito capuchino en el Convento de Sevilla el 16 de noviembre de 1899, cambiando el nombre de
Francisco Tomás por el de Leopoldo, según usos de la Orden. Este cambio de nombre -- comentaría él años
adelante -- le cayó "como un jarro de agua fría", ya que el nombre de Leopoldo no era corriente entre los
miembros de la Orden; tal vez su maestro de novicios, P. Diego de Valencina, lo escogió por celebrarse su
fiesta el 15 de noviembre.

Desde el noviciado Fray Leopoldo no tuvo otra meta que santificarse, siguiendo a Cristo por el camino de
la cruz como San Francisco. Su amor a Dios, la oración, el trabajo, el silencio, la devoción a la Virgen y la
penitencia marcarían ya su vida. La cruz y la pasión de Cristo serían para él, a partir de ahora, objeto de
meditación y de imitación. El 16 de noviembre de 1900 hizo su primera profesión; a partir de entonces vivió
cortas temporadas, como hortelano, en los conventos de Sevilla, Antequera y Granada. El 23 de noviembre
de 1903 emite, en Granada, sus votos perpetuos. Sin embargo, la azada lo perseguía como fiel compañera
mientras él seguía cultivando la huerta de los frailes. Pero para entonces ya había aprendido a sublimar el
trabajo, a transformarlo en oración y servicio a los hermanos. Como todos los santos hermanos capuchinos,
Leopoldo fue un gran trabajador, ya que como ellos, estaba convencido de la virtud redentora del esfuerzo
humano. El trabajo y la soledad del convento hicieron crecer en él la ascesis y la mística. Como ha escrito
uno de sus biógrafos, fue un “contemplativo entre el agua de las acequias, las hortalizas, los frutales y las
flores para el altar”. E1 21 de febrero de 1914 llegaría a Granada para quedarse definitivamente en ella. La
ciudad de la Alhambra, que dormita a los pies de Sierra Nevada, la Granada cristiana y mora, donde el agua
se hace música, sería el escenario de su vida durante más de medio siglo. Trabajó primero de hortelano en la
huerta del Convento para ejercer después de sacristán y limosnero. Dos trabajos que unirían admirablemente
la doble faceta de su vida: su dimensión contemplativa, su vida de oración, su vida íntima con Dios y su vida
activa, su ir y venir por las calles y cuestas de Granada, su contacto con la gente, su diario quehacer de
limosnero.

Pero lo que define y caracteriza prácticamente la vida de Fray Leopoldo es su oficio de limosnero. El, que
se había hecho religioso para vivir alejado del "mundanal ruido", fue lanzado por la obediencia a librar la
batalla decisiva de su vida, en medio de la calle. Lo que él mismo confirmaría años más tarde, con ocasión
de las fiestas de sus Bodas de Oro de vida religiosa y al saber que la efeméride había salido en la prensa,
exclamó: "Qué jaqueca, hermano, -- confesó a un compañero -- nos hacemos religiosos para servir a Dios en
la oscuridad y, ya ve, nos sacan hasta en los papeles". Fray Leopoldo, como otros santos capuchinos con
marcada inclinación a la vida contemplativa, vivió constantemente en contacto con el pueblo, como
limosnero. Se hizo así santo, santificando a los demás. Y lo hizo como quería San Francisco: con el
testimonio de su vida, con su ejemplo, con su palabra, con la gracia y el carisma que Dios le dio. El
contacto con los hombres, lejos de distraerlo o mundanizarlo, lo empujó a salir de sí mismo, a cargar
sobre sí el peso de los demás, a comprender, a ayudar, a servir, a amar.

Su figura se hizo popular en la ciudad de los cármenes, todos lo reconocían, las gentes y los chiquillos
decían en la calle: "Mira, por allí viene Fray Nipordo", y corrían a su encuentro. Con los niños se paraba para
explicarles algo de catecismo, con los mayores para hablar de sus problemas, angustias y preocupaciones.
Fray Leopoldo había encontrado el modo de derramar sobre todos la bondad divina: rezaba tres Ave Marías,
era su forma de enhebrar lo divino con lo humano. Y las gentes se alejaban de él transformadas, dispuestas a
seguir su camino, pero con la tranquilidad y la seguridad que Fray Leopoldo les había devuelto, la de saber
que Dios había tomado buena nota de sus preocupaciones.

Y así día tras día, durante medio siglo, "con la vista en el suelo y el corazón en el cielo" --como el mismo
diría --, Fray Leopoldo recorrió Granada repartiendo la limosna del amor, elevando y sublimando la pesada
monotonía de todos los días, dando colorido a los días grises, poniendo unidad y armonía en la fragilidad del
ser humano, sobrenaturalizando y dignificando el quehacer diario. El ha aportado, así, abundantes riquezas
espirituales, bondad, caridad, sencillez, limpieza al fatigoso discurrir de los hombres por esta tierra.

Padeció algunas enfermedades y dolencias, que él se esforzaba en ocultar y disimular, especialmente una
hernia que le causaba agudos dolores y muchas molestias en sus caminatas diarias de limosnero. Estos y
otros sufrimientos, como grietas en los pies que sangraban abundantemente, le ayudaban a completar en su
carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo, en favor de su Cuerpo que es la Iglesia.

Cierto día en que, como de costumbre, recogía la limosna de la caridad a sus 89 años, cayó al suelo
rodando precipitadamente escaleras abajo desde un primer piso y sufrió fractura de fémur, -- dicen que le
empujó el diablo --. Fue ingresado en la Clínica de la Salud de Granada; afortunadamente y sin operación,
los huesos le anudaron; regresó al convento y pudo caminar con la ayuda de dos bastones, pero ya no salió
más a la calle. Así pudo entregarse totalmente a Dios que era el gran amor de su vida. Y llenándose de Dios,
pasó los tres últimos años de su existencia terrena, hasta irse poco a poco consumiendo "cual llama de amor
viva".

Finalmente, la llama se extinguió. Con el beso de la hermana muerte, Fray Leopoldo, el humilde
limosnero de las tres Ave Marías, se durmió en el Señor. Era el 9 de febrero de 1956. Tenía 92 años.

La noticia de su muerte corrió y conmovió a toda la ciudad de Granada. Un río humano acudió al
convento de capuchinos, el pueblo y las autoridades, hasta los niños se acercaron a ver a su "Fray Nipordo",
como ellos le llamaban, mientras se decían unos a otros: "Está muerto pero no da miedo". Su entierro fue
multitudinario. La fama de santidad, de que había gozado en vida, creció después de su muerte. Desde
entonces, todos los días, pero, sobre todo el 9 de cada mes, una inusitada afluencia de gentes de todo el
mundo visita su sepulcro, siendo numerosas las gracias que Dios concede por intersección de su fiel Siervo.

El 19 de diciembre de 2009 S.S. Benedicto XVI autorizó la promulgación del decreto que reconoce un
milagro atribuido a la intercesión del Siervo de Dios Fray Leopoldo, la beatificación se realizó el 12 de
septiembre de 2010.